No sabía cómo las ninfas oréades tenían tanta energía, pero lo cierto era que no había deidad que amara más las celebraciones como ellas. Y encontrar una excusa para celebrar no era difícil. Ahora tenían la mejor de las excusas.
Cuando el milagro de Artemisa —así lo habían llamado—, llegó a oídos de Diana no hubo mucho que hacer al respecto. La ninfa también lloró cuando fue a buscar a Cailye, y sin intercambiar una sola palabra se abrazaron, como si no hicieran falta las palabras.
—¡Esto hay que celebrarlo! —Fueron las palabras de Diana. Sus oréades la acompañaron en su exclamación y pronto las otras ninfas.
Al atardecer de ese mismo día había una gran movilización de ninfas y otras deidades que se unieron a la celebración. Cailye, la agasajada, tenía energía suficiente para organizar todo un banquete y ayudar con las decoraciones. Cuando me di cuenta me habían arrastrado con su felicidad al bosque Savernake, en Inglaterra, donde el suelo estaba lleno de flores de jacintos violetas y los árboles parecían moverse al compás de la alegría en el aire.
La mejor noticia que el mundo de los dioses había recibido en mucho tiempo.
Para cuando llegamos al bosque un agradable olor dulce cubría el ambiente. Las ninfas no tardaron en poner luces, en acomodar al grupo de ninfas que tocaban la música en un rincón junto con algunas de las musas, y el servir mesas llenas de aperitivos. Las plantas crecieron del suelo por obra de muchas de las ninfas, adornando más los árboles y sirviendo como mesas y sillas organizas. Flores atemporales también crecieron por todas partes.
El júbilo se podía sentir en el ambiente, las risas de las ninfas eran interminables. Las amazonas pronto llegaron, las que quedaban, y colmaron el lugar con más energía.
El espacio, de unos doscientos metros cuadrados, con una arboleda rodeándolo, se convirtió en una pista de bailes y risas. Ninfas de todos los clanes estaban ahí, incluidos Nerón y Clare, de las oceánidas, docenas de ninfas, al menos las que estaban en el Olimpo y unas cuantas más. Tal vez había más allá de la arboleda, en ese momento la energía estaba tan dispersa que no pude notar hasta dónde nos extendíamos.
Había más deidades presentes. Vi a Harmonía, con Anteros, Aura y Eos, también a Maya y Psique. Iris también estaba presente, e incluso Morfeo. Había muchos dioses menores entre los invitados, en un campo tan neutro que por un momento me permití respirar. También estaba Niké revoloteando por ahí.
Yo estaba en una esquina, algo apartada del tumulto de ninfas y dioses. Sentí a Kirok en cuanto emergió de las sombras cerca de mí, como un espectro. No tuve que mirarlo para confirmar su presencia.
—Es agradable que no se intenten asesinar entre sí —comentó Kirok mientras se paraba a mi lado.
Los demás Dioses Guardianes también estaban ahí. Cailye estaba en el centro de la fiesta, rodeada de deidades y ninfas que adoraban el suelo que pisaba. Evan estaba cerca de la mesa de comidas, junto con Andrew; los dos hablaban de algo serio, y era sobre mí, lo supe por las miradas furtivas que Andrew me lanzaba cada tanto. Logan estaba lejos, al otro lado del centro de la fiesta, apartado de las deidades; parecía un gato arisco, se veía más nervioso de lo habitual. No sabía en dónde estaban Sara y Daymon, pero estaban ahí, los había visto antes.
Observé a las amazonas bailar de la mano con las ninfas y tomé aire.
—Es refrescante y un gran alivio —le dije con total honestidad—. Evitar el caos al borde del abismo es agotador.
Sentí la sonrisa de Kirok sin verla.
—Has conseguido algo grande. —Noté, entre sus silencios pausados, que había cierta nostalgia en su voz—. Es algo que At nunca pudo haber conseguido. Ella… era más del tipo que enfrentaría al mundo sola.
Quise decir que lo había conseguido a costa de golpes y cierto repudio. Por lo general, cuando fui en busca de alianzas, luego de golpearme e insultarme hasta el cansancio, después de entender que a pesar de ser humana no podrían matarme, entonces se rendían. Niké me había dicho hacía tiempo que demostrando mi fortaleza y mi resistencia los conmovería, yo más bien creía que solo se hartaban de jugar con algo que no podían romper. Atenea nunca estaría orgullosa de mis métodos, sin duda, tampoco la Corte Suprema, pero eran efectivos.
—Ella me lanzaría una maldición si ve cómo he manejado las cosas. Lo hizo por mucho menos.
Percibí, por el rabillo del ojo, cómo una sonrisa perversa se deslizaba por sus labios, salpicando su rostro de esa expresión picara e intensa. Levantó en mentón un poco, incluso sus ojos se veían más amenazantes en la poca luz del ambiente.
—Una maldición sería poco —dijo él con cierta diversión macabra en sus palabras.
Solté un suspiro. Vi que Hipólita acababa de llegar. Diana la arrastró hacia la pista con total confianza, logrando que Hipólita se sonrojara tan solo un poco. Casi se me escapó una sonrisa cuando vi sus torpes pies moverse y la expresión de su rostro, a ella, un monstruo dentro de las ninfas y casi una diosa para las amazonas.
Cailye se unió a la fiesta, bailaba al compás de las ninfas y saltaba, sonreía, por completo llena de una felicidad que se salía por sus poros. Sus marcas a la vista, ligeras y elegantes, diferentes a las de las ninfas. Eso aliviaba mi corazón, lo hacía más ligero.
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Editado: 03.11.2024