A pesar de que sabía que no me podían ver, no pude evitar contener la respiración cuando sobrevolamos el bosque gris y seco que rodeaba el portal, donde permanecía el ejército de nuestros aliados. Cientos de deidades esperaban cerca del portal, separadas por los clanes, desde ninfas hasta criaturas, con sus armas cerca y vestidos para la batalla. El viento frio golpeó mi rostro, como si incluso él reconociera el tamaño y poder de todas esas deidades.
Parpadeé y miré al frente, hacia el horizonte soleado más allá de las nubes que siempre cubrían el Bosque de la Lira. Nosotros íbamos en una dirección diferente.
—¿Piensas viajar todo el trayecto con el yelmo de Hades? —preguntó Kirok con una sonrisita.
Permanecía con la atención al frente, pero ese gesto y ese brillo en sus ojos me dio la impresión de que tal vez no era tan invisible para él. Aunque él nunca me había mencionado que pudiera percibirme aun con el yelmo.
El yelmo de la invisibilidad de Hades no solo actuaba sobre mí, también sobre lo que mi piel tocara, por eso mi ropa también se volvía invisible y de paso Capella, mi pegaso.
—Todo Kamigami notará mi presencia si me lo quito. Lo interpretarán como una bandera roja, como el inicio de la guerra. Oficialmente no tengo más razones para pisar el mundo de los dioses que no sea por Pandora. Pensarán que está aquí. Y yo ni siquiera sé en qué mundo se encuentra.
—Claro, oficialmente —ronroneó Kirok con cierta mofa. Luego, sus ojos se tornaron más serios—. No me has dicho qué quiere tu rayito de sol en la Isla Delfos.
Guardé unos segundos de silencio.
—Según él, perdí algo para cruzar la puerta que me llevó a la Esfinge. Quiere recuperarlo.
Kirok ni siquiera parpadeó, no reaccionó en absoluto, y por algún motivo eso me pareció una reacción suficiente y clara.
—Es verdad. Pagaste un precio por entrar. —Su mirada se oscureció—. Pero no sé si recuperarlo te ayude en algo. Has avanzado mucho sin esa parte de ti. Si te soy sincero, me da miedo lo que suceda contigo si lo recuperas.
—¿A qué te refieres?
Giró su cabeza hacia mí, y por dos segundos fue como si pudiera mirarme directo a los ojos. ¿Una coincidencia? Eso me hizo pensar cuando volvió su atención al frente.
—Su ausencia te ha mantenido viva.
Justo en ese momento abandonamos las nubes grises que siempre cubrían el bosque del poral y los rayos vibrantes de Helios nos cubrió. El atardecer nos recibió como si nos diera la bienvenida a Kamigami, rayos fríos, dándole paso a la noche Selene lentamente.
—¿Y qué es eso exactamente? Todos hablan de algo que perdí, pero ninguno me ha dicho de qué se trata.
Kirok frunció levemente el ceño.
—Eso es porque es difícil de poner en palabras. Si Apolo en verdad lo consigue, entonces lo entenderás.
Levanté una ceja, interrogante, pero él no podía ver mi gesto, así que tal solo solté un suspiro algo molesto. No me agradaba que todos parecían saber con exactitud qué había ofrecido para ir por el Espejo de los Dioses excepto yo, pero en especial me molestaba que ese algo fuera tan importante.
—¿En cuánto tiempo llegaremos? —pregunté, consciente de que si me ausentaba demasiado las deidades empezarían a cuestionarse mi paradero.
Kirok volvió a sonreír, la sombra que cubría sus ojos despareció y éstos brillaron con un brillo perverso.
—Para tu suerte, soy un guía mucho más experimentado que At y por supuesto que tu estúpido rayito de sol. Calculo que tendremos que volar toda la noche selene, llegaremos poco después del amanecer.
Eso significaría que sería un viaje largo considerando que una noche selene igualaba a un día terrestre entero, eso teniendo en cuenta que incluso los pegasos debían descansar cada cierto tiempo y nosotros tendríamos que recoger comida.
Y eso fue lo que hicimos las siguientes horas. Mientras Draco y Capella bebían de un rio y descansaban, Kirok y yo buscábamos frutos de ambrosia. Me resistí el impulso de tirarlos al suelo, pues no llevamos comida y eso era lo único que podíamos comer en ese mundo sin que me matara.
Kirok se tiró sobre el césped bañado por la luz de Selena cuando terminó de comer, con la mirada en el cielo nocturno, no muy lejos de donde nuestros pegasos dormían. Las constelaciones de ese mundo eran curiosas, guardaban secretos que muchas veces ni siquiera los dioses mas antiguos conocían.
—Duerme, Luz —dijo Kirok con los ojos ya cerrados y los brazos bajo su cabeza—. En un par de horas atravesaremos el mar Neptuno, no pararemos hasta la isla.
Dormir… por alguna razón ya no quería dormir más.
La Isla Delfos, según lo que Kirok me había dicho, quedaba en dirección contraria a Gea Hija Norte, por lo que los pegasos podrían llevarnos sin problema, pero el viaje sobre el mar duraba varias horas y ellos debían descansar antes del extenuante trayecto. Observé a los pegasos echados a la orilla del rio, Draco ya estaba dormido, pero Capella parecía alerta a su entorno en todo momento. Su pelaje blanco resplandecía bajo la luz de la luna, al igual que sus plumas y su crin, su mirada era pacifica, pero firme, eso me dio paz.
Permanecí sentada, recostada a un árbol cercano, mientras miraba a Kirok hacerse el dormido. Tenía los ojos cerrados y la respiración profunda, pero esa sonrisita traviesa la tenía tan tatuada en el rostro que simplemente no podía dormir así.
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Editado: 19.06.2025