Kamika: Dioses Supremos

11. La pena de un sollozo

La magia del sol recorría mi cuerpo como un masaje reconfortante. Cálida y llena de luz, como si me dijera que iba a estar bien. Podía llegar a sentirse demasiado bien, tanto que podría herirme a propósito solo para recibir esa luz.

Abrí los ojos, somnolienta, y me topé con los ojos de Andrew que reflejaban su propia luz dorada que recorría mi cuerpo. El dolor interno había desparecido casi por completo mientras sentía la luz sobre mi piel, sanando las heridas que mi propia divinidad no pudo conseguir.

Me quedé unos segundos ahí, tan solo mirando los destellos dorados y el rostro sereno de Andrew. Él se dio cuenta de que estaba consciente, pero todo lo que hizo fue tan solo mirarme. Había un rastro de pesar en su mirada, lo confirmé cuando frunció los labios en una línea.

Abrí la boca para preguntarle si algo le preocupaba o molestaba, pero el llanto llenó mis oídos antes de que pudiera hablarle. Me moví solo un poco, sin salir de la comodidad de los brazos de Andrew, y confirmé que aquel sonido le pertenecía a Pirra. Seguía en el suelo, escondida entre su cabello y el cuerpo de su esposo, quien también seguía llorando. A lo lejos las deidades estaban dispersas, pero podía sentir cómo se acercaba un grupo significante, entre ellos sentí a Evan. Cierto, todos los presentes querían saber qué había sucedido.

Andrew también miraba más allá de nosotros, donde la pareja seguía llorando y las deidades caminaban hacia nosotros, luego regresó su atención sobre mí.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Andrew en un tono suave, casi como si creyera que su voz podría herirme más el cuerpo—. Ya no tienes heridas, pero tu energía divina está muy débil. Tómalo con calma.

Intenté sonreírle. Estiré mi mano y toqué su mejilla, fría, por el sudor, y dura al tacto como un mural. Él se tensó y supe que él sentía dolor, que ni siquiera se había sanado a sí mismo. Se apoyó en mi mano y respiró, lo que me hizo pensar que tal vez no lo había hecho bien durante los últimos minutos. Sus ojos brillaban. No podía adivinar los pensamientos que surcaban su cabeza.

—Lo suficientemente bien para levantarme. Gracias.

Hice el amago de moverme, pero él me sostuvo para detenerme. Sus manos sobre mi cabeza y mi brazo me mantuvieron en su lugar. Tragó con fuerza, frunció levemente el entrecejo.

—Solo unos segundos —susurró. Se agachó, descansó su cabeza sobre la mía, frente con frente, e inhaló. Mi corazón pegó un brinco, se aceleró solo por unos segundos ante su repentina cercanía—. Déjame respirar estos segundos que sé que estás a salvo, solo un momento más.

Solté el aire, despacio, y relajé mi cuerpo tan solo un poco. Un momento, unos segundos, tan solo eso antes de volver a ponerme la envestidura de Atenea. Un instante en el que yo también pude respirar en paz porque sabía que él estaba ahí, que me mantendría lejos de los dioses, lejos del constante caos.

Hasta que no solo sentí la presencia de las deidades acercándose, también sentí a mis amigos cerca. Y entonces fue hora de volver.

Andrew me dejó libre cuando los pasos de nuestros amigos se detuvieron. Me levanté, ofreciéndole a Andrew una última mirada, él me siguió cada movimiento.

Daymon y Logan fueron los primeros en llegar, Sara los seguía de cerca mientras ayudaba a Cailye a caminar. Sus marcas se veían más pálidas, pero aún estaban ahí, mientras que ella se veía más dormida que despierta.

—Por ahora la tela que separa los mundos está estable —dijo Logan con un tono severo, casi molesto, más brusco que su habitual tono. Miró a Pirra y entrecerró los ojos—. Forzar las grietas provocó un efecto dominó, demasiados puntos débiles al mismo tiempo. Lo que sea que hizo para perforar la tela nos quitó más tiempo y nos puso en peligro a todos.

Andrew se había puesto de pie, estaba detrás de mí como una sombra vigilante.

—¿Volverá a suceder? —preguntó Sara con cierto tono preocupante. Ella también se veía algo cansada, pero no lo suficiente para caer de rodillas.

Logan frunció el ceño y puso su mano sobre su cadera.

—Sí. No hemos solucionado nada, solo evitamos un cataclismo. Las grietas vuelven a estar como estaban antes de que ella rasgara sus propias grietas.

Me enfoqué en Pirra y Deucalión, ambos demasiado conmocionados y ahogados en llanto como para entablar una conversación normal. Evité mirarlos por más tiempo, me removían el corazón y me hacía sentir culpable por intentar acabar con la vida de Pirra. «No se debe tener piedad con los que osan levantar su poder contra Atenea», me dijo una voz de un recuerdo lejano en la cabeza. A veces podía llegar a tomarme las palabras de At demasiado en serio. Me temía que eso me impidiera ver las cosas desde la perspectiva de Ailyn, desde un corazón humano.

Solté un suspiro, hasta que bajé la mirada y vi el estado de mi cuerpo. Mi ropa estaba rasgada, mi pantalón lleno de tierra y mi corsé manchado de sangre. Mi piel, pese a encontrarse libre de heridas o cortes, se veía sucia y maltratada. Mi aspecto era la prueba de que lidiar con Pirra representó un reto para mí. Si las deidades me veían así no pensarían que se debía a que enfrenté a Pirra con poca energía divina y sin mi espada, verían que era tan débil que incluso una deidad cubierta por la locura podía acorralarme.

Me tensé, sentí el sudor frio. Ahora que mis aliados estaban tan cerca no podían verme así, debía mostrar una imagen inamovible, invencible incluso con un cuerpo humano.




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