Kaori, la esfera mágica

Capítulo 10

Los ruidos de la ciudad se apagaron en cuanto avancé unos pocos metros en las instalaciones del museo. Con todo el temor del mundo caminé entre las vitrinas, o lo que quedaba de ellas, en busca del dichoso pendrive.

Un ruido me hizo parar en seco. Notaba el sudor bajar por mi piel, humedeciéndola.

—¿H-Hola?

«¿Acaso soy idiota?», pensé. ¿Qué haría si me respondían? ¿Tomarnos un café contemplando lo que quedaba del museo?

Cosas del miedo…

—¿Hay alguien? —De nuevo, una pregunta estúpida.

Nada. Completo silencio.

Tuve que hacer una bola con el temor y esconderlo en alguna parte de mi cuerpo para no salir gritando de allí.

Continué mi búsqueda y, tonta de mí, también me fui parando a ver las maravillas que ocultaba el museo. Ojalá hubiera podido contemplarlo antes del fatídico día. Algo en una vitrina llamó mi atención. Vi una gabardina de color rojo oscuro, con detalles dorados y negros, que llegaba hasta el suelo. El cuello era precioso y realzaba el estilo de la indumentaria.

—¡Guau! —exclamé sin poder evitarlo.

Fui a leer el letrero, pero estaba demasiado chamuscado; sin embargo, mi mente se encargó de crear una gran historia sobre aquella prenda. «Un rey vampiro la portó en la mayor lucha contra los cíclopes, consiguiendo la victoria y colonizando el territorio de los uni-ojos».

¡Seguro que sería una gran historia!

Me obligué a volver a la realidad, tenía que buscar la pequeña memoria. Había sitios a los que ya no podía acceder debido al gran destrozo que provocamos la noche anterior. Aunque en mi defensa he de decir que realmente no fuimos nosotros, la culpa la tuvo el terremoto fantasma, que solo percibimos los que estuvimos dentro. Pero no necesité salir del vestuario, ya que, no sé cómo, mi vista captó un reflejo en el suelo. Mi ceja se arqueó con curiosidad. «Por favor, que sea el pendrive; por favor, que sea el pendrive», me repetí a mí misma mientras me acercaba. Y, en efecto, ¡era el pendrive! Reprimí un grito de alegría por si las ondas de sonido terminaban de echar abajo el edificio y lo guardé con orgullo en el bolsillo. Al levantar la cabeza sentí de nuevo aquella sensación recorriendo mi cuerpo, erizando cada parte de mi piel, hasta que incluso picaba. Noté cómo subía hasta mis mejillas y me provocaba un escalofrío. Era la esfera, que se había iluminado ante mí. Me llamaba… Emitía una especie de voz que hablaba en otro idioma y me atraía como a un títere. No podía parar, no sabía cómo detenerme. Por más que me esforzaba, mis ojos, completamente estáticos, sin un atisbo de movimiento, no tenían la intención de obedecerme. Mis pies tampoco respondían.

Tenía miedo, mucho miedo. Quería detenerme, pero no podía. Ya no había vitrina que la protegiera, así que mi mano se posó sobre ella. Estaba fría, helada, pero también suave y resbaladiza.

La uña larga de un dedo huesudo y alargado se clavó en el centro de mi mano, rasgó la piel hasta que brotó un hilo rojo y me sacó del trance. Aunque seguía sin poder mover ni un solo músculo, hice acopio de todas mis fuerzas y conseguí levantar la cabeza de golpe para mirar al propietario del dedo. Era alto… muy alto… Exageradamente alto. ¿Tres metros? ¿Más? Un extraño ropaje —una especie de capa entre negra y azul oscuro— le cubría todo el cuerpo y la cabeza, aunque podía apreciarse un poco su rostro: dientes afilados, piel arrugada y una cicatriz que empezaba en la mejilla y continuaba hacia arriba.

—Sorprendida, ¿verdad? —se burló con malicia.

—¿Q-Qué…? ¿Q-Quién eres? —conseguí articular.

—Más bien deberías preguntar: «qué quieres» —rio.

Tragué saliva. Intenté hacerlo con disimulo, pero era tan intenso el silencio que se escuchó perfectamente cómo bajaba por mi garganta.

—Retiro lo dicho… —sonrió. Levantó al fin su dedo de mi mano y la alejé con rapidez—. Encantado de conocerla, señorita Lyna. Me llamo Devon.

¿Devon? Me sonaba de algo… Espera… ¡¿CÓMO SABÍA MI NOMBRE?!, me pregunté perpleja.

—Venga, vamos… tampoco asusto tanto, ¿o sí? —inquirió acercándose a mi rostro con un semblante terrorífico.

Retrocedí un paso y reuní todo el valor que encontré para preguntarle lo más rápido que pude:

—¡¿Cómo sabes mi nombre?! ¡¿Qué quieres?! ¡¿Qué haces aquí?!

Primero se sorprendió, luego soltó una carcajada.

—Demasiadas preguntas, gatita curiosa.

—¿Gatita curiosa?

—Se dice que la curiosidad mató al gato.

Tragué saliva, haciendo aún más ruido. El sujeto, o mejor dicho Devon, unió las manos detrás de su espalda y comenzó a andar de izquierda a derecha.

—Empiezo. ¿Qué quiero? A ti. ¿Qué hago aquí? Vengo a por ti. ¿Cómo sé tu nombre? Llevo diecisiete años esperándote.

Ahora sí que estaba asustada de verdad. No esperaba una buena respuesta, pero nunca habría imaginado aquella.

—¿A mí? —pregunté con la voz temblorosa al tiempo que retrocedía más—. ¿Por qué?

—No te preocupes, pequeña kaori. Nada malo te pasará si colaboras.




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