Karma★

Otra vez

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Antes de escribir la carta, mi mamá me explicó el porqué de esta. A lo cual, se me hizo muy inteligente, pues dejaríamos menos sospechas.

Al comenzar a escribirla, todo iba normal. Hasta que puse atención a cada palabra que decía mi madre.

¿Qué? ¿Yo hubiera tenido un hermano mayor?

Cuando soltó las palabras afirmando mi duda mi mano se paró en seco. Mi respiración se volvió pesada, y mis lágrimas amenazaban con caer.

Mi mamá volteó a verme, y al ver las condiciones en las que me encontraba mencionó —: Mi amor, no sabía cómo explicarte, yo... Perdón. No te enojes conmigo— pidió, casi suplicando.

Las palabras de mi madre salían al igual que mis sollozos. Era información valiosa, pero dolía. Sentía como si un balde de agua helada caía sobre mí, desde mi cabeza hasta mis pies.

Si alguna vez dudé en matar a mi papá. Esto solo aumentó mis ganas de torturarlo.

Porque, ¿qué pasaría si de un día a otro tu madre muere? ¿Qué sentiría si te enteras que tu propio padre mató a la persona que amas? A la que era todo para ti, la que te dio la vida. Habría venganza, mucha venganza. Tú serías su propio karma, y eso es lo que soy yo para Gerardo.

Al pasar aproximadamente una hora y media, había terminado de escribir la carta, de llorar y aclarar algunos puntos que esta trataba. Así mismo, llegamos a un acuerdo; el plan se posponía seguiría en pie. Pero lo posponíamos para cuando me graduara de la universidad, y claro, en este tiempo aprovecharía para modificar y perfeccionar algunas cosas, para que no hubiera pistas del asesinato o suicidio de mi papá. Más bien, de Gerardo. Pues mi padre había dejado de serlo a seba hace bastantes años.

Recogí mis cosas, lista para salir del cuarto del restaurante de una amiga de hace mucho. Era una amiga que conoció a mi madre, así que era una buena amistad: Ericka.

No le comenté la verdadera intención por lo que le pedía su oficina, más bien, le dije que era para hacer unos bocetos de mi casa. Así que tiempo antes los había diseñado, para que tampoco hubiera sospechas ahí.

Antes de salir, mi mamá y yo nos despedimos, le decimos cuánto nos amamos y un impulso me hizo abrazarla, hasta que... Pude sentirla.

¡Yo podía sentir a mi madre otra vez!

Al escuchar unos golpes afuera, tuve que separarme de ella.

—¿Quién? —pregunté, respirando hondo y calmándome.

—¿Señorita Ericka?—una voz masculina preguntó.

Decidí sacar los boletos de mi bolso café, y acomodarlo sobre el escritorio para que pareciera que era exactamente lo que hacía.

—No se encuentra ella aquí, ¿qué necesita?— pregunté, acercándome en la puerta silenciosamente, como si pudiera escucharme aún él estando afuera.

—¿Quién está ahí?

—¿Qué necesita?— pregunté de vuelta.

—Le pregunté algo.

Okay, pero este hombre no sabía responder preguntas o qué.

—Y yo también —contesté ya un poco molesta.

—Si no me dice quién está ahí dentro, tendría que llamar a seguridad—. La voz masculina sonaba enojada, pero yo estaba igual, así que estábamos a mano.

—¡Y yo llamaré a Ericka!— dije.

—¡Tiene tres minutos para salir! ¡Uno!

Oh, no. Yo no saldría.

—¡Dos!

Pero tampoco quería que llamara a seguridad y tener que pasar por una vergüenza.

—¡Ya! —toqué la manija, girándola. —¡Está bien! Pero que sepas, que esto no se quedará así... —dije alterada, hasta que salí por completo de la oficina.

—Hey, ¿Elena?, ¿qué haces aquí?

—Esteban... ¿Qué haces tú aquí?

—¿Volveremos con la ronda de preguntas?— sonrió, mas yo no. Dejándole saber que no me hacía ni una pizca de gracia— Trabajo aquí —dijo finalmente.

—Trabajaba en unos bocetos— dije, contestándole ahora a él su duda, haciéndome a un lado para que pudiera pasar a ver el boceto.

—¡Bien! Te está quedando muy bien. No sabía que estudiaste diseño.

Para ese momento ya estaba dentro, y cuando pasó junto a mí, sentí su corpulento cuerpo pegado al mío, tenía la temperatura exacta, ni muy frío, ni muy caliente. Era cálido.

Hubo un pequeño roce de manos, el delgado bello que tiene en ellas le hizo cosquillas a las mías. Eran suaves, como si cuidara de él en todo el contexto de la palabra.

—¿Qué crema usas?— pregunté de repente.

Mi pregunta no fue nada esperada.

—¿Disculpa?— sonrió, volteando a ver nuestras manos casi juntas.

—¿Eh? Yo... No, nada. Lo siento. —Dirigí mi mirada hacia otro lado

Sonrió, dándome la espalda para ver más de cerca el boceto. Llevaba puesto un mandil —suponía que era chef— y debajo de ello, un pantalón de mezclilla, una playera azul marino y unas botas cafés, como el color de mi bolsa.

El pensar que íbamos combinados, me hizo sonreír.

—Tienes linda sonrisa —comentó.

—Gracias, ya debería de irme, chef.

Esperaba que mis mejillas, o mi comportamiento no me delatara ante él, y le demostrara lo nerviosa que me había puesto su comentario.

¿Por qué? No te gusta, Elena. ¿Cierto?

—Mesero.

—¿Perdón? —pregunté, confundida.

—Soy mesero, no chef— aclaró.

—Oh, bueno, me tengo que ir, mesero Esteban.

—Hasta luego, señorita Elena. Y disculpe la molestia que le ocasione, déjeme invitarla a cenar un día de estos, como disculpa.

—No puedo, — hablé rápidamente —Y háblame de tú, Esteban.

—Vamos progresando —dijo, sonriendo.

Volteé los ojos ante el comentario, agarré mis cosas saliendo de ahí.

Sonaba más bonito: Chef Esteban.




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