Amaneció y el sol, como cada mañana, golpeaba mis ojos, molestándome. Me giré para evitar la luz intensa. Cierto que podría haberme levantando a cerrar las persianas, pero no tenía fuerzas. Es más, creo que hasta respirar me resultaba agotador, ¡y eso que es algo necesario para vivir!
Molesta por la situación, hice el mayor esfuerzo de mi vida y me levanté. Me senté en la cama para comprobar qué me dolía exactamente. Todo. Y cuando digo todo, es que el dolor me llegaba hasta el pelo.
Levanté la mano a duras penas y miré el corte, por suerte ya estaba sanando. Era pequeño y no muy profundo, aun así, me tenía preocupada desde que me lo hice. Las agujetas recorrían todo mi cuerpo, por lo que me resultaba muy difícil incluso andar.
La mañana transcurrió con normalidad, un día tranquilo en mi casa. Mi padre leyó el periódico y tomó café antes de irse a trabajar. Mi madre comió pan tostado con mantequilla y mermelada de fresa. Y mi hermana pequeña, con cara de zombi, movió la cucharilla dentro de su taza de té verde mientras luchaba por no quedarse dormida.
Después del desayuno en familia, Christina y yo nos quedamos solas en casa. Aquel era un día de pereza. ¿Os ha pasado alguna vez que os hayáis despertado un día sin ganas de nada? Incluso cosas que os encantan y las haríais las veinticuatro horas, los siete días de la semana, pero ese día no queréis saber nada de ellas.
Hasta comer me parecía aburrido y cansado. Pero lo más curioso era que, a pesar de estar desganada y con sueño, ¡no podía dormir! A días como aquel yo lo llamo «dayreza» de day en inglés y la palabra «pereza». Lo sé, no es muy ingenioso y es una mezcla rara, pero a mí siempre me ha sonado bien.
Me encerré en mi habitación y me tumbé boca arriba en la cama. Estiré las manos al aire y las observé fijamente. ¿Tendría poderes? ¿O lo que había ocurrido la noche anterior me había hecho enloquecer?
Me senté en el borde de la cama y apunté con la mano a una lata de refresco vacía que había encima de mi escritorio.
—¡Cáete! —ordené mientras tensaba el cuerpo, como «obligando» a que saliera algo de la palma.
«Como mucho saldrá sudor, porque un poder mágico… como que no», pensé incrédula. Seguro que parecía una idiota. Una completa idiota.
Suspiré para mis adentros antes de sentarme en la silla del escritorio. Inconscientemente, encendí el ordenador, abrí el navegador y escribí «kaori». Tal y como esperaba de un sitio con tanta información como Internet, me salieron miles de resultados en cuestión de segundos. Mala suerte para mí, todo eran suposiciones o historias inventadas por un público que amaba lo sobrenatural, igual que yo.
Y así, viajando de página en página, se me pasaron las horas en cuestión de segundos; incluso se me pasó la hora de la comida.
—Nuka muokopna kaori nomis.
Se me erizó el pelo. ¿Qué había sido eso? ¿Quién había dicho eso?
Me giré y observé con detenimiento cada rincón de mi dormitorio, pero no hallé señales de vida por ningún lado. Tantas horas al ordenador debían estar afectándome la mente. Demasiada información en pocos días…
Volví a la pantalla del ordenador, el navegador estaba cerrado.
—¿Qué…? —susurré sorprendida.
Fui con el ratón hasta el icono del navegador, hice clic varias veces, pero no hubo respuesta. Repetí el proceso y nada. ¡Lo que faltaba! Que se me estropease el ordenador… Para colmo, las horas perdidas buscando información, más que resolverme dudas, me había creado muchas más.
Rendida ante la situación, apagué el ordenador, me levanté de la silla y fui al dormitorio de mi hermana. Toqué a la puerta y, ante su permiso, pasé. Se encontraba tumbada boca arriba con un libro.
—¿Qué haces? —pregunté al tiempo que cerraba la puerta.
—Leer un libro —comentó sin levantar la vista de él.
—¿De qué trata?
Me senté a su lado.
—No lo sé. Es un libro que tengo que leer para un trabajo escolar y no es que sea mi género favorito. Es más, he leído ya el mismo párrafo cuatro veces y sigo sin entender lo que dice.
Reí un poco.
Cerró el libro, lo dejó encima de la mesita de noche y se incorporó.
—¿Ocurre algo? —me interrogó tras examinar mi cara durante unos segundos.
Desvié la mirada.
—No… nada. Solo que hoy es un día de esos, un dayreza y quiero que termine ya.
—¡Uff! Un dayreza… Sí que es un mal día para ti.
—Completamente.
Seguimos hablando sobre lo difícil que era vivir un dayreza y las soluciones que podíamos darle. Pero entonces, la mirada de mi hermana se tornó rara.
—Nuka muokopna kaori nomis —susurró.
—Espera, ¿qué has dicho? —pregunté mirándola fijamente.
—Que tendríamos que salir a tomar un helado o a pasear para despejarnos —contestó extrañada.
—Ah… Ya veo… —intenté evadir lo que recién había pasado—. Sí, deberíamos hacer eso.
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Editado: 20.08.2020