Kamika: Dioses Oscuros

14. Una nueva enemiga

Los colores del atardecer me recordaron lo ocurrido con Até apenas un día helio atrás. El clima era el mismo, el cielo era el mismo, la luna que comenzaba a asomarse entre las nubes era la misma.

Tres días terrestres y las palabras de la diosa seguían dándome vueltas en la cabeza. ¿Qué estaba haciendo Pandora? ¿Por qué hizo lo de mi espada? ¿Cómo supo lo del Espejo de los Dioses?

Suspiré. Desde entonces la cabeza me dolía, algo que por mucha magia que usara no me podía quitar.

Quería respuestas, y aunque Até no era la opción más fiable, no podía evitar pensar que tal vez pudimos haber conseguido algo más de su parte. ¿Qué habría hecho Niké con Até?

Me llevé un fruto de Ambrosia a la boca y lo mastiqué sin pensar mucho en el sabor, con los ojos fijos sobre las llamas que danzaban frente a mí en la fogata cortesía de Kirok. Oía el sonido de la madera quemándose, la voz de Cailye hablando con los pegasos y las risas espontaneas de Niké por quien sabe qué cosa.

Quería discutir lo que había sucedido con mis amigos, con los chicos en la Tierra, pero sentía que hacerlo no era apropiado. Ellos tenían que lidiar con su propia misión, con sus propios inconvenientes, y aunque de vez en cuando nos compartíamos información, ellos no estaban enterados de todo por lo que habíamos pasado.

Las cosas iban bien para ellos. Hasta donde Daymon me contó la última vez que hablamos Logan entró con éxito a la investigación de Aqueronte, y el grupo de Tamara se movía rápido de voz a voz entre las concentraciones masivas más pequeñas. Evan aseguró que no había movimiento de Pandora desde mi juicio, y dijo que de haber algo, lo que fuera, nos avisaría, pues el tema de la primera mujer también les concernía a ellos y le hacían seguimiento como podían.

No había podido hablar con Sara esos tres días terrestres, eso me preocupaba, pero tenía preocupaciones más grandes. A lo mejor solo estaba ocupada, de haber pasado algo grave los demás nos lo harían saber, ¿verdad?

«—No olvides el agua, es necesario consumir ambas cosas a la vez.»

Me percaté por el rabillo del ojo el movimiento de At a mi lado, tomando asiento sobre el tronco en que estaba. La miré, y al hacerlo me permití observar el Valle de Gea. Había algunos árboles solitarios por ahí, pero más que todo la hierba alta, el césped muy corto, y las diferentes flores ocupaban todo el lugar.

Al posar mis ojos en ella vi también a Andrew frente a mí, al otro lado de la fogata. Él estaba ocupado, pues se encontraba redactando un informe para la Corte Suprema y tenía la corazonada de que le estaba costando trabajo decidir qué poner y qué no.

Todos coincidíamos en que había cosas que era mejor que la Corte Suprema no supiera, como lo que hizo Cailye con Calisto, lo que hice con Aracne, o nuestro encuentro con Até.

Dejé el fruto de Ambrosia de color verde a pocos centímetros de mi boca, oyendo con atención el crujir de la madera quemándose.

—¿Alguna vez consideraste lo que pasaría después de usar el Espejo de los Dioses? —le pregunté a At. Ella me miró con atención—. En ustedes, ¿cómo sabían que iba a funcionar, que les quitaría la inmortalidad?

Hubo un momento de silencio. At meditó la pregunta, sosteniéndome la mirada, hasta que por fin la desvió al cielo multicolor sin atisbos de los helios y contestó.

«—No lo sabíamos, de hecho, lo dejamos a la suerte —Había una extraña nostalgia brillando en sus ojos—. Sabíamos que el espejo podría quitarnos la inmortalidad si nos juzgaba, pues ante los principios divinos desear una vida humana se consideraba una ofensa, más aún si era por una relación que no se vería bien vista. Sin embargo, confiábamos en que el espejo lo juzgara de esa forma y no al contrario.»

Repasé su respuesta un segundo.

—Si fueran juzgados por un espejo que es capaz de absorber la inmortalidad como castigo, ¿qué les garantizaría que lo haría? Es decir, eso era lo que ustedes querían, no sería un castigo para ustedes.

At inhaló.

«—Pensé lo mismo cuando Apolo lo mencionó por primera vez, pero al menos de esa forma existía la posibilidad. No estaba asegurado, pero era lo más seguro que teníamos entonces.»

Así caímos en un silencio denso. Continué comiendo, con la cabeza vuelta una bola de estambre. Hasta que luego de algunos minutos me atreví a hacer la pregunta que en verdad me interesaba y cuya respuesta no estaba segura de querer oír.

—¿Qué sucederá conmigo cuando me refleje en el espejo? Acepté con los brazos abiertos la idea de buscar el espejo, era y sigue siendo mi única opción posible, pero más allá de que puede absorber la negatividad no sé nada más acerca de ese misterioso objeto. Y, por lo que más quieras, no me digas que aún no estoy lista para saberlo, porque es algo que tarde o temprano sabré y quiero estar preparada para cuando lo encuentre.

La traslucida versión de Atenea me miró a los ojos, y aunque su expresión se veía inescrutable, como la de una pintura, sabía que algo estaba pensando, algo estaba considerando.

«—El Espejo de los Dioses no solo absorbe la negatividad. Su principio fundamental es juzgar y arrebatar algo como respuesta. Te puede sanar, es verdad. Podía despojarnos de nuestra inmortalidad, eso también es cierto. Pero no funciona igual con todo el mundo. A un dios que abusa de su poder, se lo quita. A un dios que odia, le quita su rencor. Imparte su justicia, es por eso que es Némesis y no Temis quien lo custodia. Para algunos tener ese poder no es equilibrio, y como sabrás, Temis está obsesionada con su equilibrio.»




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