Kamika: Dioses Oscuros

29. Némesis, la venganza

La Esfinge.

Había leído sobre ella, pero jamás creí que pudiera conocerla algún día.

Una completa sorpresa. Justo frente a mí, enorme e imponente, con el cuerpo de un león, alas de ave y… cabeza de mujer. Del tamaño de todo el cubo, dejando espacio para unos pequeños pasillos a los lados y un recibidor, donde nos encontrábamos al entrar.

Pero se trataba de una estatua. Una estatua hecha del mismo tipo de arena que se encontraba afuera y entraba por la gran puerta abierta. Parecía un templo, una reliquia, era sublime, magnifico… Me quitó el aliento en cuanto la vi.

Se encontraba acostada, con las patas hacia afuera y la cabeza en alto. Frente a ella ni siquiera alcanzábamos la altura de una de sus garras. Su mirada estaba perdida, ruda, no parecía viva por ninguna parte.

Entré sin pensarlo dos veces, adelantándome a los demás. Niké permaneció cerca de mí, cuidando mi espalda, ya que Kirok se quedó a medio camino, recuperándose, y Cailye ni siquiera puso un pie dentro del cubo.

La arena blanca que cargaba el viento me golpeó en la espalda, más frío que antes, pero olvidé por completo el hecho de que había algunas Furias afuera todavía y solo avancé.

Frené solo cuando me encontraba a pocos metros de la Esfinge, dejando a mi espalda una larga distancia hasta la entrada.

—Es… bellísima.

«—Así que aquí terminó —comentó At a mi lado de repente—. Muchos creímos que se fue con Nyx, pero creo que fue Némesis quien se encargó de ella. Solía ser mucho más pequeña, no entiendo cómo alcanzó este tamaño ni porqué está cubierta de arena.»

Eché una ojeada a un lado de la Esfinge. No había nada, lo mismo del otro lado, pero era tan grande que dudaba que hubiera algo atrás. Ocupaba casi todo el espacio disponible dentro del cubo.

El lugar era iluminado por una luz proveniente de las paredes, como si por dentro estuvieran cubiertas de oro. No había candelabros, ni cortinas, mucho menos ventanas o cualquier otra cosa vistosa. La Esfinge resaltaba por su soledad.

—¿Dónde está el espejo? ¿Y Némesis? Creí que estaría aquí.

No sentía la presidencia de ninguna otra deidad, si acaso lograba percibir la vitalidad de la Esfinge, eso fue lo único que me dijo que a pesar de su aspecto estaba viva, como At lo dio a entender.

Si no había nada más en ese lugar, si todo lo que resguardaba esa fortaleza era la Esfinge y toda esa seguridad era para protegerla, entonces…

Me acerqué más, casi rozando con mis dedos una de las patas de la Esfinge, lo hice despacio como si se tratara de un animalito que saldría corriendo.

—¿Es espejo está… en su interior…?

En ese instante todo pasó muy rápido. Sentí el cuerpo de Niké sobre el mío, protegiendo mi mano extendida y de paso la parte frontal de mi cuerpo. Se interpuso entre la Esfinge y yo como un escudo.

Por un milisegundo no entendí su reacción protectora, pero en cuanto pasó frente a mí, cubriéndome, vi la silueta de alguien más justo donde yo estaba parada unos segundos atrás.

Un filo apareció en el aire, apenas sí me percaté de él, el filo de una espada tal vez, pasó exactamente por el mismo lugar donde yo tenía mi mano.

Abrí los ojos al entenderlo. Niké me salvó de perder mi mano. Pero, ¿cómo? Yo ni siquiera vi el movimiento de esa nueva persona ni sentí su cercanía. De repente estaba justo ahí, parada frente a la Esfinge en una postura protectora, con una ¿catana? Sí, una catana, dos de hecho.

Una mujer. Tenía el cabello con un corte descuidado sobre los hombros y parte de su cara, como si se lo hubiera cortado ella misma con sus catanas, negro azabache de su mitad derecha y blanco inmaculado de lado izquierdo. Su piel era pálida, como si llevara siglos sin tomar sol.

Y aun estando frente a mí no pude sentir su presencia. Mi magia, mis sentidos, me decían que ahí no había nada aunque la estuviera viendo con mis propios ojos.

Cuando Niké se paró frente a mí noté que ambas tenían la misma altura, y además de eso sus vestidos coincidían en la poca tela que portaban. La ropa de aquella mujer era poca y ligera, justo sobre la cadera, pelvis y el busto, con largas colas a ambos lados de su cintura. Dorado y cobre, con blanco y negro; un estilo que me recordó a una princesa egipcia. Tenía un patrón circular en el abdomen, un tatuaje café que en otra época se camuflaría bien con su piel pero ahora resaltaba.

¿Acaso ella y Temis tuvieron el mismo tono bronce de piel en la antigüedad, o eran diferentes desde el principio?

No podía ver sus ojos, los ocultaba su liso y disparejo cabello.

¿Ella era…?

—Némesis —dijo Niké a modo de saludo, uno un poco hostil—. Pareces un fantasma.

La diosa de la venganza nos mostraba su lado derecho, pero en cuanto escuchó la voz de Niké nos miró de frente.

El cabello ocultaba la mitad de su rostro hasta la punta de su nariz, pero alcanzaba a percibir una gran cicatriz en la mitad de su cara, sobre su mejilla izquierda y probablemente su ojo izquierdo, no lo sabía, se perdía en su melena bicolor.

Separó sus labios pálidos, como si apenas entendiera lo que ocurría.




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