Kamika: Dioses Supremos

5. En mil pedazos

Había visto a los padres de los Knight cuando invoqué a Krono y le pedí un mundo diferente. Pero ver a sus tíos, al resto de su familia, a las personas que les hicieron tanto daño a ambos hermanos, fue muy diferente. La similitud de algunos rostros con mis amigos rayaba con lo cómico y absurdo.

Retrocedí. Andrew tomó una gran bocanada de aire y me miró a los ojos con un dolor silencioso antes de darse la vuelta hacia los recién llegados. Había algo en la forma en la que se paraba, en sus hombros y su espalda, que dejaba entrever una vulnerabilidad que me hacía arder la garganta.

Ese muro de concreto, esa fortaleza que siempre era Andrew, aquel que nada lo derrumbaba… casi vi cómo uno de esos ladrillos se venía al piso y se hacía pedazos. Estaba expuesto, de una forma que nunca creí ver y que tal vez él esperaba nunca sentir.

El grupo de personas se detuvo a unos metros en cuanto el rostro de Andrew se hizo visible para ellos. Una de las mujeres que encabezaba el grupo, de unos treinta y tantos años con el cabello de un rubio intenso y de piel clara con varias manchas en el rostro, observó a Andrew con un desconcierto evidente. Sus ojos oscuros se centraron en él, expresando diferentes niveles de ira, miedo y rencor en cuanto recorrió a Andrew de pies a cabeza.

Dio un paso adelante, con las manos hechas puños, y con una ira que parecía difícil contener.

De forma paralela, Cailye se escondió detrás de Evan y su padre como si de un gato asustado se tratara. Noté cómo Evan apretaba con fuerza su mano y cómo los ojos oscuros de la rubia se abrían tanto que parecían querer salir corriendo de sus cuencas. Casi pude sentir su miedo en mi propia piel.

Uno de los acompañantes, un hombre, también dio un paso y la agarró de la muñeca en un gesto de advertencia.

Pero la furia en los ojos de la mujer resultaba corrosiva para la piel.

—¿Qué hacen ustedes aquí? —rechinó la mujer, con la mandíbula tensa y un misterioso tic en la cien—. ¡¿Quién mierda los invitó?!

Cailye pegó un brinco. El hombre que sostenía la muñeca de la mujer tragó saliva.

Andrew permaneció inmutable. Me moví un poco, en busca de más oscuridad que me ocultara, y en el proceso pude ver su expresión, la sombra sobre sus ojos y lo tensa que tenía cada parte de su cuerpo.

—También fueron nuestros padres. Tenemos derecho de visitar su lugar de descanso.

Un hombre del grupo, mayor que la mujer por al menos ocho años, con el pelo lleno de mechones blancos y cafés, también dio un paso fuera de la multitud.

—¡¿Y por qué no han venido estos últimos años?! —bramó, lleno de la misma furia de la mujer—. ¿Acaso estaban demasiado ocupados matándonos? Unos monstruos como ustedes no tienen padres. Ellos jamás engendrarían abominaciones como ustedes.

Una vena se brotó en la frente Andrew, su mirada tan filosa como siempre. Sentí una furia encerrada proveniente de él, como si contuviera con todas sus fuerzas a la fiera que quería rasgar su piel para salir.

Una chica, joven, tal vez de la misma edad de Cailye, haló al hombre por una punta de su saco.

—Nos matarán si les gritas… —susurró la chica—. Recuerda lo que les hicieron a mis tíos…

—Los mataron, Tiana, dilo por su nombre —repuso la mujer rubia. Sus dientes rechinaron—. Ellos le arrebataron la vida a mi hermana y a su esposo con sus propias manos. Lo sabíamos entonces y lo confirmamos ahora. ¡Míralos! ¡Mírenlos! ¡No conocen otra cosa más que la muerte!

Mi pecho brinco, el reconocimiento golpeó mis recuerdos. Si la veía de cerca se parecía mucho a la madre de los hermanos… No, era idéntica. Gemelas idénticas. Una muy mala broma. Y no solo eso, por la forma en la que hablaba supe que ella había sido la mujer que golpeó a Cailye la ultima vez que ambos estuvieron bajo su cuidado.

Noté la forma en la que Andrew tomó aire.

—No queremos problemas, Charlotte, solo queremos acompañar a nuestros padres un poco más —dijo con toda la calma del mundo. Una calma fría y tan delicada como una hoja de hielo—. Además, ustedes nos invitaron.

Se extendió un murmullo, la mujer frunció todavía más el ceño y su frente se tornó roja, como una olla a presión a punto de explotar.

—¡No sean sínicos! —escupió el hombre a su lado, que por sus rasgos tan similares a los de Andrew supuse que era hermano o primo de su padre—. Nadie en la familia se relaciona con monstruos.

Alguien, un niño de tal vez unos once años, se escabulló de la multitud hacia los mayores. Tenía los ojos de un intenso verde y su cabello era rubio, el tono exacto de Cailye.

—Yo… envié el mensaje —confesó, y en respuesta un nuevo murmullo se levantó—. Quería… conocerlos. En la calle dicen que los dioses nos protegen. Y ellos son de la familia. Es bueno tener a alguien que nos proteja…

Charlotte, la hermana gemela de la madre de Andrew, se acercó al niño en un par de pasos y lo abofeteó tan fuerte que el niño cayó al suelo de lado. Hubo silencio, el hombre que intentó frenar a la mujer al comienzo le tomó la mano en el aire y la miró a los ojos. Esposos, supe por el tipo de mirada.

La joven de antes, Tiana, que parecía hija del hombre mayor, fue la única que se acercó al chico y lo abrazó. El niño lloraba en sus brazos mientras se acariciaba la mejilla.




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