Atravesé la puerta justo cuando mis amigos bajaban del tribunal, los cuatro a tropeles, sin perder un segundo, y con Kirok como mi sombra.
Mis pies descalzos dejaban un rastro en el suelo debido al choque de temperatura mientras avanzaba, y la túnica que me cubría se arrastraba por el suelo. Con la cabeza gacha y mis manos jugueteando entre sí, nerviosa, sin saber qué decirles a mis amigos.
Tragué saliva en cuento los vi a un par de metros de mí, y frené en seco, igual que Kirok. Observé a Sara, Cailye, Daymon y Evan, frente a mí, con sus ojos sobre los míos. Mi cuerpo tembló, pero mi voz no salió. Quise empezar por explicarles lo que ocurría, hacerles entender por qué lo hice, pero no fui capaz de hablar.
Las miradas de Sara y Evan eran similares, ambas igual de preocupadas, con leves diferencias en la intensidad. Mientras Daymon se veía mucho más serio que de costumbre. Cailye, por otro lado, conservó su distancia, con la cabeza gacha y los labios fruncidos.
—Yo… —intenté formular, pero el nudo en mi garganta no me dejaba hablar.
Entonces, Sara avanzó el espacio que nos separaba y me recorrió con sus brazos. Me abrazó con tanta fuerza, con tanto dolor, con tanta tristeza, que pude sentirla sin necesidad del Filtro. Me estrujó, como si quisiera pegarme a ella, como si hiciera años que no nos veíamos. Noté su respiración irregular, y supe que estaba llorando sobre mi hombro, mientras sus manos se clavaban en mi espalda como si no quisiera dejarme ir jamás.
En cuento comprobé sus lágrimas, no pude evitar unirme a su llanto. Dejé salir mis lágrimas sin más, en silencio, mientras miraba a mis tres amigos contemplar la escena con cierto pesar en sus rostros.
—Lo siento tanto —Por un momento creí que fui yo la que habló, porque tenía en mente decir algo similar, pero en realidad fue Sara quien se disculpó en mi oído—. En verdad lo lamento, espero que puedas perdonarnos.
Abrí los ojos, entre sorprendida y confundida, y me alejé un poco de ella para poder observar su rostro. Sus oscuros ojos reflejaban culpa, de ese tipo de culpabilidad que te carcome por dentro, de ese que no te deja respirar. La vi así, dolida, rota, con un nudo en la garganta… y no supe qué pensar.
—¿Por…? ¿Por qué te disculpas? —pregunté, con la voz quebrada—. No has hecho nada malo, soy yo la que debería disculparme por habérselos ocultado.
Ella negó con la cabeza, varias veces, clavándose más y más esa estaca en el corazón.
—Fue nuestra culpa —soltó, y por cómo se tensaron sus músculos supe que ella era de las más afectadas por la situación—. No me di cuenta por lo que estabas pasando, en todo este tiempo me concentré en otras cosas, y te dejé sola, lidiando con el problema.
—No es tu culpa, no lo sabías… —recalqué, pero su postura no cambiaba.
—Pero ese día tampoco hice nada —exclamó, frustrada—. No sabía que tenías problemas para decidirte por lo que ibas a hacer. Te dejé a ti sola la decisión, la responsabilidad, te cargué con mucho peso porque creí que considerarías tu vida al tomar una decisión. Pero no lo hiciste, e hiciste algo peligroso que ahora te está pasando factura —Sus ojos se cerraron, tratando de contener las lágrimas, y la fuerza de sus dedos aumentó en mis hombros—. Si hubiera sabido lo que pensabas hacer te habría detenido a como diera lugar, a costa de todo. Jamás permitiría que corrieras peligro si puedo evitarlo.
La miré con tristeza, entendiendo el peso que cargaba sobre sus hombros. Siembre había sido consciente de los sentimientos de Sara por mí, de esa necesidad de mantenerme a salvo, de mantenerme a su lado, como un instinto maternal; y verla así, por algo que hice, me rompía el corazón.
—Fue por eso mismo que no te lo dijo —terció Kirok, con cierta obviedad en su tono—. Ustedes siempre tratan de frenarla, nunca la dejan respirar. Mantienen sobre ella como sus guardaespaldas, es por eso que toma decisiones apresuradas y sin consultarles. Denle un poco de espacio, de libertad.
La mirada de fiera que le dedicó Sara me recorrió la espina dorsal, como un tétrico presagio. Se apartó de mí, y en un par de pasos ya se encontraba frente a Kirok, igualando su altura, y sosteniéndole una mirada asesina que Kirok ignoró por completo.
—Tú cállate, maldito demonio, que todo esto es tu culpa —escupió mi amiga, con veneno, y todos los deseos de enfrentarlo, de cortarlo en pedacitos con su látigo—. Le costaste su vida, eso jamás te lo perdonaré.
Me interpuse de inmediato entre ambos, debido a que la cercanía de sus cuerpos resultaba amenazante, mientras la mirada de Kirok se oscurecía, tornándose como la de un verdugo, y su cuerpo se tensaba ante la provocación.
—No fue su culpa —espeté, en medio de ambos, dándole la espalada a mi familiar para retirar a Sara de su cercanía—. Solo yo tomé la decisión, no culpes a otros por mis acciones.
Irónico viniendo de mí; At sin duda se burlaría de mi comentario si pudiera oírme.
—¡Él tiene la culpa! —gritó Sara, provocando que su largo cabello y su capa se movieran con el gesto para enfatizar—. Desde que se unió a ti nos ha traído problemas, eres la única terca que no quiere reconocerlo.
Kirok hizo el amago de hablar, y soltar algún comentario que avivaría la furia de Sara.