Kamika: Dioses Oscuros

20. Helios y Selene

Caminé de un lado a otro en el pasillo adyacente al cuarto donde Andrew se encontraba. A pesar de que la herida ya había sanado, Clare le recomendó que descansara un rato. Y de paso nos dijo que los hipocampos estaban en buenas manos y pronto tendríamos buenas noticias.

Buenas noticias.

Ya no sabía qué era una buena noticia.

Di vueltas de un lado a otro, vigilando la puerta de la habitación como un perro guardián. Impaciente, ansiosa.

Una vez llegamos al templo y tuve tiempo para calmarme y respirar caí en cuanta de lo que le dije a Andrew. Y me sentía fatal. Por supuesto, el que me arrepintiera de haber discutido con él no borraba el hecho de que lo que dije fue verdad.

Y tal vez esa era la peor parte: tanto lo que él dijo en las cuevas como lo que yo le dije en el fondo del mar, era verdad. Una horrible verdad que siempre estuvo ahí.

No sabía qué decirle cuando lo viera, ni con qué cara mirarlo. Y llevaba todo ese tiempo pensando en algo coherente qué decirle. En ese momento la tensión entre nosotros se podría cortar con una tijera, y se sentía horrible estar así de nuevo.

¿Qué me estaba pasando? Estaba celosa de At, siempre me sentí incomoda en ese tema, pero explotar de la forma que lo hice… No era algo que me esperaba. Apreciaba a At, era la única persona que tenía para que me instruyera a falta de Astra, y yo sabía que no era tan mala como lo creí en un principio. La llegué a querer, y aun así…

¡Ahg! No tenía caso pensar en nada de eso.

Quería entrar y solucionar todo con él, el problema era que aún no sabía qué decirle.

Estaba tan sumida en mis pensamientos que cuando mi palma vibró no solo pegué el brinco, sino que casi desenfundé mi espada. Me tomó un segundo caer en cuanta de que se trataba de una llamada de mi intercomunicador.

Respiré aliviada, notando que recientemente estaba más sensible que de costumbre, y alejé la mano del mango de mi espada justo antes de contestar.

La imagen que apareció frente a mí dejó al descubierto el rostro de Daymon, el hermoso y tallado rostro de mi amigo pelirrojo, ofreciéndome una radiante sonrisa como solo él podía hacerlo. Sonreí también al verlo tan alegre, hasta que noté que su cabello estaba cubierto de harina al igual que gran parte de su cuello y hombros.

—¿Qué fue lo que te pasó? ¿Por qué estás lleno de harina? —quise saber.

Él amplió más su expresión, dejando un ángulo lo suficientemente amplio para notar que en realidad todo su cuerpo estaba lleno de harina y que se encontraba en la cocina de mi casa, que por cierto también parecía haber presenciado un ataque terrorista de harina. Y además las ventanas parecían brillar de un color anaranjado vibrante, como producto de la magia divina de Daymon.

—Es… una historia muy interesante —dijo, despreocupado—. Algún día te la contaré.

—¿Y por qué estás en mi casa? ¿Dónde está Sara? ¿Por qué no está contigo? ¿Y esa luz en las ventanas?

Pero no alcanzó a contestar, porque de inmediato una nueva persona se sumó a la llamada. Sus ojos claros y cabello oscuro practicante se estrellaron contra la muñeca de Daymon, y al verla, ver ese rostro tan familiar, me hizo desear regresar a casa a como diera lugar. Verlos siempre era duro, y mis problemas me mantenían lejos de pensar en ellos. Solo cuando los veía era consciente de lo separados que estábamos y de cuánta falta me hacían.

—Hola, mamá —saludé, conteniendo el nudo que se implantó en mi garganta.

—Ailyn —suspiró—. No sabes lo mucho que me alivia poder verte al fin. ¿Por qué no nos has llamado? ¿Cómo está todo por allá? ¿Cómo te sientes?

Me mordí la lengua, consciente de nuevo de todo lo que les ocultaba a mis padres y reafirmando mi decisión de que era mejor que no supieran demasiado. Ni siquiera mis amigos en la Tierra estaban al tanto de absolutamente todo.

Sonreí como pude.

—De maravilla. Me siento muy bien, las cosas funcionan como esperábamos y estoy segura de que regresaremos sin contratiempos en algunos días.

Ella inclinó su cabeza, y me dedicó una mirada dolida y ojos preocupados. Hubo un pequeño momento de silencio, y supe por la expresión de Daymon que quería salir huyendo de un momento incómodo.

—Cariño, sé que hay cosas que no nos puedes decir, pero no es necesario que mientas.

Mi sonrisa se borró.

—Mamá, yo solo… —Sacudí la cabeza—. Han pasado muchas cosas últimamente, apenas sí tengo tiempo de comer y dormir, y siento que en cualquier momento una roca me va a caer encima y me va a aplastar. Yo me siento tan… —Suspiré, consciente de que iba muy rápido y ni yo entendía lo que decía—. Olvídalo. Lamento no hablar con ustedes, pero la verdad es que casi ni hemos hablado con Sara y los demás. No es un paseo, mamá, no es buena idea detenerse a conversar en medio de la nada.

Vi todo lo que quería preguntar, todo lo que quería decirme, y sabía que podría tirarme horas y horas hablando con ella y respondiendo a sus preguntas con la honestidad que pedía. Sabía que podría volver a enfermar, sabía que a Cody no le agradaba que hablara con ellos sobre todo eso estando lejos, y sabía que no tenía deseos de que supieran lo que pasaba.




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