Kamika: Dioses Oscuros

7. A través del portal

El tiempo pasó rápido mientras asistía a Cailye en la cocina. Era buena, toda una profesional respecto a la culinaria, algo en verdad envidiable. Preparó un extraño plato con carne de res, usando costillas, y como segunda carne usó pechuga de pollo. Además cocinó una sopa cremosa con olor a hierbas, quedándole tiempo para hornear algo de pan. Y, por si fuera poco, realizó algunos postres a base de leche y gelatina, con divertidos colores.

Durante todo el trabajo intenté hablar con ella como lo hacía antes, bromear y reír como niñas igual que cuando comíamos galletas a altas horas de la noche; pero todos mis intentos eran en vano. Seguía el hilo de la conversación, me respondía y comentaba, pero faltaba esa chispa propia de la rubia que volvía todo más alegre.

En algún momento toqué el tema de esa noche, de forma discreta, queriendo averiguar con exactitud qué le afectó de esa misión, y si podía arreglarlo. No obstante, ella lo notó rápidamente y me cortó el tema sin darme oportunidad de nada. Dijo que no quería hablar de eso, y yo lo dejé ser, porque hacerla pasar un mal momento era lo último que quería.

Hablamos de trivialidades mientras le pasaba los ingredientes que necesitaba, y entre pregunta y conversa mencionó que ya tenía las cosas listas para mañana, que su abogado no sabía nada acerca del viaje, y esperaba volver antes de que lo notara. Además de eso, le pidió a Daymon que cuidara de sus mascotas, ya que Andrew nunca lo haría y el pelirrojo se llevaba muy bien con Tom.

Para cuando faltó quince minutos para las ocho terminó de agregarle los últimos detalles a la cena, cerrando así la preparación exitosa de dos platos y postre para cada persona. Era increíble cuando se lo proponía.

La vi quitarse el delantal, como una niña pequeña que terminaba de jugar a la cocina, con la cara y el cabello llenos de harina y las uñas llenas de masa. Me miró, y me regaló una sonrisa.

—Recuerda sacar los vasos de la nevera justo cuando los vayas a servir, si los sacas antes se derretirán —Se me acercó, y me entregó el delantal, sin ser consciente de lo sucia que se encontraba su cabeza—. Y si les queda pan no los guardes hasta que no se enfríen, de lo contrario sudarán y se dañarán más pronto.

Asentí, agradecida.

—Muchas gracias, Cailye, en verdad, me acabas de sacar de un gran problema —Intenté sonreír, pero me salió una mueca extraña—. La comida quedó espectacular, sé que les gustará mucho, en especial a mamá.

Cerró los ojos mientras sonreía, en signo de orgullo, y pude ver en ese instante su chispa aunque fuera pequeña y casi imperceptible. Su rostro se iluminó, igual que antes.

—Eso espero —Comenzó a caminar hacia la puerta principal, conmigo pisándole los talones—. Me divierto cocinando, es un pasatiempo que disfruto. Y fue muy grato cocinar para tu familia. Tus padres han hecho mucho por mí, me tratan como alguien más de la familia.

Reí con nerviosismo. Sí, era miembro de la familia, pero ella se metió a la fuerza a la casa. Literalmente mis padres se vieron obligados a aceptarla debido al tiempo que pasaba aquí. Aunque, en realidad, a mamá le agradaba mucho su compañía, igual que a mí.

—Y hablando de eso, ¿dónde aprendiste a cocinar tan bien? Es inusual en alguien de tu edad. Y ahora que lo pienso, tu hermano también cocina muy bien.

Por un segundo pude ver la tristeza pasar por sus oscuros ojos. Agachó la cabeza, pero rápidamente tomó aire y me regaló una cálida sonrisa para acompañar su respuesta.

—Nuestros tíos casi nunca estaban en casa, y cuando sí, luego de un tiempo, dejaron de cocinar para nosotros. Aprendimos de práctica y error.

La sonrisa desapareció de mi rostro, y quise golpearme en cuanto la oí. Me quedé en silencio hasta que volvió a hablar.

—No se lo digas a mi hermano, pero aquí entre nosotras, yo cocino mejor que él —Cuando la vi estaba sonriendo, como si nada, mientras abría la puerta principal. Le devolví la sonrisa, junto con un «seguro» de mi parte. Sin embargo, justo cuando iba a salir, se detuvo y volvió a mirarme, o mejor dicho, miró en dirección a mi abdomen—. ¿Cómo están tus heridas?

Su tono de voz me sorprendió. Era extraño oírla tan apagada y ronca.

—Desapareciendo. La mayoría ni siquiera dejarán cicatriz.

—La mayoría… —murmuró, pensativa. Y se elevó, su mente se quedó en blanco un momento.

—¿Ocurre algo? —indagué, preocupada.

Ella movió su cabeza de lado a lado, intentando volver en sí, y cuando lo hizo evitó el contacto visual conmigo.

—No, estoy bien. Nos vemos mañana, Ailyn, suerte con tus padres.

Y salió. Escuché sus pasos bajando las escaleras, prácticamente huyendo. Me quedé ahí parada, pasmada, sin entender el porqué de su comportamiento tan extraño.

—No tardarán en llegar —Escuché una voz, proveniente del interior de la casa, y supe de inmediato de quién se trataba.

Cerré la puerta, pero no me volteé a encarar a Cody, me quedé con la mano sobre la perilla y apoyé la frente en la madera de la puerta. Sentí la presencia de mi hermano a poca distancia de mi espalda, y me percaté de su mirada sobre mi nuca.

Hubo un momento de silencio y quietud, en el que supe que Cody no se había movido de su lugar, igual que yo.




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