Karma★

Cielo

^

Había llegado el día.

Las ansias me carcomían.

Pasarían por mi papá en una camioneta gris, la cual no contaba con placas. Bueno, claro que las tenía, pero no iban a estar ese día.

Lo verían en un lote cerca de una carretera para el bosque, ya que por ahí casi no transitaba gente, y lo que menos queríamos era levantar sospechas. Y aunque esto era un poco raro ya, la supuesta empresa afirmaba que ese era el punto para todos sus trabajadores.

Nada ni nadie nos delataría.

Eso pasaría dentro de algunas horas, a lo que yo aproveché a despedirme de mis vecinos y arreglarme.

Mi casa estaba terminada, desde la pequeña alberca hasta mi cuarto.

Mi idea es llevarlo a mi casa como si fuera allí donde se hospedaría, y después llevarlo a nuestra antigua casa. Donde todo inicia, tiene que acabar.

Por los ruidos no se preocupen, coloqué algunas láminas asfálticas flexibles, membranas acústicas o bien conocidas como paredes antiruido, todos estos años habían valido la pena, no había cabos sueltos, sospechas o huellas, nada.

A mi padre se le acabarían las fuerzas para seguir gritando e iba a tener que aceptar que ese era su final.

Su karma.

—Sí, Clarita. Te vendré a visitar, y un día te invitaré a mi casa– le sonreí a una vecina de la tercera edad con la que compartí muchos momentos bonitos, llegó a ser mi abuela cuando no tenía a mi familia cerca, cuando mamá se fue todo se fracturó— Gracias por todo— me acerqué a darle un tierno beso sobre su frente— La amo.

—Gracias, mi pequeña— una lágrima se escapó de entre sus pequeños ojos, sin saber si era de tristeza o felicidad —. Entre todos los vecinos queríamos agradecerte y queremos invitarte a una pequeña reunión esta noche, o cuando puedas. Estamos contigo, Elena.

Oh no, hoy no iba a poder.

—Oh, Clarita, muchas gracias, pero esta noche tengo que estar en mi casa sí o sí, —dije viéndola a los ojos— Para ver cómo está y si funciona de la manera correcta, sino al rato no me apoyaran por algún fallo— no era mentira, estaría en mi casa por algunas horas, y aprovecharía para observarla.

—Qué triste, queríamos tu compañía para agradecerte. Será luego entonces— anunció esto un poco desanimada— ¿Cuándo puedes?— sonrió.

—Uno de estos días, será. Muchas gracias —sonreí, esos ojos cafés me recordaban a mamá. Su sonrisa se amplió dejándome ver un cierto brillo en aquellas pupilas, y sentí como un nudo en mi garganta se formaba.

—Mucha suerte, Elena— la voz de sus amigos se escuchó.

—¡Chicos! ¿Qué tal?, ¿cómo les va?— Maria, Orlando y Fernanda estaban fuera del que fue mi hogar.

—Muy bien, niña. ¿Y a ti?— la pequeña plática fue amena, cada cierto tiempo volteaba a ver mi reloj. No podía perder el tiempo.

Después de terminar nuestra conversación, quería hacer otra cosa. Así que me dirigí a ella.

—Elena, qué gusto, mi niña. Adelante, está abierto. —Saludó, Johana con mucho entusiasmo.

—Hola, Johana— siempre le dejaré esto en claro, ella JAMÁS ocuparía el lugar de mi mamá.

—¡Iker! Mira quién vino, ¡corre!– anunció.

—¿Mande, mamá?,— el pequeño niño, ya no tan pequeño, bajaba lentamente las escaleras agarrado del barandal, viendo a su madre— ¡Nena! Viniste, ¿cómo estás?– Iker era un buen niño y aunque no se merecía esto sabía que iban a estar mejor sin él.

—Holaa, Iker. Muy bien, ¿y tú?—sonreí. Ese niño se había ganado mi corazón sin duda alguna, a él cómo a Ruth los cuidaría con mi alma por eso también, haría lo que haría.— Ya está muy grande— dije mirando a Johana, mientas lo cargaba.

El cuerpo de Iker se encontraba frío, volteé a verlo, sus ojos estaban rojos y en ese momento bostezó.

—Solo venía a visitar, y a felicitar a— Gerardo iba bajando de las escaleras, se estaba quedando si cabello, o se lo había cortado. Y ya no era tan delgado como lo recordaba de algunos años—. ¡Felicidades, papá!

—Gracias, hija— no nos abrazamos —Johana, hay que comer. Me iré muy pronto, ¡ándale!— gritó, e Iker brincó asustado, abrazándome con más fuerzas. Pude darme cuenta de cómo alguna vez fue con mi mamá— Johana— al ver que esta no se movía, la sujeto del brazo, dándole un leve empujón hacia la cocina. Yo apreté con más fuerzas a Iker dándole un beso en su largo y peinado cabello negro.

Pero él se quejó.

—Auch, nena.

—Disculpame, corazón— mi entrecejo se arrugó, algo andaba mal.

Un momento.

—¿Cómo has estado, mi vida?– preguntó, papá con normalidad.

Mi mirada se desvío a Johana cuando vi marcas de uñas y moretones en el brazo, cuello y seguramente en las piernas, esto era visible, puesto que llevaba un overol de mezclilla y una blusa rosa.

—Bien, papá. Gracias, ¿y tú?— dije aún uniendo cabos de lo que acababa de presenciar.

Íker hizo un ruido parecido a un quejido. Ganándose una vez más mi atención.

Voltee a verlo, tenía un chichón en la frente, apenas empezaba a inflamarse y moretones en su espalda. Lo noté al bajarlo y voltearlo, pues su camisa era de tirantes verde con estampado de Boos Layer de Toy Story, que le quedaba un poco grande y a veces se bajaba de sus hombros.

—Ah, eso —señaló mi papá, al sentir mi mirada. — Se cayó la otra vez que fuimos al parque, no te preocupes— pronunció.— ¿Verdad, Johana?— volteé a verla.

—Sí, eso pasó— sonrió por lo bajo, sin mirarnos.

Johana decidía por ella, si le pegaba o no, era su decisión. ¿Pero Iker?

Cuando Ruth creciera qué iba a pasar, no iba a permitir eso. ¡Esto no se iba a quedar así!

Cobrarás más caro, papá.

—¿Cómo los has tratado, papá?— pregunte viéndolo con la ceja alzada y cruzándome de brazos. Iker volteó a vernos.

—Mami...

—Está bien, Iker. Tranquilo— le hizo señas para que se calmada, en seguida él la imitó.

—Bien. A veces pienso que los trato mejor de lo que se merecen— su mirada se dirigió a mi hermanastro, ambos volteamos a verlo, solo jugaba con su playera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.