—¿Entonces qué dices, Elena?— preguntó, Esteban, viéndome directamente a los ojos.
Perlas negras.
—¿A dónde iremos?— contesté, con una pregunta.
Él hizo un pequeño baile de felicidad, y después me ofreció su brazo para caminar. Lo que al principio fue extraño, e incómodo. En minutos pasó a ser natural.
—Entonces, dime. ¿Qué tanto hace la estudiante de criminología para poder mandar a hacer su propia casa y aceptarle una cita a el chico más guapo de su facultad?
—Bueno —sonreí —No hay nada extraordinario. Solo... Ganas de salir de casa, de tantos recuerdos y de tanta san... — guardé silencio, pensando bien qué diría —¿Por qué preguntas tanto, Esteban?, ¿eres policía?
—Tu policía, suena mejor. ¿No crees?
—No.
—Eres taan complicada, Elenita— mencionó, haciendo que rodara mis ojos hacia atrás por como había dicho mi nombre.
—¿A dónde iremos, Estebancito?— pregunté de la misma manera. Aunque recapitulando había sonado cursi.
—A comer, podemos ir a... ¿Estebancito?— se paró en seco, frunciendo el ceño.
—Solo te seguí el juego, no te diré así otra vez, no hay de que temer.
—¡Me gusta mucho! Estebancito por aquí, Estebancito por allá —dijo tomando el camino otra vez, ahora que convivía más con él, parecía un niño.
Pero no me molestaba, era... lindo.
Por un momento nuestras miradas coincidieron, y pude observar sus ojos, ahora eran verdes claro, muy claros. ¿Qué?
—Tus ojos— musité, confundida.
—Nunca supimos, mi mamá los tiene de un color azul fuerte; mi hermano los sacó a ella. Mi padre, por otro lado los tiene verdes; y mi hermana sacó sus ojos. Y yo... Bueno, ya ves— explicó.
—Vaya, qué interesante. Único, eres único, Esteban.
Él solo volteó a verme mientras sonreía, y veía mis labios. Su mirada ya no era tan intensa como otras veces, ahora parecía dulce y tierna, hasta cierto modo apenada, quizá.
★
Llegamos a un pequeño restaurante, donde la vista era el mar, era bastante romántico. No lo negaba, esto me estaba gustando más de lo normal. Y asustaba.
Esteban se puso atrás mío cuando llegamos a la mesa, ayudándome a sentar, después, se sentó en frente de mí.
—Y bien, ¿qué opinas? —preguntó, observando el atardecer, y antes de poder contestar algo, la camarera llegó.
—Buenas tardes, bienvenidos. Los atiende Carolina, ahora les traigo la carta.
—¿Haz venido aquí antes?— pregunté, sacando tema mientras esperábamos la carta.
—No —juntó sus manos, subiendo sus codos a la mesa—. Estaba buscando un lugar decente para ti, algo lindo.
—¿Por qué no solo me llevaste a algún lugar conocido?
—Porqué te mereces más que eso, no algo común.
En ese instante nuestros ojos conectaron y pareciera que nuestras miradas querían decir algo, pero no sabía con exactitud qué. Él miró mis labios, yo miré los suyos y antes de poder decir o hacer cualquier otra cosa, la mesera llegó.
—Muchas gracias— tomó la carta, dándome otra a mí.
Había una gran variedad de cosas, terminamos pidiendo dos malteadas, una de vainilla y otra de fresas. Yo pedí una hamburguesa con papas y él un filete de pollo con una ensalada.
—Y entonces fue como descubrí que siempre he sido heterosexual, y me encantan las mujeres— terminó de platicar su gran anécdota de la vez que besó a un niño, porque todos sus compañeros decían que les gustaba y pensó que a él también le gustaría, mas no fue así.
Yo moría de risa.
—Ya, es graciosa ahora, pero en ese momento fue asqueroso— sonreímos —¿Te sirvo más?— ofreció. Habíamos pedido Morita, una bebida típica de nuestro bello Veracruz.
—Si es posible —dije, aún riéndome.
—Si servirte es seguir escuchando tu risa, entonces con gusto. Me gusta que estés feliz, Elena — dijo de repente. A lo que yo me tense.
—¿Qué te hace pensar que no estoy feliz todo el tiempo?— pregunté, intrigada por su respuesta.
—Somos seres humanos, no siempre estaremos felices. La tristeza es parte de nosotros, así como la ansiedad, y aunque suene triste viviremos por siempre con eso, pero llegará un momento donde ya no lo veremos cómo algo lamentable— pausó, y al no recibir respuesta de mi parte, continúo— Te he observado, Elena. Eres auténtica, pero hay algo que no te deja estar bien, ¿no es así?
—Todos tenemos problemas en la vida, Esteban.
—Claro, logro entender eso, pero déjame ayudarte a sanar esos problemas— pidió.
—No lo entenderías, y aunque lo hicieras, no podrías ayudarme, ni yo te dejaría— contesté incómoda. Agarré mis cosas, saliendo de este pequeño restaurante.
—Elena, espera, por favor.
¿Cómo pasó todo tan rápido? Estábamos tan bien, y... No tiene caso ya.