Kaori, la esfera mágica

Capítulo 7

El lugar resultaba cada vez más escalofriante. ¡Incluso a mí empezó a darme miedo! Y eso que era yo quien tenía más ganas de entrar.

La siguiente sala era enorme. Estaba cubierta con una bóveda de arista y había un presbiterio, pero no tenía nada que ver con las divinidades, todo lo contrario; se trataba de un lugar satánico con una cúpula sobre pechinas decoradas con las figuras de los cuatro demonios. A ambos lados del presbiterio había dos hornacinas de piedra rematadas con frontón partido.

Hasta ese momento, aquella habitación ganaba la medalla a la más tenebrosa. Asombrados, mirábamos su inmensidad, sus finos y delicados decorados y las figuras horripilantes que, en cierto modo, me llamaban la atención. Era la sala mejor conservada. Se notaba que había mucho dinero en ella, no sé por qué no vendieron algo y restauraron todo el museo… Cosas de adultos, supongo.

Me acerqué al altar, donde había una estatua gigantesca de una mezcla de demonio y ángel. La miré detenidamente. Parecía como si me siguiera con la mirada. Resultaba escalofriante, pero fantástica a la vez; tanto que, a pesar del miedo, no podía apartar los ojos. A menos que un ruido me sacase de mis pensamientos… Vamos, lo que pasó. Al estruendo de un cristal rompiéndose, desperté de mi ensoñación. Me giré en busca de su procedencia y vi el desastre, pero no había nadie cerca. Nos miramos los unos a los otros en busca del culpable, mas nadie dijo nada. Permanecimos un rato a la espera de que saliera el culpable.

—No tiene gracia —dijo Ebi al fin—. ¿Quién ha sido?

—Yo no —me apresuré a contestar, pues no quería que me echasen la culpa después de mi ridículo al chocarme con la vitrina.

—Yo tampoco —se sumó mi hermana.

El resto respondió lo mismo. Nadie había sido… Perfecto.

Presos del miedo, nos agrupamos de nuevo. Estábamos tan pegados que parecíamos un grupo de pingüinos en busca de calor.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Christina, abrazando su linterna.

—¡Correr! —bramó Tony.

El grito repentino nos hizo salir corriendo en la misma dirección, sin mirar atrás y con tanta velocidad que no nos dimos cuenta hacia dónde íbamos. Subimos escaleras y recorrimos pasillos con la intención de huir de aquel suceso paranormal que no comprendíamos. Seguimos hasta que un color nos hizo parar en seco. Sí, un color: el negro.

Estábamos a la mitad de la primera planta cuando el lugar empezó a oscurecerse, tornándose todo negro. Forzamos la vista sin conseguir nada, hasta que un atisbo de luz creado por una linterna nos dio la respuesta. En nuestra huida habíamos llegado a la parte en la que se originó el fuego, la más peligrosa. Aquella donde murieron los dos bomberos.

Tal y como nos había dicho el profesor Castor, un trozo de la planta estaba derrumbado, dejando parte de la estructura del museo al aire libre y restos de madera, cristales y destrozos. Observar la base y los cimientos de aquel lugar tan maravilloso era siniestro, pero increíble.

Nuestro asombro duró poco porque el suelo comenzó a desmoronarse.

Seis adolescentes.

Diez metros de caída.

 

7

—¡No me sueltes! —gritó Feny al borde de las lágrimas.

—No lo haré —prometió Tony con calma, intentando suavizar la situación.

El suelo bajo nuestros pies simplemente había desaparecido. Tony, Ebi, Christina y yo conseguimos saltar antes de que se desmoronara por completo. Por desgracia, Feny y Raúl no corrieron la misma suerte. Tony, en un abrir y cerrar de ojos, consiguió agarrar a Feny del brazo y Raúl se enganchó a la pierna de ella. Ebi, Christina y yo nos acercamos lo más rápido que pudimos para subirlos, pero tuvimos que retroceder a causa de otro crujido del suelo.

—¡No vengáis! —advirtió Tony—. Si lo hacéis, el resto de la planta se vendrá abajo.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Christina desesperada.

—Buscad unas escaleras o algún trozo de madera lo bastante largo como para poder llegar a la planta de abajo.

Asentimos y nos pusimos manos a la obra. Buscamos y buscamos, pero solo encontramos una viga de acero cuyo peso era demasiado para nosotras. Y aunque hubiésemos podido con ella, corríamos el peligro de que al usarla para ayudarles volviera a ceder el suelo y cayésemos todos. Al final se nos ocurrió otra cosa, podía ser peligrosa, pero no tan arriesgada como la viga.

Tony sujetaba a Feny y Raúl desde la zona quemada, pero el otro lado del gran agujero estaba casi intacto. Fuimos hasta allí y empezamos a tirar muebles por él con la intención de crear una montaña lo más alta posible. Usamos todo lo que encontramos, pero no había suficientes para alcanzar los diez metros de altura. Conseguimos cubrir unos ocho, así que deberían saltar.

—¿Estáis preparados? —les dijo Tony una vez la torre estuvo preparada.

—Primero me suelto yo, ¿vale? —avisó Raúl.

—De acuerdo —aceptó la asustada Feny.

Raúl se dejó caer. Se dio un buen golpe, pero, por suerte, no se hizo más que rozaduras leves.

—Ahora te soltaré a ti —indicó Tony a Feny— Ya no puedo más.




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