Suspiré una, dos, tres veces, presa de mis pensamientos. Me removí en mi saco de dormir, sin intenciones de hacerlo. Supe que descansé si mucho una hora, nada tan largo para alcanzar a soñar, pero aun así no era del todo suficiente para reponer energía.
Trataba de no pensar en lo que sucedió con Aracne, de no pensar en las Gorgonas, de no preocuparme con inseguridades acerca de si podría o no cumplir con el objetivo de formar alianzas. Cada criatura era diferente, a cada una debía tratarla diferente. Lo que no servía con una podría servir con otra.
Pero, aun cuando trataba de prepararme mentalmente para aceptar los fracasos, para prepararme para aceptar el odio de las demás divinidades… me resultaba difícil adaptarme a esa nueva responsabilidad que At puso sobre mis hombros.
Ser temida era lo suyo, no lo mío. ¿Cómo podría soportar eso otra vez? Aun me dolían las heridas fantasmas que Medusa me dejó, y aun tenía grabada en mis ojos la mirada de Aracne aun después de varias horas.
No quería recibir los golpes de Atenea, no quería cargar con el odio que sentían por ella… Me parecía tan injusto… Viera como lo viera todo lo que sentían por Atenea ahora lo sentían por mí. No había devolución o ajustes, era lo que era. Fin.
Me giré otra vez, en busca de comodidad y un poco de paz mental, tratando de no llamar la atención de los demás. No teníamos las tiendas armadas por el lugar donde nos hallábamos, por lo que los sacos de dormir y unos cuantos pasos era lo que me separaban de los hermanos y de Kirok. Me concentré en la fogata a la espalda de mi familiar, en las llamas danzantes y la tenue luz que iluminaba la cueva en la que estábamos, queriendo enfocar mis neuronas en otra cosa.
El lugar al que At se refería para descansar resultó siendo una pequeña cueva en medio del bosque. Según lo que dijo At, en su momento fue hogar de Calisto, pero ahora estaba vacía. Algo que resultó ser cierto. La cueva era pequeña, algo húmeda, pero perfecta para dormir con algo más que un toldo de protección.
At se encontraba en el arco de la entrada, vigilando el exterior, dándonos la espalda. Y Kirok, a pesar de estar más cerca de mí que de ella, apuntaba su cuerpo en su dirección, y me daba la espalda. Probablemente estaba mirándola, o quizá estaba dormido; no tenía cómo saberlo.
Afuera todo estaba oscuro. Esa era nuestra primera noche selene en Kamigami. Había algo de luz, pero los arboles bloqueaban casi la totalidad de la luz que Selene desprendía, a pesar de que por lo que escuché la luna era muy, muy, grande, tanto que iluminaba casi como los dos soles helios.
La oscuridad del exterior era aterradora, y la escasa luz convertía la vista en algo mucho más terrorífico. At dijo que en realidad la noche no era tan peligrosa, no más que lo que el día representaba. Pero eso sí, había más paz y disminuía la probabilidad de recibir un ataque sorpresa. Eso pareció tranquilizar a Cailye, ya que dormía como bebé a pesar de que Niké se encontraba a no más de un metro de ella.
Me giré de nuevo, esta vez en dirección al saco de Andrew. Sin embargo, sabía que él no estaba ahí. Hacía algunos minutos él se había levantado, y se dirigió a lo profundo de la cueva con su arco y una mirada sombría. No avisó, es más, se escabulló cuando pensó que todos dormíamos. Pero yo lo vi salir, igual que At; ninguna le dijo nada al respecto.
Sabía que Andrew era un espíritu solitario, por lo que asumí que solo quería estar a solas en rato. Lo entendía, y aunque no me agradaba la idea de que se separara del grupo comprendía que solo debía dejarlo ser él.
Suspiré una vez más, en silencio, tratando de distraer mi mente en otras cosas que no fueran la situación que estaba viviendo. Por unos minutos no quería atormentarme al pensar en eso.
«—Si no vas a dormir deberías hacer algo más productivo con el tiempo —comentó At, girando su cabeza traslucida para posar sus ojos sobre mí. La serenidad que reflejaba su rostro era envidiable—. Revolcarte en la cama no te hará avanzar, ¿lo sabes?»
La miré, sin cambiar mi posición.
—¿Qué sugieres entonces? —pregunté, en voz baja.
Ella desvió la mirada hacia afuera, y aunque no suspiró me dio la impresión de que quería hacerlo.
«—Algo se me ocurrirá —tan solo respondió.»
En momentos así, cuando mi cabeza era un nido de pájaros y mis pensamientos viajaban más rápido que yo, extrañaba a Astra. Extrañaba a la mujer que todo lo tenía bajo control y sabía qué hacer; aunque nunca la escuchaba me tranquilizaba saber que por muy jodida que estuviera tenía alguien a quien acudir, una figura de autoridad que me salvara. Pero ahora… solo un montón de dilemas frente a mí, que no tenía idea de cómo resolver.
—At —llamé, a lo que ella me miró otra vez—. Hebe… ella… ¿qué crees que me diría en esta situación?
Hubo un largo momento de silencio, varios minutos, donde la pregunta quedó suspendida en el aire y creí que At nunca respondería.
«—No lo sé —Inhaló, recordando—. Hebe, esa pequeña, ni siquiera yo la entendía del todo cuando era niña. Siempre se veía tan ávida, con tantas ganas de aprender, con tantos anhelos de crecer y convertirse en una diosa respetable… Recuerdo que no tenía orgullo, no como los otros dioses, eso era algo que siempre me irritó de ella; creo que pasó demasiado tiempo entre humanos. No parecía encajar con los demás dioses, era… diferente —Mientras hablaba noté algo en su tono, pero debí habérmelo imaginado, At no podía hablar con nostalgia en su voz, era imposible. Quizá solo oí lo que quise escuchar—. Y cuando la vi con ustedes se veía tan diferente que no sé qué te diría la Hebe que tú conociste.»