Kamika: Dioses Supremos

4. Fantasmas del pasado

Pasaron los minutos, el dolor se esfumó lento, como si por cada célula que se regeneraba otra se destruía. La luz de la luna regresó, creando un hermoso contraste con el dorado de las luces de los candelabros. Un silencio abrumador inundaba el salón, solo el sonido de mi corazón se oía más allá de mi respiración.

Me quedé en el suelo, justo donde Zeus me dejó, y esperé. Esperé que mis pensamientos se ordenaran, que mi cuerpo dejara de dolerme, que mis deseos de llorar regresaran a lo profundo de mi corazón. No quería que nadie, pero en especial mis amigos, me vieran así de lamentable.

Un movimiento entre las sombras del salón captó mi atención. Sigiloso como un cuervo, discreto como la muerte. Hubiera reconocido la presencia de mi familiar a kilómetros de distancia.

—¿Cuánto llevas ahí? —Me senté, tratando apenas de cubrir mi cuerpo. La ropa que llevaba estaba hecha pedazos.

El brillo de sus ojos me lo confirmó. Un rojo intenso brilló en la oscuridad. Poco a poco salió de las sobras, hacia la luz de la luna, hacia mí.

Su rostro se veía sombrío, sus ojos implacables y llenos de una rabia caliente. Sus facciones se habían endurecido e irradiaba esa aura furiosa que lo emparentaban tanto con el rey del Inframundo. Indomable y peligroso, como un perro de caza.

Sus ojos, encendidos en un rojo intenso, me recorrieron el cuerpo con una furia creciente. Sus músculos estaban tensos, pero aun así se quitó su abrigo, ese raro lleno de bolsillos y con un cuello despampanante, y me rodeó con hombros con él. Pesaba, se sentía demasiado caliente, pero aun así no me resistí.

Mi cabello estaba vuelto un caos, y a pesar de no tener heridas mi apariencia debía lucir patética, vulnerable y débil, como una humana. Pero él me había visto en peores situaciones, al filo de la muerte, por lo que no se sorprendió al verme vuelta un desastre.

—Llegué primero que tú —tan solo dijo.

Se sentó frente a mí, sus ojos aun encendidos se posaron sobre los míos. Estaba serio, una seriedad furiosa y efervescente. Algo raro en él, quien le encuentra el lado perverso a todo y se deleitaba con ello. Él se burlaba de las desgracias de todos, excepto cuando eran para mí. Conmigo era receloso, con el paso del tiempo se volvió todavía más receloso. Nunca me detuvo, nunca se interpuso, pero eso no impedía que le enojara cuando me golpeaban y herían. Nunca se acostumbraron a eso a pesar de que yo sí que lo estaba.

Solo ante él no me importaba lucir así. Era mi familiar, la única otra persona que podría verme partida en pedazos y a quien se lo permitiría. El nombre de la otra persona prefería no recordarlo, aún estaba enojada.

—Viste todo —concluí.

Siempre espectador, nunca sabría si esa era mi forma de castigarlo o su forma de protegerme. Tan obediente que dolía. Si yo no pedía su ayuda él no podría intervenir ni aunque me estuvieran matando.

Él asintió, sus ojos se encendieron un poco más.

—De comienzo a fin. Y fue horrible.

Intenté sonreír.

—Lo sé. Lo siento. Sé que no es agradable de ver.

Me observó fijamente por unos segundos.

—Es un monstruo, peor que Hades incluso. Siempre que lo ves terminas herida. Él te odia. Es como si quisiera matarte. —Hizo una pausa, esperó unos segundos en los que no quitó los ojos sobre mí, y luego se puso de pie—. No sé qué es lo que pretende Zeus contigo.

Yo tampoco lo sabía.

Suspiré. Él me extendió la mano para levantarme, y cuando la acepté, pese a no tener ninguna herida visible, me tambaleé cuando me puse de pie. Necesitaba unos minutos más para recuperarme por completo.

—Quere a Atenea de regreso, creo. Tenerme a mí en su lugar debe dolerle. Tal vez… Tal vez él cree que si me vuelvo inmortal me acerque un poco más a ella. A veces es como si en verdad amara a Atenea, como si en realidad le doliera su muerte. Pero él la castigó, la maldijo. Si eso es amor nunca entenderé el amor de los dioses.

Me costó mucho llegar a entender el de Atenea y Apolo, y aun después de hacerlo llegué a la conclusión de que amaban de una forma muy extraña, tanto entre ellos como ellos a los humanos. At siempre se molestó porque criticaba mucho ese aspecto de su vida.

Kirok me observó mientras movía mis manos sobre los agujeros de mi ropa, reparando con mi magia cada pedazo que Zeus con sus golpes me arrancó. Me aseguraba de limpiar mi piel de rastros de sangre; no quería que mis amigos me vieran así. Ya de por sí la escena hablaba por sí sola, no hacía falta ser más grafica.

Sus ojos terminaron sobre los míos. El enojo que lucía desde que apareció fue reemplazado por una mirada agria, dolida, triste, sin borrar del todo su ira.

—El amor de los dioses no solo lastima, genera heridas, también arrebata vidas. —Hizo una pausa muy corta, desvió un poco su atención hacia el ventanal, hacia la luna que nos cubría de nuevo con su luz—. Con los dioses todo es así. Extremo y brutal. Pero el amor, que es usado por los humanos como arma, para los dioses es mucho más que eso.

Me quedé mirándolo mientras él observaba la luna. Kirok nunca decía cosas parecidas, no era alguien que se detuviera a analizar esos aspectos y si lo hacía nunca los compartiría. Tal vez me sobrepasé al mencionar el amor de los dioses con alguien al que su amor por una diosa llevó al mundo al olvido de los dioses.




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