No alcanzaba a ver los rayos de Helios, pero a juzgar por la luz del ambiente y el aumento de fogatas supe que dentro de poco caería la noche selene. La luz rosada del ambiente me indicaba entrada la tarde, algo que me recordó mucho a la Tierra… vaya que extrañaba mi hogar, más aún en ese momento.
El campamento era impresionante. Cientos de ninfas se movían de aquí para allá, y supe que las que nos rodearon en el bosque apenas eran una pequeña porción de la totalidad de oréades que vivían ahí. Al pasar se nos quedaron viendo, mientras las que sabían lo que ocurría ponían al tanto a las demás.
Oí exclamaciones, miradas de perplejidad y preocupación, y todo el mundo se quedó en silencio, observando cómo avanzábamos por aquel campamento de ninfas. Me sentí como una atracción de feria con todos esos ojos sobre nosotros, todos ellos demasiado intensos.
El lugar tenía algunos puntos específicos, como una gran hoguera que estaba en el centro de todo o una choza hecha de ramas y lianas que era más grande que las demás, pero todo lo demás lucía como un campamento de entrenamiento militar.
Alcancé a ver una pista de obstáculos, un corral con algunos pegasos bebés y niñas ninfas intentando controlar las raíces de un grupo de árboles pequeños. Incluso me pareció ver a un fénix volando cerca, pero quizá lo imaginé.
Un olor dulzón impregnaba el aire, producto de los laureles, y hacía calor, como si el calor de los soles se hubiera encapsulado en ese lugar. Le daba un toque húmedo al ambiente, más boscoso. Y debido a eso la tierra de encontraba mojada, aunque no tenía del todo claro si en Kamigami llovía, embarrando mis zapatos.
Había algunas ninfas practicando magia de ataque, pero en cuanto nos vieron se detuvieron para observarnos con toda su atención. Otras hacían crecer las plantas en un rincón lejano, pero igual que todos solo nos miraron. Todas vestían de forma similar, pero con grandes diferencias en su apariencia.
Lo cierto era que el lugar tenía muchas áreas para diferentes actividades, y las ninfas iban de un lugar a otro entrenando, preparándose para la guerra. Eso resultaba ser bastante conveniente.
Verlas entrenar, ver la cantidad, su poder tanto mágico como físico, me renovaba la esperanza de que teníamos una posibilidad contra Pandora, que esa lucha no estaba perdida, que podríamos ganarle.
Sonreí con esa idea en la cabeza aun con todos los ojos sobre nosotros, y así fue como llegamos a una gran choza donde esperaba un grupo de ninfas que no había visto. Se veían mayores, pero eso no les quitaba la energía que desprendían, esa viveza que te decía que podrían enfrentarse a cualquiera en cualquier momento. Una gran mesa hecha de madera ocupaba el mayor espacio del lugar, y ellas la rodeaban con apenas espacio para nosotros.
Diana se detuvo frente a la choza, volviéndose hacia nosotros.
—Ellas son las ninfas en jefe de este escuadrón —dijo la ninfa—. Se encargan de la dirección del entrenamiento de las más jóvenes y me ayudan a supervisar todo lo que pasa por aquí.
Eran siete en total, y ninguna de ellas nos miró con simpatía; si bien no había hostilidad en sus ojos tampoco calidez. O mejor dicho, a mí y a Andrew, ya que no parecían tener problema con la presencia de Cailye por ahí.
—Ya Clyrio nos puso al tanto de su decisión, líder Diana —dijo una de ellas, una con el cabello azul muy liso—, pero nos gustaría que nos replanteen lo que quieren hacer. Queremos oír el plan que desean seguir.
—No estamos en contra de luchar —dijo otra de las mujeres, una que tenía una mirada muy tranquila—, muchas de hecho lo consideran un honor. Sin embargo, el enemigo al que quieren enfrentar es el reino de Pandora. Debe estar consciente de lo que eso significa, líder Diana.
Diana tomó una postura firme, una sonrisa ladeada, y una mirada llena de confianza.
—Significa lo que toda guerra significa —contestó—. Habrá perdidas, siempre existirá la posibilidad de ser derrotadas, las cosas cambiarán para siempre sea cual sea el resultado final. Lo sé, es lo primero que las ninfas guerreras aprendemos. Pero es un precio que yo y la mayoría de las oréades estamos dispuestas a pagar.
Las ninfas la observaron, sin dejar ver su apoyo o su reprobación.
—Muy bien —dijo una de ellas, dirigiéndose a nosotros—. Los escuchamos.
Aunque me miraron a mí fue Andrew quien dio un paso adelante, captando la atención de las ninfas. Sabía que Andrew podía ser muy elocuente si se lo proponía, pero por alguna razón no me lo imaginaba en un discurso largo o una conversación con mucha participación.
Pero antes de que dijera nada su primera acción fue levantar la mano donde tenía el intercomunicador. La joya brilló de un tenue azul cielo, hasta que ese mismo brillo formó una pantalla holográfica que dejaba ver el rostro de Evan.
Saludó a Andrew de forma casual, y él le respondió el saludo como si nada, como si se hubieran visto apenas hacía unas horas.
—La otra parte de los Dioses Guardianes esperan en la Tierra —dijo Andrew, con rostro serio—. Si vamos a estructurar un plan a seguir contar con su opinión será útil.
Evan asintió de acuerdo, mirando a las ninfas con cortesía, y saltándose a propósito mi mirada acusadora. No supe en qué momento Andrew habló con él, porque parecía que Evan estuviera esperando una situación así para relucir su habilidad con las personas.