Kamika: Dioses Supremos

19. Luz de vida

Sentía que habían pasado años, no minutos desde que me adentré a la cabeza de Pandora. De repente había vivido toda una vida a su lado, había estado con ella en sus peores momentos y había sido testigo de su dolor. Ahora, mirando hacia atrás, alcanzaba a entender por qué estaba tan mal de la cabeza. El miedo que antes me consumía comenzó a menguar, como si le quitara la cortina al monstruo del closet.

—¿Cómo es posible? Ella no puede entrar al palacio —cuestioné mientras descendíamos por la torre a toda la velocidad que mi agotado cuerpo podía. No había Guerreros de Troya ni soldados de Ares, los pasillos estaban solos.

Andrew me ayudaba a caminar, sus manos fuertes sostenían mi cintura con la firmeza suficiente para que no me desplomara. Kirok iba a la cabeza, inspeccionado todo lo que encontraba. Las paredes retumbaban, el Olimpo se estremecía, podía sentir el miedo de múltiples deidades atravesar mi piel igual que docenas de agujas, pidiéndome ayuda, suplicando que detuviera la agonía. Sufrían, podía escuchar el sonido de sus almas al romperse. ¿Qué las tenía tan destruidas? Temía por la respuesta.

—Porque no es ella, ella, propiamente hablando de su cuerpo —explicó Kirok con cierta incomodidad.

Fruncí el ceño. Me tensé todavía más. Una idea muy mala comenzó a formarse en mi cabeza.

—¿A qué te refieres con eso?

Andrew apretó la mandíbula tan fuerte que una vena se marcó en su cuello. Kirok me miró sobre su hombro, sus ojos rojos encendidos en un brillo sobrenatural.

—Ya lo verás.

No alcancé a poner un pie en el pasillo exterior cuando el impacto llegó. Sentí el agarre de Andrew desaparecer y luego el piso me recibió. Me quejé, una corriente de dolor recorrió mi cuerpo. No me di cuenta de lo fuerte que había sido el golpe hasta que intenté incorporarme y mi brazo falló. Mi hombro… maldición, mi hombro izquierdo estaba desencajado.

Estaba lejos del pasillo, al otro lado del jardín. Había sobre un montón de flores y las había destrozado en el impacto. El polvo volaba por todas partes, eso dificultaba mi compresión de la situación. Oía gritos y llanto, sollozos, pero no veía de dónde venían.

Hasta que el polvo se disipó lo suficiente para observar las siluetas en lo profundo del palacio, corriendo de un lugar a otro, desperadas. Las deidades del Olimpo huían de… otras deidades.

Se me cortó el aliento cuando las vi, Gracias atacando a otras Gracias, ninfas luchando contra sus hermanas ninfas, dioses menores alzándose contra sátiros y centauros, todo tipo de deidades se enfrentaban entre sí en una guerra desenfrenada y violenta. Algunos huían de sus atacantes, otros les plantaban pelea, pero todo era… un baño de sangre.

El tiempo corrió más lento en mi cabeza, mi corazón latió con muchos segundos de diferencia. Se desmoronaba. El Olimpo, el lugar que ofrecía protección, que juré mantener y defender… se venía abajo desde adentro.

Mi corazón casi se detuvo cuando vi a Diana a lo lejos, luchando con cuatro de sus ninfas más cercanas. Ella… estaba llorando mientras usaba su poder para detenerlas. Y más allá de ellas, casi al otro lado del pabellón de torres, Nerón y Clare se encontraban en la misma situación, solo que ellos luchaban entre sí en un duelo infinido manchado de luces azules y formas de agua.

Sentí la energía divina de Andrew sobre mí antes de escuchar su voz. Había llegado a mi lado en un instante. Lo miré, esperando encontrar una explicación en su rostro, pero él no miraba hacia el palacio, hacia el caos, él solo miraba mi brazo.

—Dolerá —advirtió con la voz ronca, un tono serio.

Antes de responder puso sus manos sobre mi brazo y movió mi hueso como si acomodara una tuerca en su lugar. El dolor eléctrico me recorrió el brazo, pero eso no distrajo mi atención de lo que ocurría.

Andrew me puso de pie de un tirón. Tenía el arco en las manos y una mirada asesina dibujada en el rostro. Ahora miraba hacia todas partes.

Fue entonces cuando un grupo de ninfas nos rodearon, cinco, cada una de un clan diferente. Todas dispuestas a saltar sobre nosotros. Sus ojos eran la expresión misma del terror y el odio, una mezcla tan intensa que nunca había visto algo así. Parecía que no nos estaban mirando precisamente a nosotros, no nos enfocaban, pero su intención era claramente hostil.

Mi cuerpo me pesaba, aun no recuperaba del todo mi energía divina, tal vez me tomaría más que unos minutos poder hacer cualquier cosa luego de todo lo que necesité para realizar el viaje hacia Pandora, pero aun así sujeté con fuerza mi daga y prepararé mi cuerpo para el momento en el que decidieran usar sus atributos en nuestra contra.

No quería atacarlas, algunas eran ninfas guerreras de sus pueblos, otras eran refugiadas del conflicto. ¡Por los dioses! Dos de ellas ni siquiera sabían pelear. Fuera lo que fuera que estaba dentro de su cabeza, parecía una pesadilla pura.

Se prepararon para atacar, Andrew extendió la cuerda del arco para usar sus flechas, pero ninguno alcanzó a moverse cuando el humo negro se hizo presente. Igual a la niebla baja, una nube oscura rodeó las piernas de las cinco ninfas y subió por sus cuerpos hasta sus ojos. Las ninfas se quedaron quietas por completo, paralizadas del terror, hasta que el humo entró por sus ojos y las cinco cayeron inconscientes al suelo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.