Kamika: Dioses Oscuros

25. Preferir la muerte

No sentía dolor, no sentía tristeza. No lloraba. No gritaba. Nada. Yo me había vuelto nada.

Mejor así. Sin nada. Hundiéndome en la inexistencia en la que me encontraba. No quería recordar, no quería sentir, solo quería quedarme en esa posición hasta que mi cuerpo muriera de inanición.

Solo estaba ahí. Ni siquiera sabía en dónde. Tenía las piernas recogidas y estaba sentada en el suelo, recostada contra una pared fría. Todo era blanco, el suelo y las paredes, y si ese era el techo también era blanco. No sabía en dónde comenzaba cada uno y tampoco me importaba.

Incluso yo estaba vestida de blanco.

Si el tiempo estaba corriendo no lo sentía. Yo solo era un cascarón vacío que ni siquiera era capaz de llorar.

Escondí la cabeza entre mis rodillas y así me quedé por lo que me pareció una eternidad. Sabía que debía estar triste, destrozada, pero ya no recordaba por qué. Había inquietud en mi pecho, una sensación amarga y fastidiosa que no se alejaba con nada, pero no sabía de dónde venía.

Al cabo de un rato escuché pasos de alguien próximo. Levanté un poco la cabeza, lo suficiente para observar a la recién llegada.

Me quedé con la boca abierta al observarla, con los ojos bien abiertos y el cuerpo petrificado. No sabía a qué parte de su cuerpo mirar, no sabía cómo me tenía que sentir.

Era yo. Mi cabello, mis ojos, mi cuerpo. Vestía incluso como estaba en ese momento. Y sonreía. Me observó desde arriba con una sonrisa dulce y preciosa, ¿así me veía yo cuando sonreía? Había alguien al que le gustaba mi sonrisa, pero no conseguía recordar quién.

—¡Hola!

La otra chica habló, o mejor dicho la otra yo, con mi voz. Lucía alegre y despreocupada, como un ángel que no tenía ninguna pena.

—Hola.

Inclinó la cabeza a un lado cuando le contesté sin entusiasmo. Debía verme tan gris a su lado como me sentía. Un dibujo inanimado, una pintura a blanco y negro.

—¿Puedes levantarte? No te escondas, quiero verte bien.

Sonaba tan extraño escucharla hablar con mi voz en un tono que contrastaba tanto con el mío. No me gustaba.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres? —pregunté en cambio, sacando por completo mi cabeza del escondite.

En ese punto de mi vida no debía sorprenderme tanto una cosa así.

—Estás aquí. Aquí, aquí.

—¿Aquí?

—Sí. Aquí. Dentro de tu cabeza. Es tu subconsciente, la parte de ti que permanece activa cuando tu cuerpo no está consciente o no conecta con tu cerebro.

Miré hacia todos lados. Solo había blanco y mucha luz, como un cuarto cerrado. Siempre pensé que mi subconsciente estaría hecho un caos con múltiples papeles y bocetos de ropa por todas partes, versiones de mí misma yendo de un lado a otro y mucha basura regada por ahí, junto con tela de muestra y piezas a medio terminar. Pero ese lugar era limpio y… Y no había nada.

—¿Cómo llegué aquí? No recuerdo lo que hacía antes de esto.

Mi otra yo apretó los labios y volvió a inclinar su cabeza a un lado. Se veía tierna.

—Es el último paso, creo. Normalmente las personas no tienen acceso a su subconsciente además de los sueños, pero contigo hicieron una excepción. Es muy difícil conectar ambas partes, solo entre las dos pudieron conseguirlo.

Levanté más la cabeza y fruncí el ceño.

—¿Quiénes?

—Perséfone y Hera, por supuesto. Ambas son expertas en estos temas, pero solo juntas consiguieron darte una última decisión. Y lo hicieron justo a tiempo, de haber tardado un segundo más te habrías ido para siempre.

—¿Ultima decisión? ¿De qué hablas? Ni siquiera me has dicho quién eres.

Eso pareció recordarle algo importante.

—¡Cierto! Lo siento —Extendió su mano hacia mí—. Soy tu conciencia. Esa que siempre te dice que corras soy yo. Sé que puedo ser muy pesada, pero la verdad es que pocas veces me haces caso.

Tomé su mano y cuando lo hice además de saludarme me ayudó a levantar. Era de mi misma estatura, de pie era como verme en un espejo. Un espejo roto porque ella sonría y yo no.

—¿Y qué hago aquí? Sé que hay algo importante que debería estar haciendo, pero ya no recuerdo qué.

—Es como te dije. Querían darte una última decisión, ayudarte. Estás al borde de la perdición y salvarte significa salvaguardar la Luz de la Esperanza. Pandora está muy cerca esperando el momento justo luego de que perdieras el control, tus amigos tratan de traerte de vuelta pero estás en un punto indeciso. No pueden recuperarte si tú no quieres volver.

—¿Q-Qué?

Casi me desplomé de nuevo sobre el suelo, pero ella me sujetó ambos brazos para que no me fuera de bruces.

Asintió y continuó.

—Sufriste un trauma. Eso rompió el sello que Hera puso sobre ti y el Filtro se reactivó. Tomó tus sentimientos y los de tu amiga e intentó purificarlos, pero como sabes está roto y no se puede usar. Estás en la fase final de tu transformación, se supone que es un punto sin retorno pero en tu caso es la última elección que tienes. Y es meramente tuya, nadie está aquí para decirte qué elegir. Eres lo único que queda de ti antes de que la oscuridad consuma tu energía divina y te conviertas en un Ser de Oscuridad, si eso ocurre la Luz de la Esperanza se extinguirá. Eso si Pandora no la consigue antes.




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