Kaori, la esfera mágica

Capítulo 9

Me senté en la silla de mi escritorio. ¿Qué podía hacer? No tenía nada de sueño. Tampoco quería molestar a los demás, que a esas horas estarían en pijama viendo alguna película y comiendo palomitas en sus casas o cenando con la familia.

Encendí el ordenador y me puse a leer una de esas historias que tanto me gustaban sobre sucesos paranormales reales. Nunca sabría si ocurrieron o no, pero eso era lo que las hacía interesantes… Muy interesantes.

Vale, sí, estaba obsesionada con ese tema… Pero ya os lo dejé claro cuando empecé a contaros mi historia.

El caso es que pasaron nada más ni nada menos que tres horas… Tres horas de mi vida viendo videos y leyendo historias que las personas posteaban en las distintas redes sociales. En un momento dado decidí coger el pendrive que tenía guardado en el bolsillo de mi pantalón. Ese pendrive era prácticamente el futuro de mi vida académica y personal, pues contenía todos los trabajos entregados y por entregar de las distintas asignaturas y también un montón —y cuando digo montón, me refiero a cientos de archivos— de videos, audios e imágenes sobre mi tema favorito.

Busqué el pendrive en mi bolsillo derecho.

Lo busqué en el izquierdo.

Lo busqué en el bolsillo derecho de la parte de atrás. Y lo busqué en el izquierdo. El pendrive no estaba…

Perfecto.

Mis pulsaciones se aceleraron junto a esa sensación de pánico cuando manoseas toda tu ropa para buscar el teléfono móvil y no lo encuentras… Pues igual, pero con mi pendrive, mi valioso pendrive. Para colmo, en él se encontraba el trabajo más importante del curso, cuyo plazo de entrega era el próximo miércoles. Había estado preparándolo durante seis meses… Necesitaba encontrarlo ya.

Registré toda la habitación, deshice la cama, tiré la almohada y las sábanas por los suelos, el contenido de la mochila desparramado por el escritorio, las puertas de mi armario abiertas de par en par… Ni rastro del dichoso pendrive.

Llamé a Feny para preguntarle si estaba en su casa y me dijo que no lo sabía, pero podía ir y me ayudaría a buscarlo. Decidí recorrer el mismo camino del día anterior para comprobar si se encontraba en alguna calle. 

Cogí una chaqueta y me abrigué, hacía bastante frío. Caminé con lentitud, fijándome bien en el suelo. Miré por cada rincón… Pero nada.

—¡Estúpido pendrive! —Golpeé una piedra, impotente.

Finalmente, y para mi pesar, llegué a casa de Feny.

—¡Hola, señorita despistada! —me saludó burlona.

—Idiota —me defendí.

—He estado buscando en la habitación donde hemos dormido, pero no hay ni rastro de él.

—¿Y en la cocina?

—También. Solo he encontrado un trozo de chorizo podrido debajo del mueble —rio.

—¡Puag, qué asco! —reí también, pero mi expresión cambió al momento—. Estoy muerta.

—Solo es un pendrive, reina del drama —se mofó.

—Quitando mis archivos personales, ahí estaban todos los trabajos del curso, incluida la gran investigación que debíamos realizar durante seis meses y que tenemos que entregar este miércoles.

—¡¿La investigación?! —exclamó con los ojos como platos, entendiendo por fin la situación—. ¿No hiciste una copia de seguridad en el ordenador?

Nota mental: dejar copia de seguridad de los trabajos y/o archivos importantes en el ordenador.

—No.

—Eres una estúpida.

—Lo sé.

—Estás muerta.

—Lo sé —repetí con un suspiro.

—Bueno… —comenzó, dándome un atisbo de esperanza—. Aún no he mirado en la habitación donde durmió Mari. Allí estuvimos cuando llegasteis todos y donde nos tumbamos al llegar del museo. Podría encontrarse allí.

—¡Vamos, vamos! —apremié desesperada, empujándola por la espalda.

Tal y como hice en casa, puse todo patas arriba. Encontramos algo de dinero, un chicle y el botón de una camisa envuelto en pelusa debajo del gran sofá. 

—Tía, qué asco. Pasa un cepillo por debajo del sofá de vez en cuando —reí mientras sostenía la pelusa de la que colgaba el botón.

—Nada —informó después de comprobar el suelo.

—¿Segura? —pregunté con cara de pena.

—Completamente. Nunca había escudriñado esta habitación con tanto ímpetu.

Suspiré abatida, era mi fin.

Charlamos durante un rato sobre mi estupidez y mi ahora gran —enorme— problema.

—Bueno, te dejo por hoy. Me voy a llorar mientras como helado de chocolate —anuncié, poniendo una expresión de dramatismo total.

—Cualquiera diría que te ha dejado un novio.

—Peor aún, me ha dejado el aprobado.

Soltó una carcajada.

—No te preocupes, Lyna, seguro que acaba saliendo todo bien. Mañana puedo ir a tu casa y seguimos buscándolo. Seguramente está donde menos te lo esperas. Ya es tarde y aún con las luces encendidas es difícil apreciar bien el lugar. Vamos a descansar por hoy, mañana voy a tu casa.




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