La voz chillona de mi profesor sonaba por todo el salón.
—Bien, chicos. Nos vemos en tres semanas, que disfruten sus vacaciones— se despidió, saliendo del aula. Y oficialmente estaba de vacaciones.
Y eso solo significaba una cosa; el plan también había comenzado.
El timbre de mi celular que me avisaba que me estaban llamando, sonó —¿Hola?
—Hola, señorita Elena.
—Buenas tardes, arquitecto —mi casa perfecta, estaba en construcción.
—Buenas tardes. Quería comentarle que su casa ya está casi terminada, hace falta solo unos pequeños detalles.
—Perfecto –, susurré —Bien. ¿Cuándo puedo empezar a mudar mis cosas?— pregunté ilusionada. No siempre diseñas y mandas a hacer tu casa perfecta, por ti sola, sin ayuda y por primera vez.
—Yo cálculo que en un mes, aproximadamente— me paré de mi butaca, agarrando mi mochila y caminando a la puerta. —Hace como dos horas marcaron para avisar que en una semana llegaban sus muebles— avisó.
—Bueno, cuando lleguen no le vayan a quitar el plástico. Que los dejen en la sala, por favor.
—Como usted diga y mande. Yo ahora mismo no me encuentro en su casa, pero pasaré en dos, tres días.
Iba caminando hacia la salía, cuando sentí a alguien caminar a mi lado.
—Gracias por estar al pendiente. Hasta luego, nos vemos— colgué sonriendo. Al fin acabaría todo, y yo podría vivir libre, y en paz.
¿Lo mejor? Nadie sospecharía de mí. Estaría demasiado ocupada con la mudanza, como puede estar con Gerardo. Y yo era un buen ejemplo seguir, porque claro, fui educada por mi padre, el mejor padre viudo que hayan visto.
—¡Hola!— salté al sentir un toque en mi hombro.
—¡Esteban! Por dios. Casi me das un infarto.
—¿Estoy muy guapo, no? Lo sé —se dio un pequeño golpe en su barbilla girando la cabeza, según el galán.
—¿Feo? Sí— reí, pero él no. Más bien, hizo cara de ofendido.
—Bueno, y Elena... ¿Por qué tan sonriente?
—Mi casa. Ya casi terminan mi casa, y por fin tendré un lugar sin tantos... recuerdos.
—Oh, qué bien. Me da gusto, ¿me invitaras a la inaguración?
—Una casa no se inaugura, Esteban.
—Espera —se paró, en medio del pasillo. A nada de la puerta. —Me estás diciendo que de verdad mandaste a hacer tu propia casa, con —me vio de arriba abajo, y un calor subió hasta mis mejillas— ¿veinticinco años?
—Muy alto —sonreí.
—Me gusta— soltó, viéndome directo a los ojos —La chica que tengo en frente, y lo que ha logrado. Yo con fuerzas estudio la carrera de mis sueños.
La carrera de mis sueños...
—Eso ya es algo, hay gente que ni eso. Valóralo, Esteban—. Dije caminando hacia la puerta, pasando a su lado.
—Lo hago, tranquila —contestó, saliendo y agarrando mi ritmo—. Entonces ¿Si me aceptaras la salida?
—¿Qué gano yo con todo esto?— pregunté, buscando algún taxi para tomar.
—Bueno —se colocó en frente de mí —No tendrás que tomar un carro extraño, con alguien extraño manejándolo.