Kamika: Dioses Supremos

15. Un rostro amigo

Todas las habitaciones de los Dioses Guardianes estaban conectadas por el mismo conjunto de pasillos. Caminé sin el yelmo de la invisibilidad, rápido, ignorando a las Gracias que vi por el camino. Andrew se quedó atrás, Cailye no quería verlo y él lo respetó, contrario a lo que podría decirse de mí.

El nudo en mi garganta seguía ahí, intenso y molesto, pero sabía que no lloraría aunque me partieran en pedazos. Niké me aseguró que su magia podía sellar mis lagrimas el tiempo que yo deseara.

Andrew, quien me acompañó hasta donde Niké, pero no estuvo presente cuando entré a su habitación, sabía lo que hice, podía sentirlo. Pero no dijo nada al respecto, no lo cuestionó, ni siquiera me advirtió como podría esperar de él. Tan solo… estuvo ahí mientras ella sellaba mis lágrimas.

Mis manos me temblaban mientras apretaba la carta sellada de Logan a Cailye. La tristeza seguía latente y fresca, pero al menos podía hablar, pensar y moverme. No sabía todavía si Cailye hablaría conmigo, aún era muy pronto y no quería complicar las cosas, pero sentía que si esperaba mucho para entregarle la carla la situación definitivamente se complicaría.

Cuando di vuelta hacia la habitación de Cailye, me detuve en seco al observar a Evan recostado en la pared junto a la puerta, una puerta que estaba abierta. Observaba el techo con una mirada melancólica y sombría, perdido en sus pensamientos. Se giró en cuanto me sintió cerca; fue incapaz de sonreír.

Caminé unos pasos, dudosa, pero no llegué a la puerta de Cailye, me paré junto a Evan y me recosté en la pared, pensando de dónde sacar valor para verla y hablar con ella. Pasaron unos segundos hasta que abrí la boca.

—Han venido ninfas de todos los clanes, amazonas también. Vino Diana en persona e incluso a ella rechazó ver —dijo Evan con un tono lúgubre y pesado—. No quiere hablar ni ver a nadie, ni siquiera conmigo. Estoy aquí por si quiere algo o intenta hacer una locura, pero tampoco quiere hablar conmigo. Así que has venido a intentar arreglar las cosas, te aviso que no es el momento.

Fruncí los labios y guardé la carta tras mi espalda.

—¿Has estado con ella toda la noche?

Él negó con la cabeza. No respondió nada por unos segundos.

—Ha llorado hasta quedarse dormida, aunque no es que haya dormido demasiado —dijo al cabo de un rato—. Y al despertar continúa intentando… cambiar las cosas.

Lo miré de frente, con un nuevo mal presentimiento en mi pecho.

—¿A qué te refieres?

La mirada de Evan se empañó de una tristeza fría, tranquila.

—Ha intentado traerlo de vuelta con el poder de Artemisa, intentó invocar a Krono pero él no se presentó, gritó por ayuda varias horas, a la deidad que la oyera. Ofreció tratos, habló con Perséfone e incluso le envió una petición a Zeus. Pero no obtuvo ninguna respuesta. —Guardó silencio unos segundos—. Traer de vuelta a los muertos es algo que pocos dioses pueden o quieren hacer. Cailye ni siquiera intentó hacerlo con sus padres.

Me recogí en mí misma y me recosté a la pared, presa de una oleada de culpa gigantesca. El dolor de Cailye… podía sentirlo, recordarlo. Cuando pensé que Andrew murió me sentí más que vacía, me sentí perdida y sola, muerta en vida.

—No puede traer a nadie de vuelta —murmuré—. Es una verdad muy dura de aceptar.

Sentí la mirada de Evan sobre mí todo el tiempo.

—No fue tu culpa, Ailyn. No cargues con esa cruz.

Un nudo amargo se implantó en mi garganta.

—Cailye me odia.

—Cailye está lidiando con muchos sentimientos, está confundida y llena de ira y de tristeza —repuso él—. Nada de lo que salga de su boca ahora es confiable.

Entonces ¿por qué no se sentí así?

—Tal vez deba irme, si me siente cerca puede salir ella misma a empujarme a los calabozos.

Me dispuse a irme, pero Evan me tomó de la muñeca con suavidad.

—Ven a tomar algo, parece que aún no desayunas. Para todos ha sido… difícil, tener compañía en momentos así ayuda a aliviar el dolor.

Ahora sí me ofreció una sonrisa cálida. Lo dudé un momento. Todavía no sabía cómo lidiar con la carga que me dejó Logan, con el nuevo cause que debía sostener con mis manos como un globo de helio para que no se fuera volando, y sabía que era algo que tarde o temprano me pasaría factura. Pero ver los ojos pacíficos de Evan, un océano en ellos, me obligó a tirar esas preocupaciones a un lado.

Asentí.

No me había movido de la pared cuando alguien más dobló la esquina del pasillo. Mi corazón se detuvo de un golpe, por un segundo me sentí culpable de una infidelidad que no existía.

Dominique corría hacia la habitación de Cailye, con la preocupación tallada en su rostro y los ojos hinchados, su cabello casi rubio golpeaba su espalda en cada paso, y su holgado enterizo de jean manchado hasta los tobillos de pintura seca. Se detuvo a pasos de nosotros, con la respiración agitada, y pasó su atención entre Evan y yo. Sus ojos verdes claros se detuvieron en mí por más tiempo.

—Cailye… —masculló, su mano sobre su pecho y sus labios temblando. Parpadeaba y tragaba con fuerza, sus mejillas en extremo rosadas.




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