Me coloqué la tiara de oro luego de asegurarme de que mi cabello estuviera perfectamente recogido en un peinado alto, decorado con botones y horquillas del mismo material. Todo en su lugar.
Suspiré mientras me miraba al espejo de mi habitación, ya lista para recibir a las deidades que habían viajado durante semanas al Olimpo para escuchar lo que tenía que decirles. Observé el maquillaje oscuro con polvo de oro que llevaba en los ojos, los labios rosas y los aretes que colgaban de mis orejas, también de oro, a juego con el collar que resaltaba sobre mi capa.
Ese día tenía una capa azul rey, que hacía relucir todavía más los accesorios de oro que me cubrían y mis ojos color miel. Y bajo esa capa un vestido que apenas sí cubría las partes importantes de mi cuerpo. Una falda con pliegues color crema semitransparente que se arrastraba al caminar era lo más grande de mi atuendo. Tela del tono de mi piel con múltiples incrustaciones subía en forma de V desde mi cintura hasta los hombros, dejando al desnudo un gran escote y casi toda mi cintura. Lo abrochaba un cinturón delgado con la insignia de los Dioses Guardianes. No tenía nada en la espalda ni en los brazos. Un vestido revelador, como le gustaban a Diana, la líder ninfa de las Oréades.
Ella decía que debía vestirme como si no pudieran herirme, luciendo mi piel con libertad. Algo a lo que todavía no me acostumbraba y por eso solía llevar capas sobre esos vestidos tan reveladores.
Me puse de pie, observando lo ceñido que era a mi cuerpo, como una segunda piel, al menos la parte de arriba. El vestido se sujetaba a mi piel, por lo que no se abrochaba tras mi cuello. Debía dejar a la vista la marca de los Dioses Guardianes de mi cuello, por eso el cabello lo había recogido bien en alto.
Tomé aire y me coloqué los brazaletes dorados, lo único que me faltaba. Los zapatos eran algo incomodos, pero eran preciosos.
Cuando tocaron la puerta supe quién era antes de abrirla con mi magia. La presencia de Andrew podría sentirla desde dos pisos abajo.
No miré hacia la puerta mientras se abría, estaba muy ocupada dándome animo moral para salir así vestida, como si fuera una noble o parte de la realeza. Ni siquiera Atenea se vestía así antes, aunque claro, ella no lo necesitaba.
—Quería ver cómo estabas antes de… —Se quedó callado en cuanto la puerta se abrió por completo.
Le dediqué una mirada solo por tomar algo de valor de su siempre hermética y rígida postura, pero cuando lo vi no encontré nada de eso. Me estaba observando con una fijeza aterradora, como si se hubiera topado con un fantasma.
Casi sonreí cuando noté la forma en la que sus ojos se dilataban y el leve color de sus mejillas, incluso podría haber jurado que su corazón había adquirido un nuevo ritmo. Esas reacciones de Andrew siempre que usaba esos vestidos era exquisita, un placer que Dominique al parecer no podía quitarme.
Sacudí la cabeza. ¿En qué estaba pensando? No era momento para contemplar las reacciones de Andrew.
—Estoy bien… —No terminé de hablar.
Entró a mi habitación en solo dos pasos y se me acercó. Solo alcancé a sentir la capa sobre mi piel cuando con sus manos me cubrió la parte delantera. Me encerró en mi propia capa sin siquiera mirarme a los ojos y soltó una gran exhalación. No alcancé a moverme a tiempo cuando dejó caer su cabeza sobre mi hombro, como si de repente estuviera muy cansado y su aliento se hubiera muerto.
—Andrew…
—Me tomaste por sorpresa —me cortó con un hilo de voz. No levantaba la cabeza ni dejaba que yo viera su expresión—. Yo solo… no estaba preparado.
Mi corazón pegó un brinco. Lo sentía demasiado cerca pese a que su piel no rozaba con la mía gracias a la capa.
Solté un suspiro. Él no parecía tener intenciones de apartarse por un buen rato. Y dolía, porque estaba lo suficientemente cerca para hacer cualquier cosa. Me permití saborear esa tortuosa sensación solo un poco más, imaginando que nada de lo que sí sucedió hubiera pasado. Su cercanía, su cabeza sobre mi hombro, su calor corporal… todo eso tan solo lo dejé ser por unos segundos.
—Llegaremos tarde —le dije—. Apártate.
Él se recogió sobre sí mismo una vez más antes de obedecerme. Lo hizo despacio, y aun cuando se apartó no me miró a la cara. Permanecía con la mirada gacha y retrocedió los mismos dos pasos que dio para entrar. Eso me permitió observarlo mejor.
Vestía un traje casi del mismo tono que mi vestido, pero un poco más dorado, y los detalles dorados jugaban con el tono de su cabello. Una sola hombrera y una media capa del hombro libre acompañaban sus guantes del mismo tono que su traje. Se había peinado hacia atrás, pero aun así algunos mechones le caían sobre la frente sin ningún control. Llevaba una medalla de oro con el emblema de los Dioses Guardianes sobre el pectoral derecho. Se veía como siempre lo hacía últimamente, como un dios. Había que fijarse muy bien para notar sus rasgos humanos, debido a que su belleza no ponía en duda quién era.
—¿Estás lista? —me preguntó, luego de aclarase la garganta, pero aun sin mirarme—. Los demás nos verán allá. Logan nos espera afuera junto con Niké.
Asentí, aunque él no me estuviera viendo. No creí que me hiciera falta nada. Niké me había hecho una lista de lo que debía llevar puesto e incluso dejó mi vestido listo desde hacía dos días. Ella también decía que esas apariencias, que lo que se transmitía sin palabras, eran importantes. Aunque no estaba muy segura de poder proyectar el mensaje que quería transmitir.
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Editado: 03.11.2024