Era de noche cuando dejamos el templo de Poseidón. Luego de despedirnos de Clare y apenas haber visto una vez más a Nerón, pues seguía demasiado ocupado, seguimos nuestro camino.
Los hipocampos eran impresionantes; tal vez tres veces más grandes que un caballo normal, y en lugar de patas traseras contaban con una potente cola. Todos eran de diferentes colores, mientras el mío era blanco al igual que el de Niké, los otros tres eran grises tirando a azules. Lo que los distinguía era el color diverso de sus escamas que resultaron tornasoles. A pesar del tamaño todos resultaron ser muy tranquilos y amigables.
Las ninfas cumplieron su palabra y nos acompañaron gran parte del trayecto. El grupo del comandante Luke y él en persona fueron los voluntarios para escoltarnos, y como ellos nadaban a gran velocidad prácticamente igualaban la velocidad de los hipocampos.
Y los hipocampos nadaban mucho más rápido de lo que los pegasos volaban. El viaje sobre ellos se sintió como un viaje sin fin en una montaña rusa, y apenas sí pude notar los detalles del ecosistema.
Fue de esa forma como pasó el tiempo, un día terrestre, dos, tres... Dos días helios completos de viaje, cruzando el Océano Hydros. Solo paramos algunas veces a comer para que los hipocampos pudieran descansar y reabastecerse, pero gracias a las algas ni nosotros ni los hipocampos gastamos tiempo durmiendo.
El viaje transcurrió sin inconvenientes mayores, el problema llegó cuando las ninfas nos comunicaron que no podían seguir acompañándonos poco más de un día helio después de salir del palacio.
Se despidieron con el mismo respeto y distancia de siempre, dejándonos al filo de un acantilado cuyo final no se veía debido a la oscuridad. La fosa de Oblivion, mencionaron ellos antes de irse; ese era su límite, sus tradiciones no les permitían ir más allá. Sin mencionar que era peligroso.
Avanzamos a través de la fosa con una velocidad más precavida, pues ahora sin la protección del grupo del comandante Luke estábamos más expuestos y propensos a ataques.
Al principio creí que algo saldría de la oscuridad y nos arrastraría a una nueva batalla, pues más o menos a eso me acostumbré. Por lo que cuando atravesamos la fosa sin contratiempos no sabía si debía sentirme a salvo, porque siempre que pensaba que lo estaba algo más ocurría.
No me permití relajarme, y de igual forma mis amigos tampoco bajaron la guardia en todo el camino. El tema de conversación era limitado, pues todos estábamos concentrados en nuestro entorno como para entablar una charla casual.
Para cuando recorrimos el Oceano Hydros y los hipocampos nos llevaron a la superficie nos quedaban tres días helios para completar la misión.
Era entrado el atardecer, y cuando mi cuerpo salió al exterior una brisa helada congeló mi piel. Tirité del frio en cuanto la calidez del agua dejó de protegernos para lanzarnos a la tormenta de la superficie que no se veía desde el fondo.
Nos encontrábamos en la costa que limitaba con el océano, una agrupación de rocas unas encima de otras que hacían muy inestable el terreno. Frente a nosotros se alzaba un acantilado de varios metros, a cuyos pies se formaba una especie de camas de rocas en punta.
El cielo estaba cubierto por nubes de tormenta aunque no llovía, y el agua estaba agitada, como justo antes de un gran tifón. Todo era gris, hacía mucho frio, y el ambiente se sentía desolado y triste. Muy opuesto a los colores y la calidez de Gea Hija Sur.
—¿Esta es Gea Hija Norte? —pregunté, creyendo y esperando que estuviéramos en el lugar incorrecto.
Los hipocampos nos acercaron a la orilla, y con algo de esfuerzo logré pararme sobre las rocas húmedas y mohosas sin resbalarme. Agradecí llevar una sudadera, ya que pude acomodarme la capucha para combatir en algo el clima impiadoso.
—Sí, sin duda es aquí —dijo Niké mientras se llenaba los pulmones del aroma del lugar, nostálgica—. De los peores lugares en Kamigami para morir. Nadie encontrará tu cuerpo nunca si eso sucede.
La miré mientras una gran sonrisa se extendía por su rostro, muy a contraste con el paisaje y el ánimo del clima.
—La luz del sol no entra —comentó Cailye frotándose los brazos. Un hipocampo la movió para que les prestara atención, y ella en respuesta lo acarició—. ¿Siempre es así?
Andrew fue el último en poner un pie sobre las rocas. Retrocedí un poco para darles más espacio a los demás de asegurarse al terreno, pero el moho me hizo resbalar y casi caí. Por suerte Andrew tomó mi brazo a tiempo.
—Gracias… —murmuré a lo que él asintió. Una vez me sentí más estable me deshice de su agarre.
«—Cuando hay buen clima sí —contestó At a la pregunta de Cailye. Estaba a mi lado, como siempre—. Este continente es todo lo opuesto a Gea Hija Sur, por lo que el clima tempestuoso, las fuertes nevadas y la niebla son cosa de todos los días —Avanzó un poco lejos de nosotros, hacia donde las rocas formaban una especie de camino—. Tengan especial cuidado con los habitantes de este lugar, su personalidad compite con el clima.»
Me froté los brazos, nerviosa y asustada. El clima me daba un mal presentimiento, un mal recuerdo borroso. Y además, si los residentes de Gea Hija Sur eran temperamentales y poco amistosos, no quería ni imaginar cómo serían los de Gea Hija Norte.