Más que un despacho, aquella habitación parecía un museo. Armas antiguas, máscaras de espíritus africanos olvidados tiempo atrás, frascos de vidrio con criaturas alienígenas en su interior… Un historiador podría pasarse horas sólo con aquella habitación, pero si un historiador entraba en aquella habitación, era muy poco probable que su atención se fijara en las paredes. La gata negra que se paseaba sobre el escritorio de roble macizo, por ejemplo, era una mejor opción. Y ni siquiera era una gata, sino más bien era el hueco que habría ocupado una gata de haber estado allí. La silueta de gata se removió, ronroneando ligeramente contra la mano de la mujer de la pamela y el velo negros, y abrió un ojo dorado en lo que, en un gato, habría sido la cabeza. "¿Qué me has traído en esta ocasión, joven sirviente?"
El espíritu sin rostro que hacía una eternidad había sido conocido simplemente como "el turista" alargó los brazos, ofreciéndole respetuosamente el paquete a la criatura oscura tal y como le había ordenado Akkoro-san. Cuando lo dejó en la mesa, la silueta de gata se acercó, curiosa, y el espíritu no pudo evitar darse cuenta de las dos colas que se agitaban suavemente tras ella. "Hmmm, interesante", murmuró la criatura. "Akkoro-san debe de haberse estado guardando éstas durante mucho tiempo, ¿Verdad?" Sin que el Sin Cara supiera como, el paquete, cuidadosamente cerrado y anudado, estaba completamente abierto, y las bellotas cuidadosamente amontonadas en el centro junto a la botellita negra. "Bellotas originarias de la bahía de Funka, nada más y nada menos…" Por alguna razón, aquello lo dijo con tono divertido, como si fuera una especie de broma interna. La mujer de la pamela negra no se movió ni un milímetro, y podría haber sido de piedra. La silueta de gata tomó en la boca – la silueta de boca – una bellota y ésta desapareció. "Sí, definitivamente sí, ese pulpito sabe bien cuál es su valor… ¿Y esto?" Olisqueó la botella, abriendo aún más el ojo dorado. "¡Licor de la Vida! Vaya, Akkoro-chan, eso sí que es inesperado... ¡Eh tú!" Miró al Sin Cara, o mejor dicho, miró a través del Sin Cara, que se había agarrado a sí mismo, pensando que algo estaba muy mal con aquella gata, o mejor dicho, con aquella ausencia de gata. Aquella silueta de gata sin gata. "¡Eh, tú, Sin Cara! ¿Sabes lo que es el Licor de la Vida? Es un… No, espera, ya sé: Vas a Beberlo".
Con un gesto de la silueta de su cabeza, la criatura que debería ser una gata pero que evidentemente no lo era miró a la mujer de la pamela negra, cuyo brazo se movió por sí mismo y agarró la botella. La gata – la silueta de gata – quitó el tapón de un mordisco, y el brazo de la mujer de la pamela lo sirvió cuidadosamente en un vaso que el Sin Cara habría jurado que antes no estaba ahí. Un líquido brillante, que sólo podría describirse usando palabras que evocaban antiquísimos santuarios a la vida perdidos en el bosque y llenos de musgo y que era de color de la luz líquida, se derramó, llenando el vaso de cristal suavemente. La silueta de la gata se acercó y bebió un par de sorbos con la lengua, cerrando el ojo para saborearlo. "¿Y bien?" Volvió a abrirlo, mirando al Sin Cara. Estaba más dorado, más brillante. Definitivamente, su ojo era más ojo, aunque la Gata no era más gata. "¿A qué esperas?"
No le había dado ninguna orden directa, no le había pedido nada, ni siquiera se lo había ofrecido, pero en aquella habitación, el Hecho de que el Sin Cara iba a beber de aquel vaso era simplemente Un Hecho Constatado. Así que tomó el vaso, con cuidado de no salpicar ni una gota del valioso líquido dorado, y bebió apenas un sorbo. Llegados a este punto es necesario confirmar que hacía mucho tiempo que el Sin Cara no se retiraba la máscara para usar la boca del Turista para comer o beber, y de hecho hacía mucho tiempo que la boca del Sin Cara se había abierto en un lugar mucho más conveniente, el mismo en el que se abrió en aquel momento para tomar un sorbo de aquel maravilloso licor de luz.
