Kaori, la esfera mágica

Capítulo 8

Nadie pronunciaba palabra alguna. Simplemente caminábamos hacia el hogar de Feny. Una vez allí nos dejamos caer al suelo. Nos quedamos mirando un punto fijo de la habitación, sin hablar. Incluso yo controlaba mi respiración para no hacer mucho ruido.

¿Sería por el miedo? ¿Adrenalina? Probablemente por la angustia… ¿Estupefacción? No lo sabía, pero pasaron varios segundos hasta que alguien soltó una palabra.

—Lo… Lo… ¡Lo hicimos! —exclamó Ebi victoriosa.

—¡Fue increíble! Cuando aquello hizo ¡crash!

—… Y después gritamos…

—Luego algo tocó a Lyna y casi nos da un ataque al corazón.

Comenzamos a hablar sin decir realmente nada, solo frases cortas llenas de adrenalina que dejaban estupefacto al equipo de vigilancia.

Siguieron hablando, pero por mi cabeza solo podía pasar una pregunta: ¿qué pasaba realmente allí? Aquella sensación de descontrol y de ahogo que me arrastraba hasta la esfera… que, a mi parecer, estaba iluminada. Nunca antes había entrado en un trance como ese, no podía controlar mi mente ni mis actos… ¡No podía ni pensar con claridad! Había sido frustrante y agobiante a la par que curioso.

Aunque ahora todo se viera como algo gracioso, allí dentro ocurrieron sucesos ¡que deberían estar en la siguiente película de Paranormal activity! Todo era muy extraño y eso me asustaba, aunque realmente no sabía si decírselo a los demás o no. Probablemente, y a pesar de que ellos habían vivido lo mismo que yo, me tomarían por loca. Decidí guardármelo para mí misma por el momento.

—Lyna… ¡Lyna! —me llamó Ebi varias veces.

—¿Estás aquí o sigues en el museo? —me preguntó Raúl al tiempo que pasaba la mano por delante de mis ojos.

—¿Eh? Perdón… —sonreí avergonzada—. ¿Qué habéis dicho? Estaba en mi mundo…

—Tú y tus mundos de vampiros y arpías —rodó Feny los ojos.

—¡Y que no se te olviden los hombres lobo! —dijo Tony con una gran risotada.

—Ja, ja, ja, ja… muy gracioso —dije de mala gana—. Pues que sepáis que los hombres lobo son maravillosos.

—Ya empezó con el temita. —Ebi sonaba aburrida.

—Y los grifos son geniales —continué.

—Gracias a ellos me hidrato cada día. —Raúl soltó una carcajada.

Todos se unieron a su chiste y yo no pude evitar reír un poco. Era un chiste muy malo, pero también ingenioso. 

—Apagad la luz ya, por favor —pidió Mari, el ángel del grupo.

—¡¿Tan pronto?! —nos sorprendimos prácticamente todos.

—Sí, ¿ocurre algo? —bostezó ella.

—Apenas son las 2 de la madrugada —dijo Feny.

—Ya es muy tarde para mí.

—Bueno, Mari, te dejamos descansar si así lo quieres. —Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa agradecida.

—Vámonos a otra habitación —propuso Tony.

Estuvimos gran parte del tiempo charlando sobre asuntos triviales y muy de vez en cuando salía lo que recién habíamos vivido en el museo hasta que, poco a poco, caímos en brazos de Morfeo.

***

La luz empezaba a molestar en los ojos. Se respiraba paz y tranquilidad. Notaba que mi cuerpo estaba en una posición extraña, sin embargo, no era incómoda, es más, estaba realmente a gusto

—¡HORA DE DESPERTARSE! —Feny iba por la casa golpeando una sartén con una cuchara.

«¡Oh, por Dios! Qué poco dura la felicidad».

—¡FENY, PARA! —bramó Tony con las manos en la cabeza.

Christina se metió bajo la sábana.

—¡Voy a matarte! —Raúl se abalanzó sobre la «golpeadora de sartenes».

De un segundo a otro pasé de la vida en una nube a estar todo patas arriba, gritos y risas por todos lados. Adiós paz.

—¿Qué tal habéis dormido? —preguntó Feny cuando la situación se calmó un poco.

—Hasta que apareciste, perfectamente —contesté, mirándola de forma amenazante.

Ella rio.

—Quiero desayunar —dijo Tony, agarrando su rugiente barriga.

—¡Por supuesto!

Mientras unos se encargaban de hacer tostadas, a otros nos tocó recoger las dos habitaciones en las que habíamos dormido. Había sábanas y cojines tirados, sobre todo después del terrible despertar. Menos mal que la habitación en la que Mari aún descansaba estaba prácticamente limpia porque la nuestra… ¡daba pena verla! Parecía que el demonio de Tasmania hubiese pasado por ahí.

Limpiamos en poco tiempo, pero desayunar ¡nos tomó una hora! No parábamos de hablar mientras pedazos de pan crujiente con tomate o mantequilla llenaban nuestro paladar. 

—Ya se nos está haciendo tarde, mi hermana y yo nos vamos —informé cuando terminamos.

—Yo también tengo que irme ya —se sumó Tony—. ¡Esperadme! 

Nos despedimos y cada uno se fue a su casa.




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