Como ya había mencionado, estos capítulos son nada agradables. Se recomienda discreción y no recrear ninguno de estos actos en cualquier lugar.
¡Si eres una persona sensible y/o asquerosa, omite el capítulo, OMÍTELO!
No porque mis personajes se comporten de alguna manera, apoyo sus ideas, ni mucho menos.
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Esperé a que mi padre despertara, y al hacerlo volvió el estomago. Pagaría por tal porquería.
Pedí a uno de los ayudantes que en un traste juntara su vómito y orina, así lo hizo y le agradecí.
Cuando visualizo el traste, con sus asquerosidades, su cara fue de confusión y miedo.
—Traga. —Zanjé —Te traje tu comida, —hablé como si se tratara de un animal.
—Elena, ricitos...
—¡Que pares de llamarme así!— grité, —¡Deja de ser tan idiota! Digas lo que digas, morirás. ¿Entiendes? ¡Morirás!— antes de irme pues no quería ver cómo se trataba aquel revoltijo, él habló.
—Por favor, no. ¿Qué es eso? ¡Huele asqueroso! ¡Elena!
—¿Quieres una costilla rota?, no ¿Verdad? Entonces come— amenacé.
Cuando estaba saliendo del cuarto donde lo tenía, pude escuchar arqueadas, dándome ganas de vomitar a mí.
Sabía que era muy débil, así que volvió a desmayarse.
Había pasado aproximadamente veinticinco minutos y mi papá aún no despertaba. Juro que en ese momento sentí pánico.
¿Estaba muerto? No se podía librar tan fácil de todo lo que hizo y destruyó. Tenía que sufrir más. Mucho más.
Solo le pedía a Dios que realmente siguiera vivo, aunque ya casi acababa yo quería que despertara. Quería seguir viendo esa cara fea sufrir, dándole el merecido que se merece.
Y le faltaba más. El infierno.
A los cinco minutos despertó, preparé agua con ácido, veneno y de todo un poco para que siguiera asiendo efecto en él y le doliera tanto como a mamá.
También lo hice porque quería ver si despertaba, y así fue.
Mi papá solo se retorcía de dolor y ardor, estaba haciendo efecto todo.
—Bien, al fin despiertas, por un momento pensé que estabas muerto, qué susto—. Comenté al notar que abría sus ojos.
Él suspiro, dejando ver una sonrisa—Ves, aún está esa niña tierna y considerada, mi hija, nuestra hija, ¿verdad, Sol?— ¿Acababa de mencionar a mi mamá? ¿Cuando después de su muerte me prohibió hablar de ella?
—¿La ves? –pregunté, incrédula.
—Sí. Ella está aquí con nosotros y está muy triste, Ele —ese tonto apodo que me puso de pequeña cuando había hecho algo mal y me iba a ir peor— dice que no lo hagas, esa no eres tú por favor, Ele.
—¡Shh! No vuelvas a decir nada– Lo callé. Tenía miedo que si la viera y pensara eso de mí, pero en ese momento la sentí, la sentí en mi corazón, y en el oído escuché un susurro “No me ve, mi niña, estoy tan orgullosa de ti, haz lo mejor, te amo” y ahí supe que nada de lo que decía era verdad. Las pagarás.
Era increíble hasta donde llegaba, no lo permitiría más. Fui por un taladro, cierra, tijeras y un cuchillo de carnicero.
—¡No! ¡Hija, no! Por favor, ¿qué harás?— gritaba, y quería moverse, pero si lo hacía se lastimaba a él mismo— ¡Hija!
—Solo cállate, tú te lo buscaste –agarré el taladro lo enchufé, prendiéndolo y sin piedad empecé a hacerle perforaciones a mi papá por todas sus manos. La sangre me salpicaba, pero no me importaba, solo podía escuchar Gangsta-Kehlani de fondo.
—¡Ahhhh! ¡Maldita hija de! –Le solté una cachetada que llenó todo su cachete de sangre. Después sostuve las tijeras y empecé a hacer pequeños cortes en la parte de entre cada dedo.
De repente pensamientos llegaban a mí, diciendo que parara.
Pero no, no lo haria. Lágrimas gruesas bajaban por mis mejillas, esto se sentía pésimamente bien.
Unas inyecciones con aceite hirviendo se encontraban preparadas y no dudé en ocuparlas, y casi por último llegó algo mejor.
Con mucha fuerza, tomé la cierra y la encendí cortándole de un impulso una de sus manos. Mi papá en ese momento se desmayó, al minuto volvió a abrir sus ojos.
Estaba muy débil, se podía notar, pero todavía aguantaba.
¿Cuánto puede resistir el cuerpo humano? Al parecer bastante.
Coloqué la mano que le quedaba en su pierna y con el cuchillo de carnicero la corte. El cuchillo llegó a introducirse un poco en su pierna lo saqué y dejé qué mi papá volviera a despertar.
Y yo a asimilarlo, porque me había gustado la sensación, había sido satisfactorio, y aunque por un momento pensé que era suficiente sabía que no todavía faltaba un poco más. Solo un poco más.
—¡Te odio!— grité de la nada, dos palabras que tienen un gran impacto en nosotros. El transfondo de la frase era perturbador, y aún mucho más lo que hacía en estos momentos, pero no aguantaba más— ¡Te odio, Gerardo! ¡Te odio!— mis lágrimas seguían cayendo.
Antes de llegar, me cambié la ropa. Lo de Esteban fue diferente, a lo de ahora y no merecía esta ropa. Estaba vestida con un pantalón que simulaba cuero negro, camisa blanca con una corbata, y una red en las manos, guantes y unas botas quirúrgicas de tela. Y por si los guantes no eran suficientes también un protector de huella, no era la única que llevaba esto.
Decidí que en lo que el bastardo de mi papá despertaba me iría a cambiar para el show final.
Ahora traía puesto un vestido negro que aunque era un poco largo tenía cuello, y una abertura en la pierna, desde mi talón a el muslo, que dejaba ver mi liga especial, ya que ahí llevaba una pistola, que aunque no era mía la utilizaría como si así lo fuera.
Una daga y un pequeño bisturí, con el cual ya le había hecho unos cortes anteriormente. Llevaba botas negras con picos y de igual manera los protectores, mi pelo en un principio estaba agarrado en una coleta halta poco a poco se fue desamarrando y ahora estaba suelto.
—Y mi último truco, señores y señoras— antes de proseguir agarre una vez más mi cabello—. La castración, así como lo escuchas, papá —La sensación seguía siendo la misma, solo que ahora ya no solo pensaba en mí, sentía que por fin mi mamá iba a estar en paz y yo también.