Kaonashi: Abandonado

Capítulo 4: Mensajero

La puerta deslizante al puesto de comida se abrió de golpe, dejando pasar parte del ruido de la calle, que durante unos segundos inundó el lugar. Pero cuando se cerró, poco después, volvió a oírse claramente el sonido de la freidora y la cocina que había al otro lado de la barra, donde un espíritu calvo y rechoncho, con mostacho y dos ojos redondos como canicas de pupilas rectangulares, atendía las raciones.
"¿Cree que soy hermosa?" Preguntó la mujer que había entrado, vestida con un ornado kimono y con una mascarilla cubriéndole la parte inferior del rostro.
"Como el mar tormentoso alrededor de un barco pescador" Replicó Akkoro-san, el dependiente, sin apenas prestarle atención a la pregunta envenenada de la mujer, como si estuviera acostumbrado. Lo estaba, de hecho, y como no era la primera vez que la veía, ya sabía de sobre lo que tenía que hacer. "Lo de siempre, ¿Verdad?"
Ella asintió, sentándose en una de las banquetas. Se quitó la mascarilla, y Akkoro-san tuvo una magnífica vista de la boca de la mujer, cuyas comisuras se extendían casi por toda la longitud de sus quijadas. Una macabra sonrisa, repleta de dientes afilados que habían aterrorizado a más de una persona, pero que en Akkoro-san no inspiraron ninguna reacción más allá de una bandeja de takoyaki. A continuación, con otra mano – además de las dos que manejaban la cocina y la del takoyaki – puso una botella de cristal, la abrió y le puso una pajita. "A cuenta de la casa", dijo simplemente.
"¿Y qué son todas estas atenciones?" inquirió la mujer de la boca cortada, no sin antes darle un sorbo al alcohol. "¿Estamos celebrando algo hoy?"
"Vamos, vamos, querida…" Replicó el espíritu, apoyándose de nuevo en la barra. "No te veía así desde aquél video viral de los noventa… ¿Qué ha sido esta vez? ¿Un chico?" La mujer se metió en la boca un par de bolas de pulpo y las saboreó, masticando ostentosamente con su dentadura descubierta. "Oh, vaya, tan terrible… ¿No será ese extranjero que anda por ahí estos días?"

Ella lo miró, suspirando, y puso los ojos en blanco. "Alto, delgado, con muy buen vestir… Y ni siquiera tiene rasgos faciales, así que no puedes saber lo que está pensando. ¡Cada vez hay más competencia!"
"Los tiempos cambian", dijo Akkoro-san, encogiéndose de hombros. "Mírame a mí… ¿Has probado a hacer un vídeo para renovarte? Hazte una de esas… ¿Cómo se llamaban, chico? ¡Redes, eso!" La mujer de la boca cortada miró a la esquina del local, desde donde una figura enmascarada asintiendo en silencio. "Extranjeros…"
La mujer de la boca cortada evaluó la figura con la mirada, divertida. "¿Y tú? ¿Qué dices, muchacho? ¿Me consideras hermosa?"

Un día más, y una noche más. El sol caía en el horizonte, y los espíritus volvían en masa al lugar de recreo, la zona de restaurantes, subiendo desde la estación, que, brillaba a lo lejos, con un reflejo en el mar que le daba un aire exótico. También había una parada de tren, más allá de las granjas de las afueras del pueblo, pero no había muchos espíritus que llegasen de allí. Al contrario que en tiempos antiguos, habían reducido la línea; ahora era sólo de ida.
Pero los espíritus que llegaban en barca o desde el agua eran igualmente variados, de todas las formas, tamaños y colores, y así era la clientela del local de takoyaki que regentaba Akkoro-chan. Su aspecto fofo, rechoncho y afable emanaba confianza, y la mayoría de comensales lo saludaban como si fuera un viejo amigo, que a cambio se sabía los platos favoritos de todos. Un lugar de descanso, donde los trabajadores de la casa de baños que había al fondo descansaban frecuentemente de sus interminables turnos. Comían, bebían, charlaban y reían, llenando la atmósfera de ruido, y luego se volvían al trabajo, agradeciendo fugazmente al espíritu enmascarado que les abría siempre la puerta.
Este espíritu enmascarado, que no era otro que el Turista, se había dado cuenta de que aquella era la forma más sencilla de sobrevivir en aquel mundo. Quédate quieto, pasa desapercibido, y sólo haz lo que se espera que hagas. Así se lo había dicho Akkoro-san, así lo había enseñado, y ahora, mientras lo cumpliese, el espíritu no tenía ningún problema en permitirle quedarse por allí, comiendo las raciones sobrantes al final de la jornada y bebiendo lo que dejaban los clientes, a cambio de ayudarle con los recados.
Esa fue la razón de que el Turista saliera tímidamente al exterior, fuera de su zona de confort, con un paquete en las manos. Miró a su alrededor a la calle en la que la gente se movía de un lado al otro. Espíritus informes, siluetas con ojos brillantes que conformaban la mayoría de su propia clientela, seres arácnidos que se movían por encima del resto, parasoles mágicos que revoloteaban a su alrededor… Una procesión de espíritus extranjeros, envueltos en mortajas blancas y con una campana tañendo para marcar el ritmo se acercó desde las zonas inferiores. Los espíritus se movieron, y el Turista giró la cabeza, confuso. Capitaneados por el espíritu de la campana, los seres de mortaja blanca que formaban la espectral compañía llegaron hasta su altura al compás, y con un tañido, se detuvieron. Con otro, se dispersaron, adentrándose en los locales para descansar tras lo que, con toda seguridad, habría sido un arduo día de trabajo.

Sí, eso era lo que todos los espíritus querían: Un descanso de sus ajetreadas vidas, un lugar que les permitiera olvidarse de sus obligaciones. Eso era lo que prometían los de la casa de baños del otro lado del puente, y eso era lo que decía Akkoro-san. Y… ¿Cómo iba a equivocarse él? "Yo fui cliente de la casa de baños muchas veces", le contaba al Turista cuando no había clientes. "En los buenos tiempos. Aún recuerdo el agua caliente y las sales curativas..." Exhalaba una nubecilla de humo de su puro y se echaba a reír, acariciándose el mostacho. "Quién pudiera volver a aquellos tiempos de riquezas". Pero antes de que el Turista pudiera curiosear acerca de los tiempos de riquezas, siempre venía algún cliente. Y, de todas formas, no es como si hubiera sabido qué decir.
Cuando algunos de los espíritus encapuchados de la Santa Compaña pasaron por su lado en dirección al puesto de takoyaki, el Turista se planteó darse la vuelta, siguiéndolos para recolectar la propina y los restos de sus raciones. Pero luego se lo pensó mejor y volvió a encaminarse a la calle: Akkoro-san era una buena persona y lo estaba acogiendo, así que lo educado era devolverle el favor.



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En el texto hay: misterio, suspenso, sobrenatural

Editado: 14.05.2020

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