Sentí que algo me golpeó el pecho con una fuerza abrumadora, estrujando mi corazón.
No.
Imposible.
—Tú… lo sabías… —mascullé.
Mis piernas me temblaron, amenazando con tirarme al piso en cualquier segundo. Un nudo se implantó en mi garganta, ardiendo, y mis ojos me picaban. Imposible. Aquel pensamiento que había enterrado en lo profundo de mi cabeza salió a la luz de repente.
Era imposible que uno de mis amigos hubiera hecho un trato con Pandora.
Andrew me miró con atención, por completo serio e inescrutable, pero había compasión en sus ojos, como si no quisiera darme una pésima noticia.
—Lo sospechaba. Pero no tengo información suficiente para acusar a nadie, por eso necesito hablar con Moros.
—No… Es falso. Es imposible. —Fruncí el ceño, furiosa, y lo miré como si él tuviera la culpa de que aquella idea fuera siquiera considerable—. Ninguno de mis amigos, de nuestros amigos, nos harían eso. El informante que Pandora tiene en el palacio es otro dios, otra deidad, no es nadie de los Dioses Guardianes.
Andrew me sostuvo su mirada, cada vez con más compasión y pesar.
—Ailyn, ella te lo dijo, ¿recuerdas? Pirra lo sabe.
Negué frenéticamente con la cabeza; comenzaba a dolerme.
—¡Ella está equivocada! —bramé, y en respuesta un árbol cercano se vino abajo. Respiré, traté de apagar el brillo dorado de mis ojos, de controlar mi poder.
Él no cambió su postura.
—Nos hemos cuidado desde que visitamos a Perséfone —continuó—, de todos en el Olimpo, de nuestros aliados, pero no de nuestros amigos. Hay cosas que Pandora no tiene por qué saber y aun así intervino. Los rumores sobre nosotros no se esparcieron solos y todo el tema con los humanos…
—¿Crees… que uno de nuestros amigos conspiró con Pandora para que todo el tema con los humanos esté tan mal? —pregunté, tan incrédula que mi voz salió como un chillido—. Es…
—¿Imposible? —Andrew soltó un leve suspiro y me miró como si me pidiera perdón por lo que estaba a punto de decir—. Ailyn, no es coincidencia que seas la diosa más odiada por los humanos.
Se me enterró un astilla en el corazón, justo en un rincón donde solo los humanos podían dañarme. Intenté apagar esa llama en mi pecho, el enojo por considerar que podría ser verdad lo que él decía. Me odié a mí misma por no poder desmentir por completo esa afirmación, al menos no con argumentos valederos más allá de mi confianza ciega hacia mis amigos. Mi corazón sabía que ninguno podría traicionarnos, pero mi cabeza, lo que había aprendido de Atenea, me decía que no podía estar segura.
—Te equivocas —tan solo dije, aferrándome a mi corazón—. Ninguno de mis amigos haría algo para dañarme.
—Entonces hagámoslo. Moros sabe quién hizo un trato con Pandora. Sea el que sea, lo descubriremos.
Observé el sello, el libro en manos de Andrew y su propia determinación. ¿Desde hacía cuanto estaba preparado para eso? Con el objetivo de identificar a la deidad, o deidades, que podrían estarle pasando información a Pandora, ¿qué habría hecho?
Tragué saliva.
—Moros es peligroso. Su pago siempre es alto, y te recuerdo que ya cediste tu ciclo de reencarnación y tu lugar en la Isla de Bienaventurados. ¿Qué más le podrías dar a una deidad más allá de tu propio poder?
Me miró con atención, sus ojos oscuros con ese filo peligroso. Una mirada fría, como si quisiera decirme que eso no sería ningún problema.
—El pago siempre es proporcional a la información que puede dar. Por eso no le estoy pidiendo otra cosa, por eso ahora y no hace dos años.
Abrí los ojos de par en par.
—Sabes de quién se trata…
Andrew apretó la mandíbula.
—Lo sospecho, pero no puedo estar seguro. No he estado seguro en un año.
Si Andrew podía invocar a Moros, que no era algo que cualquier deidad pudiera hacer, debido a que debía tener afinidad con la premonición y el destino, ¿por qué pedirle esa información? Seguramente había más cosas que quería saber, sin duda cosas que yo no podría preguntar.
—Hazlo. Así sabrás que ninguno de nuestros amigos sería capaz de hacer algo como eso.
Él asintió al cabo de unos segundos y continuó pasando las hojas del diario de Apolo.
Recordé mi sueño. El cielo y las ruinas, la mirada de uno de mis amigos y sus lágrimas, y la sangre en mis manos. Me estremecí. El que Andrew estuviera dispuesto a invocar a Moros era peligroso y me generaba un terrible presentimiento.
Cuando encontró lo que necesitaba se volvió hacia el sello y entrecerró los ojos. Observó con atención y estiró la mano. Su cuerpo se iluminó de un tenue amarillo brillante, como la luz del sol, un aura que parecía el fuego. Susurró algo, pero no lo oí, y pronto el sello reaccionó a su magia.
La luz que iluminaba a Andrew saltó hacia el sello en medio de un destello dorado, y pronto nació una cascada en cada hendidura y cada curva, pilares hacia el cielo imitando la forma del sello. Hubo viento, agitó los árboles y me elevó el cabello de una forma demasiado violenta. Tuve que proteger mis ojos para poder observar hasta el final.
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Editado: 03.11.2024