Kamika: Dioses Oscuros

30. El último adiós

Sentí el calor en cuanto entramos a la cámara. Se sentía cálido y acogedor.

Las paredes tenían cortinas largas y rojas que no ocultaban nada tras ellas pues no había ventanas a la vista. Entre ellas se contaban varios candelabros con antorchas encendidas, de ahí provenía el calor, repartidas alrededor de la cámara con forma circular.

La luz del fuego iluminaba el lugar, dándole poca visibilidad salvo por la luz amarilla. El suelo estaba hecho de rocas, piedras gruesas bien apiladas. Se parecía a la estructura del portal.

Pero nada de eso era lo más vistoso del lugar. No había nada ahí salvo por un enorme monumento que se elevaba en todo el centro del salón. Alto, ancho, ocupaba casi todo el espacio; era más alto que el portal del Olimpo.

Parecía una puerta gigante, pero en realidad se trataba del espejo, estaba segura. No sabía con exactitud qué esperaba encontrar, pero sin duda ese espejo de quince metros de alto no era lo que tenía en mente.

Nos daba la espalda. Se alcanzaba a notar el brillo emitido por el espejo del otro lado, blanco con destellos azules, pero la parte de atrás era la que daba la cara a la puerta. Tal vez por cuestiones de seguridad.

Andrew me haló más hacia adentro.

—Debe ser peligroso que le dé la cara a la puerta —comentó a lo que yo pensaba—, de esta forma es más fácil regular su uso a conciencia.

Resultaba un poco claustrofóbico el lugar. El techo era muy alto, no había ventanas, solo una puerta. Una bóveda. Hermética. Escalofriante.

No podía creer que estaba justo ahí, a pasos de mí. Más de un mes en ese mundo horrible para encontrar ese espejo, todos esos días durmiendo a la intemperie con la angustia de ser atacados en cualquier segundo, tanto tiempo comiendo solo frutos de Ambrosia… Todo. Había valido para algo.

Cada cosa que tuve que dar, cada trato que tuve que cerrar, cada peligro que tuvimos que enfrentar. Habían valido para algo. Si ese espejo funcionaba entonces nada fue en vano. Quería llorar de la emoción, dar pequeños saltitos. Pero me contuve; aún era muy pronto para celebrar.

Andrew tuvo que moverme del hombro para sacarme de mi ensueño.

—¿Estás lista? —preguntó con una mirada seria pero vacilante.

Asentí automáticamente. Pero para nada estaba lista. Quería hacerlo pero me aterraba.

Apretó mi mano entonces, esa que sujetaba desde que entramos y que pasados varios minutos aún no había soltado.

—Estará todo bien, me aseguraré de que así sea. —Hizo una pequeña pausa—. Estaré a tu lado todo el tiempo, no te preocupes.

Volví a asentir, intentando tragarme mi miedo. Si Andrew no hubiera aparecido, si no estuviera ahí, ¿podría haberlo hecho sola? Sí, porque no hubiera estado sola. Pero habría sentido más incertidumbre si ese fuera el caso. Podía estar segura de que estaría bien, Andrew nunca dejaría que algo me pasara.

Respiré hondo varias veces, tomé aire con todo lo que pude. Andrew alejó sus manos de mí para darme espacio.

Avancé hacia el espejo conteniendo el aire en mis pulmones. La rapidez de mi corazón no me dejaba respirar correctamente, mis manos me sudaban demasiado. Kirok me ofreció una mirada de aliento, Niké sonrió, Cailye murmuró un «suerte», y At tan solo me miró.

Cerré los ojos, tomé fuerzas de donde pude, y sin pensarlo dos veces me aventé frente al espejo.

La luz se filtró a través de mis parpados, eso me obligó a abrirlos. Azul, el espejo emitía un intenso brillo azuloso que iluminaba esa parte de la cámara, como si estuviera bajo una gran lámpara fluorescente. La superficie era muy lisa, sin rasguños ni manchas; se mantenía en un muy buen estado.

La intensa luz pronto se mezcló con un nuevo brillo blanco, menguando la intensidad del color. El tono de azul cambió, ahora más suave y sutil. Me iluminaba la piel como si estuviera cubierta de escamas plateadas y brillantes, el ambiente parecía tener escarcha volando por todas partes.

La cantidad de luminosidad hacía difícil mantener los ojos abiertos, dolía observar fijamente el espejo.

Me vi entonces reflejada en él. Y casi no me reconocí. Mi cabello lucía diferente a como era usualmente, estaba enredado y descuidado, había perdido su volumen y brillo; mi peso estaba bajo, casi podía verme en los huesos; la ropa me quedaba más grande de lo normal y tenía un par de ojeras que parecían un antifaz. Lucía desmejorada, agotada, como si un camión me hubiera arrollado más de una vez.

Por un largo momento no pasó nada, parecía un espejo gigante común y corriente. Brillaba, resplandecía como cualquier objeto mágico, solo eso.

Estiré mi mano hacia él, alcancé a rozar con la punta de mis dedos la superficie lisa cuando simplemente brilló.

Fue una explosión, justo ahí donde mis dedos lo rozaban nació un nuevo y colosal brillo blanco. Fue similar a un potente flash, eso me obligó a cerrar los ojos debido a lo cerca que estaban mis ojos de la nueva luz.

Oí que alguien gritó mi nombre pero no supe de quién se trataba.

El viento apareció entonces, como si saliera del interior del espejo hacia mí. No podía abrir los ojos, aun cerrados la luz me lastimaba. Mi piel sintió calor, llegando al punto de quemarme, y mi cuerpo dejó de obedecerme.




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