Kamika: Dioses Supremos

Prólogo

«La luz del sol iluminaba el parque por completo. El sonido de las aves, de los niños jugando, de las risas de las personas. Las cometas en el aire y las gaviotas. El olor a verano. El mejor verano de todos.

Todo era paz, todo era perfecto. Y solo existían ellos dos. Él y ella. En un mundo tan ideal que parecía mentira. No podía ser posible que después de todo el dolor que él había atravesado ahora pudiera estar a su lado.

A ella le gustaba pensar que lo había ayudado un poco. Que conocerlo había sanado en algo su corazón. Pero eso nunca lo sabría, dudaba que él alguna vez se lo confesara.

Andrew actuaba de formas tan misteriosas que parecía arte, eso era lo que Dominique pensaba todo el tiempo. Para ella él era eso: un lienzo con tantos colores tan parecidos entre ellos que le costaba distinguirlos.

Ella observó sus ojos oscuros, la forma en la que la luz del sol jugaba con su cabello ámbar, mientras él sacaba los platos de la canasta de picnic. Adoraba mirarlo, y sabía que él hacía lo mismo cuando no lo estaba viendo, casi tanto como acariciarlo, como besarlo, como sentirse cerca de él. La inspiraba a dibujar, sus colores le daban ideas infinitas; siempre que pasaba un rato con él llegaba a casa con mil ideas para pintar. Él era su musa.

—Olvidaste las galletas —dijo entonces él, sacándola de su trance—. ¿Cómo pudiste olvidar las galletas? Si Cailye las ve no existirán para cuando regrese.

Ella soltó una risa que se oyó en todo el parque. Algunos ojos curiosos los observaron un segundo, a la pareja que descansaba sobre una manta en una de las colinas del parque, bajo la sombra parcial de un árbol de manzanas.

—Prometo prepararte más cuando regresemos —le contestó ella con dulzura—. Y haré suficiente para ambos, así no se pelearán por ellas. Ambos son tan malcriados cuando se trata de galletas que parecen dos niños de preescolar.

Una extensa y agraciada sonrisa apareció en el rostro del chico. Suave, natural, genuina. Era la segunda cosa que más amaba físicamente de él: su sonrisa. La primera eran sus ojos, oscuros pero expresivos. No hacía falta que hablara para saber lo que pensaba; solo bastaba una mirada.

—Y a ti te encanta malcriarnos más, así que no tienes derecho a reprochar.

—En eso te concedo la razón.

Pasados unos minutos, al terminar de arreglar los platos y la comida, disfrutaron del clima, del paisaje, del momento, mientras terminaban de comer. La tarde los recibió como un abrazo, coloreando el cielo de diferentes tonos lilas y anaranjados, y dejando gran parte del parque para ellos. Muchas familias se fueron, ahora solo quedaban unas cuantas parejas paseando y una que otra persona haciendo ejercicio.

Estaban acostados observando las nubes y la luz del cielo cuando Dominique, imaginando ya una nueva pintura, recordó el motivo de su cita.

—¿Qué era lo que querías decirme? —le preguntó ella.

Por un momento él no contestó. Hasta que Andrew se sentó y adoptó una de esas miradas suyas que le indicaban a ella que era algo serio, y que además de eso era algo difícil de explicar. Para ella, Andrew era todo un libro abierto.

Él frunció el ceño al tiempo que ella imitaba su postura. Odiaba verlo con el ceño fruncido, por lo que extendió el brazo y posó su dedo en su entrecejo. Andrew lo entendió en seguida y se relajó, en medio de una exhalación se volvió hacia ella y comenzó a hablar.

Dijo disparates. En un principio ella no entendió muy bien lo que quería decir. Dioses, magia antigua, vidas pasadas. Los primeros diez minutos ella creyó que se trataba de una broma, pero ese pensamiento se contradecía solo. Andrew no era el tipo de persona que hacía esa clase de bromas.

Andrew era honesto, mentir no estaba dentro de sus habilidades. Jamás le mentiría a ella. Se oía tan serio… pero eso no quitaba el hecho de que toda esa historia de fantasía lucía cada vez más imposible.

Cuando terminó de explicarse, permitiéndole a Dominique por primera vez desde que comenzó a hablar que hiciera preguntas, ella no sabía qué preguntar y él no sabía cómo mirarla. Pasaron minutos en silencio, ella tratando de procesar toda la información, de encontrarle sentido. Era una artista, sabía que no todo debía tener una explicación lógica, pero eso… Eso se escapaba incluso de su imaginación. Imposible era una palabra demasiado pequeña para describir la situación.

Su corazón le latió con fuerza, por un momento sintió pánico. Por primera vez desde que conoció a Andrew se planteó la idea de perderlo, y eso la aterró, la llenó de tristeza y temor. No lo haría, no dejaría que él se alejara. Por un breve lapso de tiempo se imaginó la posibilidad de que todo eso que él le decía le arrebatara la vida o se llevara algo más de él.

—Es verdad —se excusó, con ojos preocupados, observando con una fijeza aterradora a su novia—. Te lo juro, cada palabra que te digo es real. Sé que suena como una locura, pero sabes que no jugaría con algo así. Es solo que quería que lo superas, quería involucrarte en mi mundo tanto como me involucraste en el tuyo. Y lo que te acabo de decir… es mi mundo. Puedo demostrarte si quieres…

Ella posó su dedo sobre sus labios, callándolo de tanto parloteo. Andrew era de pocas palabras, cuando intentaba expresarse hablando la mayor parte de las veces terminaba en un desastre, divagando y sin poder darse a endentar.




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