Kamika: Dioses Oscuros

9. Pedir perdón

Dejé que la corriente del rio hiciera su trabajo, que el agua cubriera cada una de mis heridas y los golpes que aún no habían sanado. Me hundí más en el rio, disfrutando de la tranquilidad del ambiente mientras la hubiera, e intentando hallar los soles a pesar de toda la niebla y las nubes que lo impedían.

El agua lila acarició mi piel, curando mis heridas en el proceso. Ya me sentía mejor, y dentro de unos minutos más en el agua podría moverme como antes, como si nada hubiera pasado. Pronto mi piel olvidaría la golpiza de Medusa, aunque mi memoria siempre la recordara. Me daba escalofrío solo pensar en eso, e incluso el dolor fantasma de algunos golpes recorría mi piel como un macabro recordatorio de que sí pasó, de que sí fue real.

Me estremecí en mi lugar, sentada dentro del agua muy cerca de la orilla; quería olvidar el dolor que sentí, pero a pesar de sanar éste seguía ahí.

—¿Estás bien? —La voz de Cailye a mi lado me sacó de mis pensamientos.

La miré, con su cabello rubio mojado sobre sus hombros y parte de su pecho y espalda, y sus grandes ojos observándome, expectantes. Su rubio cabello resaltaba en el agua lila, y su piel se veía hermosa a pesar de la poca luz. No pude evitar pensar que así se vería Artemis cuando estaba en el bosque.

Asentí con una sonrisa para tranquilizarla.

—Lo estoy, solo pienso en lo que pasó. Supongo que no tuve tiempo de imaginarme lo que nos esperaba al llegar. Las cosas van más rápido de lo que pensaba, y cuando estábamos con ellas yo… —Bajé la cabeza—. Yo no supe qué decir para convencerlas. La verdad es que no sé cómo persuadir a alguna criatura de unirse a lo que más odia.

Cailye imitó mi gesto. Movió sus manos, jugando con el agua que corría entre nosotras. El agua salpicaba pequeñas gotas brillantes, como si de alguna forma estuvieran felices.

—No te culpo, nadie lo hace, yo tampoco sé qué habría hecho en tu lugar. Imagino que no debe ser fácil, de lo contrario ya habría ocurrido antes. Pero no te preocupes, hay muchas deidades en este mundo, no todas pueden ser tan… terroríficas.

Lo último lo dijo con cierta duda. La vi temblar, y me sentí culpable. Ella no quería venir, le tenía pánico a ese mundo, y yo la obligué. Sabía que nunca me lo echaría en cara, y aunque lo hiciera la situación no cambiaría. Solo podía aceptarlo, pero fui yo quien la obligó a aceptarlo.

En ese momento recordé lo que le prometí a Evan, y me pregunté cómo sería su reacción al enterarse lo que ocurrió horas atrás con los hermanos. A Andrew lo controló una criatura oscura que bien pudo haberlo matado, y Cailye estuvo cerca de ser envenenada. Suspiré, cansada; sin duda era pésima cuidándolos.

Miré sobre mi hombro a los demás, unos metros lejos del rio pero del lado del Bosque de la Lira, donde el césped era verde y la niebla apenas sí se notaba. Kirok estaba sentado en el suelo, con varias ramas delante y fuego mágico en sus manos; lo vi encender una pequeña fogata, concentrado en la danza de las llamas, sumido en sus pensamientos. Verlo de esa forma todavía resultaba extraño, su comportamiento lo era.

Andrew estaba mucho más lejos de la fogata, pero cerca al rio siguiendo la corriente. Desde ahí podía observarnos a todos, tanto a Kirok como a su hermana y a mí. Y aun así, dudaba que por voluntad propia nos echara una ojeada mientras permanecíamos en el rio; se veía demasiado ocupado como para pensar en algo más lejos de lo que tenía frente a él. Un mapa, el mapa de Kamigami con la ruta hacia Némesis permanecía flotando a la altura de sus ojos, cubriendo parte de su cuerpo. No estaba segura de lo que hacía, pero desde que las Gorgonas se fueron y el ambiente se tranquilizó no había dejado de analizar ese mapa.

«—No tarda en llegar, dudo que haya ido muy lejos.»

Me giré, solo para toparme con el cuerpo traslucido de At. Estaba de pie en la orilla del rio, con los brazos cruzados y una mirada seria, observándonos tanto a Cailye como a mí.

Hablaba de Niké, la diosa alada que nos sorprendió con su presencia. Poco después de aparecer, sin dejar que le hiciéramos ninguna pregunta, salió volando argumentando que tenía hambre y que iría por algunos frutos de Ambrosia ya que todos los cercanos al rio se echaron a perder con la aparición de las Gorgonas; aseguró regresar con comida para nosotros, y nos pidió que la esperáramos. Pero eso fue dos horas atrás, no quería saber hasta dónde fue por comida.

A Andrew no le agradó la idea, y At alegó que eso retrasaría todo, pero ninguno pudo detenerla porque tan rápido como llegó desapareció. Insistí en esperar, pues Niké era, según entendí, una gran amiga de Atenea, y estaba dispuesta a ayudarnos con lo que fuera.

Fruncí el ceño, disgustada.

—Es tu culpa —mencioné, refiriéndome a At. No lo dije en mal tono, ni enfadada, solo lo solté como un hecho innegable del que ya ni valía la pena culpar a nadie—. Lo de Medusa, es tu culpa —Nuestros ojos se encontraron—. Casi me mata, por venganza. Todos los golpes que me dio… estaban tan cargados de rencor… At, sé que ya no importa, pero en serio, no debiste darle la espalda. ¡Era una de tus sacerdotisas! Eras la persona en la que más confiaba, y le hiciste eso… En su lugar no sé si habría actuado diferente.

Me sostuvo la mirada, dura, desafiante, con cierta amargura. Me percaté de que Cailye se alejó un poco de nosotras, como si no quisiera verse involucrada, y la entendía. At podía ser aterradora, y además gozaba torturándome.




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