Kamika: Dioses Oscuros

34. La caja de Pandora

Arrugué la nota tanto como pude, con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos. Quería destrozarla para que nadie más la leyera, borrar toda evidencia de amenaza, pero una nueva voz me interrumpió.

—¿Qué dice? —Andrew, su voz me arrebató un buen susto—. Lo que tienes en las manos, es una carta, ¿qué dice?

Permanecí en mi lugar sin llamar la atención; tenía la impresión de que en esa habitación no existía la privacidad.

No respondí, no me moví, consideré la posibilidad de prenderle fuego en mis manos aun si eso quemaba mi piel, pero él fue más rápido. No supe en dónde estaba hasta que me arrebató la bola de papel de mis manos, como la cosa más fácil del mundo, como quitarle un dulce a un niño.

Entonces me moví, conjuré una esfera a mi alrededor tan rápido como pude, en busca de verdadera privacidad. El color y el brillo me cubrió, y esperé que también a Andrew. Me aseguré de que no hubiera ninguna apertura, nada que pudiera interrumpirnos ni espiarnos; ya no confiaba ni siquiera en las paredes o el viento.

Pasaron cinco segundos desde que conjuré el campo de protección hasta que Andrew apareció. Se quitó el yelmo como si se tratara del casco de su moto, el movimiento le arrebató la invisibilidad, dejando al descubierto su ropa cubierta de mugre y su cabello despeinado en punta. Para mi sorpresa llevaba el uniforme de los Dioses Guardianes; no supe en qué momento se cambió de ropa, pero ese traje también estaba hecho un desastre.

—Sí sabes que solo quiere provocarte, ¿verdad? —preguntó sin despegar los ojos del papel, pero en vista de mi silencio clavó su oscura y seria mirada en mí—. Por ningún motivo puedes ir sola.

No dije nada, incluso desvié la mirada al suelo para disimular mis sentimientos. El silencio se instauró entre nosotros por un rato, él parecía estar sumido en sus pensamientos y yo perdida en mis emociones. La ira no desparecía ni con ejercicios de respiración, ni siquiera el tenerlo cerca, se sentía como si fuera a consumirme en cualquier momento.

—Nadie ha entrado a la habitación —dijo al cabo de un rato—. Me quedé contigo desde que entraste y te aseguro que ninguna fuerza física o mágica entró en estas ocho horas.

¿Ocho horas? Creí haber dormido mucho más. Aun me sentía cansada, mi energía aún no estaba completa y creía que ejecutar conjuros complicados requeriría algo de esfuerzo extra.

—Entonces estaba aquí antes de que yo entrara a descansar.

Él me sostuvo la mirada pero no me observaba a mí, lo que fuera que pensara pareció molestarlo bastante. Frunció el ceño con enojo y cerró los ojos un momento, como si buscara tranquilidad.

—Sin importar el cómo entró esa carta, no puedes ceder a sus peticiones. Te está amenazando, sabe qué hacer para provocarte.

Me masajeé la cien; sentía un dolor fantasma en la cabeza.

—Pero lo hará, lo sé. Si no voy en verdad lo haría. No tuvo problema con lastimarte a ti, matar a millones de personas no le importará. Está dispuesta a todo por conseguir lo que busca, lo sabes tan bien como yo.

Asintió y se recostó en la barrera, cuando cruzó sus brazos sobre su pecho y desvió la mirada al techo me pareció un gesto suyo tan habitual que sentí una punzada en mi pecho. Extrañaba sus gestos.

—Si vas sola te matará. Sin el Filtro la Luz de la Esperanza es vulnerable. Y, Ailyn, eres explosiva. Ella sabe que reaccionarás muy fácil a sus palabras. Si lo haces le darás la esperanza en bandeja de plata.

Suspiré y me deslicé por la pared de la barrera hasta sentarme con las rodillas recogidas. Comenzaba a hacer frio ahí adentro.

—Lo sé. Es una locura, ¿pero crees que tengo opción? No sé por qué no lo hizo antes pero…

Me callé en cuanto lo noté. Miré a Andrew de golpe y él asintió a lo que yo pensaba.

—O antes no era capaz de amenazar a los dioses con un evento de extinción, o solo hasta ahora se convirtió en una amenaza —concluyó—. O tal vez ambas. Lo cierto es que solo a nosotros nos podría amenazar con algo así, sabes que a Zeus eso no le importa, solo debe comenzar de nuevo. Pero a Atenea sí le importaba, así que también es posible que antes no tuviera ese poder.

—¿Crees que recibe ayuda de alguien? En primer lugar, ¿cómo te conviertes en una deidad primordial en un par de milenios? No tiene sentido.

Guardó silencio de nuevo, pensando en el tema que acabábamos de iniciar. Sabía que no me mencionaría ninguna suposición sin tener certeza o al menos estar casi seguro, así que todas sus teorías al respecto se quedaron en su cabeza.

—¿Crees que en verdad pueda hacerlo? —le pregunté entonces, presa de la angustia.

Negó con la cabeza, serio y con una mirada en otra parte.

—Dudo que siquiera pueda contactar con Atlas, la Bóveda Celestial está fuera del alcance incluso de Nyx. Pero también es posible que esa no sea la única forma de dejarla caer.

Eso no me tranquilizaba. Sabía poco respecto a la generación divina anterior a los olímpicos. Los hechos de la Titanomaquia y cómo terminó eran confusos; lo que sabía sobre Atlas, uno de los titanes castigados por Zeus, no superaba el hecho de saber que sobre sus hombros cargaba el peso de la Bóveda Celestial. No sabía con seguridad lo que pasaría si dejara caerla, pero sí sabía que influiría en los dos mundos por igual.




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