Kamika: Dioses Supremos

1. Tan cerca y tan lejos

«No se trata de lo que yo quiera. No importa cómo me sienta.

Importa solo lo que debo hacer. Se trata únicamente de mi obligación»

 

Esas eran las palabras que me repetía cada mañana cuando el sol iluminaba la punta de las montañas en el horizonte, y cuando se ocultaba por las noches para darle paso a la luna.

Era mi mantra, lo que me repetía una y otra vez para no olvidar lo verdaderamente importante. Mi vida valía por lo que tenía que hacer, por la responsabilidad que cargaba sobre mis hombros. Y mi derrota significaba la muerte no solo para mí, sino para las miles de vidas que debía proteger.

Astra me lo dijo siempre, At no paró de repetírmelo durante el tiempo que estuvo conmigo. Y ahora, en memoria a ellas y en devoción a mi propia obligación, era la forma en la que vivía.

Temis decía que me parecía mucho a Atenea, Sara estaba preocupada por ese mismo motivo. La Corte Suprema estaba encantada con ese nuevo cambio, con la iniciativa reciente que estaba mostrando. Mis amigos no paraban de repetirme que debía cuidarme y que no estaba sola.

Y Andrew solo me decía que no hacía falta que fuera un molde de At, que si hacía las cosas porque me salían del corazón y la cabeza, juntos, estaría bien y me apoyaría. A veces me daba la impresión de que no le gustaba opinar al respecto, no entendía por qué.

Pero en momentos como ese, donde estaba a segundos de saltar de Capella, mi pegaso, hacia un destino desierto plagado de enemigos y obstáculos, no podía evitar pensar en cómo se suponía que la diosa de la sabiduría debía actuar.

Me até fuerte el cabello en una coleta que sujetara cada hebra, pues eso dificultaba mi visibilidad en batalla. También me aseguré de que tanto mi espada como la daga de Astra permanecieran a mi alcance. Y, tomando un último aliento de valor, salté al vacío.

El viento me acarició la piel y fue difícil respirar por un momento largo, acomodé mi cuerpo y preparé mis manos, me mentalicé para hacer uso de todo lo que había pulido, de cada técnica que me había pasado noches enteras practicando, perfeccionando.

Tenía que ser suficiente, yo tenía que serlo.

Kirok, Niké, Logan y Sara iban detrás de mí, igual que un pequeño grupo de ninfas entre las cuales se encontraba Diana, la líder de las oréades, ninfas de las montañas. Pero, sin importar cuán acompañada estuviera, las ansias y la adrenalina me quemaban por dentro. La expectación, y sobre todo, la incertidumbre y el miedo, gobernaban mi interior. ¿Lo haría bien? ¿Y cuál sería el precio si no?

Oía mi corazón en los oídos, tan cerca que bien pudo haberse cambiado de lugar. Dejé de prestar mayor atención a los cambios en mi cuerpo cuando el suelo me recibió. Aterricé lo mejor que pude, firme sobre mis pies y con el mango de mi espada entre mis dedos.

La edificación, tan alta como un castillo y de una extensión considerable, nos dio la bienvenida en apenas un segundo. Noté el color de la piedra, un gris muy claro y el tejado de color vino, las puertas eran de madera y su estilo imitaba los castillos humanos de hacía varios siglos.

Pero no me detuve a admirar su grandeza, tan solo avancé sobre el camino de la entrada con toda la fuerza de mis piernas puestas en correr. Respiré, controlé el ritmo de mi cuerpo y el de mi corazón, controlé la fuerza en cada zancada, controlé el brillo de la Luz de la Esperanza que a veces quería escabullirse por mis poros.

Escuché los pasos detrás de mí, innumerables personas, noté el brillo de la magia a mi espalda, la magia violeta de Sara, la roja de Kirok y los destellos verdes de Logan; oí los gritos de guerra de Niké, también me percaté de cómo la naturaleza se movió bajo nuestros pies y a nuestro alrededor, producto de las ninfas.

Las vi en ese momento, ocultas como parte del castillo, camufladas de la misma forma que un camaleón, las Amazonas aparecieron. Se movieron contra la pared del castillo de repente, revelando su verdadera apariencia. Vi cabello colorido y vestidos expresivos, ojos de todos los colores y miradas vacías. Entonces las vi correr.

Se movieron casi a la misma velocidad que nosotros en nuestra dirección, con armas artesanales en mano y frascos de colores en sus cinturones, pociones para quien sabía qué usos.

Salté cuando llegaran a nuestro encuentro, tomando impulso sobre dos de las más cercanas; las tomé de la cabeza y las usé de peldaño, ellas cayeron en cuanto mi roce las abandonó; tal vez usé demasiada fuerza. Dejé que el grupo de Amazonas pasara de largo hacia las ninfas. Casi volando, deslizándome en el viento en dirección contraria. No tenía tiempo para lidiar con Amazonas.

Aterricé en lo alto de una torre, junto con tres cuerpos más. Sabía que Niké se quedaría en el primer escenario de pelea, no contaba con ella para alcanzar el interior del castillo. Estaba bien, mientras tuviera a los demás cerca tendría apoyo.

Nadie soltó una palabra mientras la magia de Sara nos habría la puerta, mientras las sombras de Kirok se encargaban del par de Amazonas que custodiaban dicha puerta, consumiéndolas por completo. Corrimos, no, nos deslizamos al interior casi sin rozar el suelo, flotando a través de los pasillos.

La oscuridad nos alcanzó en cuanto nos alejamos del sol, el interior del castillo estaba tan oscuro que de no ser por la luz de Logan no habría visto por dónde ir. No vi decoraciones, la oscuridad las consumió, apenas sí podía ver la continuidad de los pasillos.




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