Podría hablar de las sensaciones que recorren a alguien al tomar Licor de la Vida, pero hay cosas que los seres humanos, especialmente los normales, no deben conocer, y por las que no es necesario que sientan curiosidad. El Sin Cara ya no era un humano normal, incluso había sido difícil calificar aquella masa amorfa enmascarada como un humano, y tras beber el Licor de la Vida sufrió una serie de reacciones, al final de las cuales, lo único que pudo ver era el ojo dorado de la silueta de la gata, que lo miraba divertida. Se sentía más vivo, como más entero.
La silueta se paseó por el escritorio, con un ronroneo grave que no evitaba que se oyera su voz. "Ellos me prohibieron el Licor de la Vida, pero a la hora de la verdad, son Ellos mismos los que me lo ofrecen a cambio de mi beneplácito…" Se estiró, divertida. "Tal vez algún día se me ocurra concederle a Akkoro-san el favor que me pide. ¿Y tú?" Fijó su único ojo en el Sin Cara. "¿Es que no vas a pedírmelo?"
El espíritu miró a los lados levemente, confuso. ¿Él? ¿Pedirle algo a aquella criatura? Balbuceó un murmullo inarticulado, sin saber bien qué decir. Sólo era un sirviente de Akkoro-san, no era simplemente qué quería pedirle, sino más bien qué debía pedirle. No estaba allí en su nombre, sino en el de su patrono. Aunque tampoco sería tan mala idea, ¿Verdad? "No te hagas el tonto, todo espíritu que viene a verme tiene algo que pedir, y tú no vas a ser el primero" La Silueta se posó ante él, en postura divertida, con las colas agitándose entre sí. "Todo el mundo quiere algo, joven, y lo único que debes hacer, es lograr averiguar qué es lo que quieren". Sí, eso el Sin Cara podía suscribirlo. Todos los espíritus que pasaban por el local querían algo, ya fuera una ración de takoyaki, un poco de sushi… Akkoro-san se lo daba, y ellos volvían de nuevo a pagarle más aún. Era sencillo. "Todos quieren algo", seguía diciendo la Silueta. "Dinero, poder, amor, romper una maldición, recuperar su cuerpo…"
El espíritu conocido como el Sin Cara era inexpresivo, ya que, por sorprendente que parezca, carecía de un rostro con el que expresar emociones, pero algo en su aura debió de cambiar, puesto que la criatura abrió más el ojo, mirándolo fijamente y con interés. "¿Qué fue? ¿Encantamiento, maldición, enfadaste a un mago que te obligó a servir a Akkoro-san toda la eternidad? Los magos me parecen tan divertidos…" El Sin Cara únicamente recordaba una lluvia torrencial, un pueblo abandonado, una patética criatura que se moría de hambre. Su verdadero yo. "Akkoro-san te mantuvo aquí como su sirviente en vez de ayudarte a volver a casa… Podría haberte ayudado, en su día fue adorado como un dios, pero ni siquiera trató de mandarte en la dirección correcta". Ella chasqueó la lengua, y sí, era un fastidio. Estar allí, ser aquella cosa sin forma… El Sin Cara sabía que aquel no era su cuerpo, que aquel no era su lugar. Akkoro-san siempre lo había tratado bien, le había dado de comer, pero ni todo el takoyaki del mundo podía impedir que fuera consciente de que estaba donde no debía. "Pero estás de suerte, jovencito, hay una manera". Ronroneó ella. "Siempre hay una manera. Y, ésta vez, ésta está entre mis muchos poderes. Hacer que algo que Fue vuelva a Ser es una de mis especialidades". Devolverle su cuerpo estaba a un paso de él.