NOTA: Lo que se leerá a continuación, no repetir en casa o en cualquier otro sitio. Mantener discreción y si eres sensible o tienes compasión por el señor Gerardo, quizás te parezca desagradable lo escrito en este capítulo.
Aclarando que se verá a una Elena jamás antes vista ni leída. Pero, ¿tú qué hubieras hecho en su lugar?
Si aún así, con todo esto entendido sigues aquí, es por algo. Disfruta y prepárate para los siguentes y últimos capítulos.
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Gerardo:
Íbamos de camino al lugar donde estaría por unas horas. Esperaba ver mujeres con buen cuerpo, si era así, podría quedarme a trabajar unas horas extras.
Hace unas horas había tenido una discusión por culpa de Iker, ya que le gusta jugar con muñecas, traté de enseñarle que los niños no juegan con muñecas.
Y a Johana también, ya que había comprado ropa de color rosa para el niño, le había advertido que no podía ponerle eso a nuestro hijo.
Al llegar al hotel por parte de la compañía, esperaba ver muñecas en la alberca, pero no fue el caso. Igual tendría tiempo después, y si se hacían las dificiles no había problema. Habia lidiado con muchas como ellas en toda mi vida.
Los cuartos eran amplios, pero esto empezaba a parecer extraño. Parecía tal cual una casa, y no se escuchaba ruido. Ni siquiera de alguna trabajadora.
Decidí no pensar en eso, y fijarme en los planes, que más adelante vería que me convenía más.
1.- Dejar a Elena cuando por fin ganara bien, poco a poco comprar un departamento para Johana, Iker y yo. Mudarnos y que jamás volviera a saber de nosotros, no es como que la quisiera tanto. De hecho siempre que hablábamos mencionaba a Sol, ella no existe más.
2.- Dejar a Johana, Iker y a Elena, irme yo solo a un lugar donde hubiera, lujos y mujeres que me complacieran.
Este plan iba ganando, Iker empezaba a hartarme.
La persona que me recogió y llevó hasta mi habitación, se me hacía conocida. Pero no tuve tiempo de pensar más, pues sus instrucciones fueron claras y concisas. Me advirtió que no podía salir del cuarto, que todo el tiempo me iban a estar observando y si salía automáticamente perdía el empleo.
Lo cual lo hacía mucho más raro.
Después de marcharse, observé a mi al rededor, había un clóset gris una cama individual con una base del mismo color. Las paredes son blancas, y en frente de la cama un televisor bastante grande. Al lado un pequeño refrigerador y un microondas. Aproveché para meterme a bañar, vestirme, repasar lo que diría y comer algo de lo que había en la nevera.
"—Wow, sirven mejor que en mi casa– pensé."
Al cabo de unas horas empezaba a cansarme, así que decidí abrir la puerta para inspeccionar la casa.
—Señor Gerardo —la voz del chófer me asustó, haciendo que diera un gran salto— ¿Qué necesita?
—¿Yo? Nada. Solo... Curiosear— sonreí, —disculpe, ¿a qué hora empezará la entrevista? Esto no me da muy buena espina, con todo respeto— dije de inmediato.
—Claro, la entrevista, ahora. Vaya por su maleta, acomode todo y lo veo abajo en diez minutos. El tiempo corre— avisó, parándose de aquel escritorio en medio del gran pasillo— Por cierto, ¿gusta uno?— me tendió un plato con unos panes de aspecto brillante y delicioso.
—Qué atentos. Gracias.
—Y, por favor, no se olvide de traer la botella que dejamos en su habitación. El camino es un poco tardado.
Y así fue, el pan estaba muy bueno, pero era seco. Así que tuve que empezar a beber aquella agua, mi estómago dolía.
—No puedes hacerme esto ahora— golpeé mi barriga.
Al salir, no estaba arriba, así que aproveché a tomar dos panes más.
—¿Listo?— preguntó, rascándose la garganta.
—Listo.
En el transcurso sentía que iba bastante lento, los panes me habían caído mal, por ende pedí otra botella de agua. Y una más, pero no quisieron dármela.
Sentía cosas raras en mi cuerpo, y empezaba a marearme. Un gran sueño me invadió hasta quedarme dormido.
—¿Dónde estoy?– hablé desorientado.
—Pidió otra botella, tal cual dijiste— mencionó aquella voz hacia alguien que no lograba distinguir, sin saber la hora por el estado en que me encontraba o que todo estaba oscuro.
—Gracias— dijeron en un susurro. — Bienvenido, papá. Como aún estás consiente necesito que hagas las cosas bien. Ven siéntate—. Esto tenía que ser una jodida y pésima broma. No podía ser real.
Elena señaló una silla que se encontraba frente a ella. Traté de moverme, miraba a cada lado. Dónde estaba— Claro, que estás atado, —sonrió, estaba disfrutando verme así —Tráelo— pidió.
—¿¡Qué!? —necesitaba ayuda—¿Elena? Hija, por favor, ayudame, no sé dónde estoy. ¡Elena!— grité al ver que no se movía de aquella silla.
—¿No recuerdas este lugar?— inquirió —Donde pasaron tantos recuerdos, donde hubo tantas risas. ¿Por qué te ayudaría si fui la que dio la orden de traerte aquí?— ¿qué mierda pasaba? Un hombre me alzaba de un brazo, luego llegó otro con el brazo derecho. —Ahora que estás sentado, en frente de ti hay una mesa, ¿la sientes?—, asentí, no muy convencido— Bien, ahí hay un papel y pluma. Harás lo que yo te diga, ¿entendiste?— zanjó de una manera que me dio miedo.
—Hija, por el amor de Dios, ¿qué te pasa? ¿Quieres que escriba algo? ¿Para qué?— articulaba preguntas esperando que el tiempo pasará y ella recapitulara que no hacía lo correcto.
—Solo escribe, y todo irá bien, ¿entendiste?
—¿Pero...? —no pude terminar de decir nada. Unos toques invadieron todo mi cuerpo.
Después un balde de hielos cayó encima de mi cabeza.
—¡Escribe!
—No, no lo haré, ¡no sé que te está pasando, pero esta no eres tú!— grité.
—No vuelvas a subir la voz— amenazó, y pude sentir más toques.
—Hija, por favor– supliqué, mi cuerpo empezaba a doler y titireteaba gracias al agua fría que los hielos hacían— Esta no es la bella y dulce Elena que conozco.