Kamika: Dioses Oscuros

31. Respeto y reconocimiento

Mis pies flotaron por un momento hasta que sentí el suelo firme bajo mis desgastadas zapatillas.

Una de las alcobas del Olimpo se alzaba frente a mis ojos. Una sala común, con algunas sillas y mesas, pequeña. Si mi memoria no me fallaba eran las nuevas adiciones al palacio gracias a las remodelaciones, aptas para pasar la noche si alguno de nosotros lo necesitábamos; la vigilancia era escaza y los Guerreros de Troya permanecían afuera.

Se encontraba en un piso inferior, por lo que no había ventanas y solo había una corriente de aire que se dirigía a la salida. La puerta estaba cerrada y sobre una mesa de centro se encontraban unas cuantas uvas, uvas terrestres tan normales como cualquier otras.

Cailye se encontraba sentada cerca y devorándolas sin piedad, junto con algunas rodajas de pan y un refresco cerca. Por lo visto en la habitación: la comida, una cama a nuestra espalda y los sofás listos, incluso una luz mágica blanca que iluminaba las paredes doradas, podía decir que prepararon la sala pero no precisamente para nosotros. Alguien la reservó o alguien dormía ahí.

—¿En qué parte del Olimpo estamos? —pregunté.

Cailye levantó la cabeza y nos miró. Andrew y Kirok estaban cerca de mí, cada uno a un lado de mi cuerpo. Tragó fuerte su comida antes de hablar.

—Es la habitación de Logan. Se mudó aquí luego de las reconstrucciones.

—¿Cómo la sabes? —cuestionó su hermano, observándola con el ceño fruncido.

Ella señaló la mesita de noche al lado de la cabecera de la cama. Allí solo había una lámpara blanca con forma de gato caricaturesco y estilizado de forma ridícula.

Se encogió de hombros.

—Le regalé esa lámpara cuando se mudó. Y él es el único que desayuna con uvas, pan y gaseosa. También añade mandarinas, imagino que se las comió antes de salir.

No hice ningún comentario respecto a su conocimiento sobre Logan, el integrante del grupo más reservado y amargado. Y por lo visto Andrew tampoco tenía muchos deseos de detalles.

Miré a mi alrededor. No había fotografías ni cuadros, nada de objetos personales, ni siquiera de Astra. Para vivir ahí parecía una habitación de hotel. Los muebles y la cama estaban en orden, las paredes limpias y no había nada suyo en ninguna parte. El único objeto personal que parecía tener era esa lámpara de gato.

Un estruendo nos desequilibró. Estremeció las paredes y provocó que el polvo cayera sobre nuestras cabezas. Estábamos varios pisos bajo tierra, si lo que fuera que ocurriera arriba se alcanzaba a sentir ahí entonces algo grande ocurría afuera.

«Son molestos, ni siquiera en mi habitación se dejan de oír». Recordé las palabras de Logan cuando hablaban sobre los misiles y los ataques.

¡Por todos los dioses! Eso no era bueno, nada bueno. Era evidencia de un ataque, de una lucha. ¿En qué problema estábamos metidos ahora?

—Debemos subir, encontrar a los demás y saber lo que ocurre —dijo Andrew. Se adelantó un poco hacia la puerta, pero antes de que pudiera abrirla lo detuve.

—Espera, antes de salir hay algo que necesito saber. —Él se detuvo y me observó sobre su cuello, pero a pesar de eso no se opuso. Miró a Kirok en cambio, con una mirada oscura y amenazante, casi tenebrosa, como si supiera lo que quería saber. Me giré hacia mi familiar, él permanecía de pie a mi lado con la cabeza gacha y los ojos ocultos entre la sombra de su cabello—. ¿Lo sabías? ¿Sabías que At recuperó sus sentimientos y que el tiempo que tenía conmigo era poco?

Él solo asintió.

Sentí calor en mi pecho, no en mis ojos.

—¿Desde cuándo? —Silencio. No respondió, eso me molestó todavía más—. Te exijo que me digas desde cuándo lo sabías y por qué no me lo dijiste. Te exijo que me digas lo que sabes al respecto.

Con eso bastó. Levantó la cabeza como si una fuerza invisible lo obligara, sus ojos se encendieron en rojo pero pronto se volvieron a apagar. La cicatriz en mi mano dolió, la de él brilló en un tono cereza fluorescente.

Hizo una mueca y frunció el ceño antes de hablar.

—Desde siempre. Lo supe en el momento en que la vi por primera vez en su forma de lechuza. —Apretó los labios, queriendo callar, pero en respuesta mi cicatriz dolió más y la de él brilló con más intensidad—. Fue por eso que… quise convertirme en tu familiar, para estar cerca de ella el tiempo que le quedaba. Sabía… que si permanecía con ella el tiempo suficiente… sus sentimientos regresarían, el residuo de su rencor por mí abriría la brecha…

El brillo se hizo más grande, él dejó salir un gemido. Parecía que le dolía. Casi lo arrodilló, pero en su lugar apretó la mano con fuerza y continuó. Tal vez lo presionaba a través del vínculo, tal vez podía sentir mi autoridad sobre él como familiar.

Me miró con tristeza, también con dolor. Pero no le presté atención. Seguí presionando, seguí excavando, en busca de la verdad.

—Fue por eso que insistí en el Espejo de los Dioses —soltó, y en cuanto lo dijo se le escapó el aire. Por un segundo dejé de presionar.

—¿A qué te refieres?

Tuve un mal presentimiento, sabía que eso no me iba a gustar. Volví a presionar, con más fuerza, con más ahínco. Me propuse sacarle la verdad aunque mi cicatriz doliera en cada intento.




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