Kamika: Dioses Oscuros

8. La primera aliada

Lo primero que mis sentidos registraron cuando la luz comenzó a desvanecerse a nuestro alrededor fue el frio que acarició mis mejillas. Un gélido viento recorrió mi piel descubierta, haciéndome tiritar, y un extraño olor a eucalipto llegó a mi nariz de pronto. Abrí los ojos gradualmente, con mis piernas temblando de los nervios, y sujeté con más fuerza las manos de las dos personas a mi lado.

Blanco. Bruma. Niebla. Eso fue lo primero que mis ojos captaron mientras me ajustaba a la nueva luz del ambiente. Intenté localizar la fuente de luz, pero el cielo estaba congestionado por la niebla; no conseguía divisar lo que fuera que estuviera sobre nuestras cabezas.

Vi unos cuantos árboles secos a nuestro alrededor, parecidos a los árboles en otoño, pero éstos se veían diferentes, había algo en sus troncos que los hacía muy distintos a los árboles que yo conocía. No vi rastro de hojas secas en el suelo, éste estaba completamente limpio de cualquier suciedad, solo podía sentir la piedra bajo mis pies.

Un imperturbable y aterrador silencio reinaba el lugar, y mi cuerpo comenzó a tiritar de una repentina corriente de viento frio que heló mi piel por debajo de mi ropa. El lugar parecía un cementerio.

Por un segundo nadie se movió, todos estábamos observando con fijeza el nuevo ambiente. A pesar de lucir similar a la Tierra, se sentía diferente. La naturaleza se sentía diferente. Los árboles secos ni siquiera se movían ante el estímulo del viento, y el olor a eucalipto seguía presente en el aire sin provenir de ningún lugar en específico.

—¿Se encuentran bien las dos? —Andrew fue el primero en soltar mi mano. Posó sus ojos en nosotras, analizándonos; lucía serio, pero al menos no tenía el ceño fruncido, más bien parecía consternado.

Asentí, incapaz de hablar, mientras Cailye a mi lado tan solo se limitó a estar ahí parada, observando lo que nos rodeaba y oliendo el aire con suma curiosidad.

Me moví, soltando el agarre de mi amiga, y me di la vuelta para contemplar el aro de piedra que se alzaba a nuestras espadas. El portal brillaba con la misma intensidad que lo hacía del otro lado, iluminando el ambiente tan sombrío que gobernaba el lugar. La piedra a su alrededor se veía perfecta, como si alguien hubiera acomodado bloque por bloque para crear un ancho camino de escaleras que iban a dar al comienzo de lo que parecía un bosque, un bosque seco.

—¿Esperaban algo más brillante? —comentó Kirok, recostado en un muro de piedra que acompañaba la estructura del portal. Sus ojos rojos resaltaban en el gris del lugar, observándonos con cierta diversión—. No se preocupen, verán los soles en algún momento, y además está amaneciendo. Cuando salgamos del Bosque de la Lira los verán en todo su esplendor.

Fruncí levemente mi nariz, confundida. ¿Acababa de decir soles?

—¿Bosque de la Lira? —Le preguntó Andrew, pero sonó más como una exigencia que como una pregunta. Miró un poco mal a mi familiar, pero no se alejó de su lugar junto a mí ni siquiera cuando Kirok se enderezó y caminó hacia nosotros.

—Sí, dios del sol —respondió mi familiar con un poco de sorna—. Estamos cerca del bosque de la lira, el hogar de las Musas. ¿No te trae viejos recuerdos, rayito de sol?

Sentí, como aviso previo, las intenciones de Andrew ante la provocación de Kirok. No podían pelearse tan pronto, no avanzaríamos así. Ubiqué mi mano en el pecho de Andrew, invitándolo a calmarse, y él a su vez se quedó en su lugar. Por lo menos él era tan inteligente como para captar el mensaje que intentaba dar, y entenderlo, ya que Kirok eso le importaba poco.

—¿A qué te refieres con soles? —quise saber.

Kirok posó sus ojos rojos sobre mí.

—Kamigami está iluminada por dos soles, uno de gran tamaño y otro más pequeño, llamados Helios Alfa y Helios Beta. Del mismo modo una gran luna llamada Selene ilumina la noche. De ahí viene el día helio. Zeus dijo que teníamos diez días helios para completar la misión, y un día helio con su respectiva noche selene equivale a tres días terrestres. Significa que…

—Tenemos treinta días para conseguir el espejo y regresar —completé, a lo que él asintió.

—Considero que es poco tiempo, pero ya ves, de lo contrario no sería una misión, ¿o sí?

Kirok sonrió con su típica picardía, a lo que en respuesta Andrew frunció un poco su ceño. Se notaba cuánto le agradaba su presencia ahí.

—Ailyn… —llamó Cailye a mi lado, prácticamente escondida detrás de mí; a ella tampoco le agradaba mi familiar. Sus grandes ojos castaños observaron mis hombros, preocupada—. ¿Dónde está la lechuza?

Pegué un pequeño brinco ante su observación, y un frio terrorífico me recorrió la espalda. Miré mis hombros, busqué en el cielo, me fijé en las ramas de los árboles secos más cercanos, pero no había ni pluma de ella. ¿A dónde se fue? ¿Y si algo malo le ocurrió? ¿Se habría ido sin nosotros? No, imposible, ella era At, nunca me abandonaría.

Andrew posó su atención en mí, y debió notar mi rostro preocupado, porque en seguida posó su mano en mi hombro para que me tranquilizara. Abrió la boca para hablar, pero Kirok ganó la palabra.

—No te preocupes, ella está bien —aseguró mi familiar, con una mirada segura y suficiente—. De hecho, se había tardado en ocurrir.




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