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La escaza luz de luna que entraba a mi habitación era la única iluminación que percibía; el reflejo de la misma incrementaba su capacidad por medio del efecto cristalino en las paredes por parte del conjuro que aun después de algunas horas seguía activo, dando como resultado una tenue luz rosa.
Mi madre siguió tocando la puerta mucho después de que me encerrara, pero al parecer Cody la convenció de dejarlo así y tan solo esperar a que se me pasara el miedo de verme involucrada en la tragedia del centro comercial. Pero la verdad era otra. A lo que en verdad le temía era a mí misma.
Lo que hice… fue espantoso, inexcusable e imperdonable. Aun no tenía el valor para conocer los hechos al pie de letra como lo mencionaban en el noticiero, porque no quería odiarme a mí misma por cometer un acto tan cruel a pesar de no tener control sobre mis actos. Porque con o sin mi condición actual no había nada que argumentar a mi defesa.
Pensar en todas esas personas, en los sobrevivientes, en lo que se convirtió el Chic Center por mis actos… Me aterraba imaginar que por mi causa podría haber gente… gente muerta. Que yo era una… asesina.
No era capaz de siquiera considerarlo, porque si lo hacía no sabía qué podría llegar a hacer contra mí misma.
Mis lágrimas se secaron después de dos horas en completo silencio y oscuridad, e incluso el frio que cubría mi cuerpo incrementó junto con los escalofríos. Tenía miedo de pensar en lo ocurrido, miedo de analizar lo que ocurría, porque sentía que si lo hacía se repetiría, pero ahora con mi familia…
No quería recordar lo que pasó, temía lo que pasaría si me metía más a fondo en mis propios pensamientos y sentimientos.
Y además, todavía no lo entendía. No comprendía lo que me estaba pasando, porque la información sobre el Filtro y la Luz de la Esperanza con la que contaba era poca, insuficiente para analizar el porqué de lo que pasaba.
Algo estaba mal dentro de mí, lo tenía claro, y se debía al exceso del uso del Filtro, como lo dijo Kirok; pero perder la memoria, actuar en piloto automático, sentir ataques acompañados de imágenes desgarradoras… era otra cosa, algo con lo que no sabía cómo lidiar.
Necesitaba respuestas, ayuda, alguien que pudiera explicarme lo que me ocurría y cómo remediarlo. Pero no sabía a quién pedirle ayuda. Los únicos con la información que necesitaba eran dioses originales, que si se llegaban a enterar me matarían antes de dejarme explicarles.
Me hundí más en mis rodillas, con un constante dolor de cabeza producto de las lágrimas derramadas. ¿Qué me ocurría exactamente? ¿Cómo podía remediarlo antes de que empeorara? Tenía demasiadas preguntas, igual que el día que desperté como diosa, y el sentimiento era impotente y molesto. No saber lo que ocurría con mi cuerpo era la peor sensación de incertidumbre que había sentido.
«—Realmente te ves mal.»
La repentina voz de At me sacó de mis pensamientos, obligándome a buscar su procedencia. Escaneé la habitación, pero lo único que pude distinguir era el brillo reflejado en las paredes producto de la magia del conjuro.
«—En verdad esperaba que esto no sucediera —continuó—. Creí que tu cuerpo lo manejaría, pero me equivoqué. Al fin y al cabo, no eres más que una humana con poderes divinos, era de esperar que no pudieras controlar algo tan grande, ni siquiera un semidiós podría conseguirlo.»
Entonces, centré mi atención en la ventana, y la vi. Se encontraba afuera, sobre una de las ramas del árbol que daba a mi habitación, con sus oscuros ojos fijos sobre mí y una expresión sería más allá de la habitual.
Me concentré en despejar la ventana para que pudiera entrar, pero aunque lo hice ella se negó a pasar. Solo se quedó ahí, observándome. Una oleada de frio invernal entró a mi habitación, haciéndome recordar por qué odiaba esa estación.
Limpié mis mejillas, y me puse de pie para dirigirme a la ventana ya que At no quería entrar. Ella era la persona indicada para realizar mis preguntas; fue la portadora del Filtro antes que yo, y ella no tenía el poder suficiente para atentar contra mi vida.
—¿Qué está pasando? —pregunté, directo al grano.
Ladeó la cabeza un poco, y miró hacia afuera, en dirección a la luna sobre nuestras cabezas.
«—Muchas cosas, Ailyn, ¿por dónde quieres que empiece?, ¿por tu incompetencia o por tu estupidez?»
Negué lentamente con la cabeza, y me incliné más para estar más cerca de ella.
—No me regañes, At, explícame lo que sucede, eres la única a la que le puedo pedir respuestas. Sabes mejor que nadie lo que me pasa y cómo revertirlo… No quiero… No quiero lastimar a nadie más, no me quiero convertir en un monstro.
Su atención se fijó de nuevo en mí, con un deje de tristeza escondido tras el brillo de sus pupilas, algo que me pareció imposible debido a su condición.
«—Pues eso debiste pensarlo antes de exponer el Filtro de esa forma —regañó, y después añadió—: La verdadera razón de lo que te sucede es demasiado larga para explicártela en palabras, Ailyn.»
—¿A qué te refieres?
Se acercó unos centímetros a mí.