Después de la boda, a Steffano le habría gustado mucho poder llevar a Ameliè a Italia, pero dadas las circunstancias y los terribles momentos por los que atravesaba el mundo mágico, aquello no sería posible, pues significaba arriesgar su seguridad, de manera que los pocos días que habían aceptado tomarse, los pasarían en una propiedad de los Black que Sirius les había ofrecido.
Ameliè había adquirido el color de las manzanas mientras que Steffano parecía a punto de ahogarse, ya que esto había sido dicho en medio del salón y todos miraban a los Arvelino con expresión divertida
Después de una apresurada despedida, los Arvelino se marcharon y un poco más tarde todos subieron a sus habitaciones. Hermione ya se había metido en la cama mientras que Remus revisaba unos pergaminos cuando Lyra asomó la cabeza.
A pesar de que Lyra había crecido, nunca había perdido la costumbre de entrar sin llamar, de modo que Hermione meneó la cabeza y Remus sonrió.
Sin embargo, no concluyó la frase, sino que se refugió en los brazos de su padre y comenzó a llorar. A ambos les dolió el corazón, porque, aunque Lyra se había mantenido firme y hacía gala de una fuerza y un valor indiscutibles, ellos sabían que tenía el corazón destrozado.
Lyra se quedó un rato muy largo con sus padres, y mientras Remus le hablaba con su característica dulzura, Hermione acariciaba los cabellos de su hija que aun hoy seguían presentando el mismo enmarañado desorden que cuando estaba pequeña.
Aunque Lyra estaba más calmada cuando volvió a su habitación, sintió un enorme vacío al no ver a Jason. En los últimos casi tres años, y aunque Jason se mantenía en contacto, había tenido que acostumbrarse a verlo muy poco, pero eso no lo hacía más fácil. Echaba de menos su calor, su risa, su voz y hasta escucharlo reñirla cuando en su opinión ella había hecho algo que no debía. Caminó hacia el armario abriendo a continuación uno de los últimos cajones donde guardaba todos los regalos que él le había hecho en su infancia mientras había permanecido lejos, y una vieja chaqueta que Jason había dejado de usar hacía mucho. La sacó, la abrazó y se sentó en el sillón donde solía hacerlo él para leer. Normalmente Jason leía en su estudio, pero desde que se habían casado, él había ordenado que subiesen su sillón a la habitación y Lyra recordó la conversación que habían tenido en ese entonces.
Jason había reído como a ella tanto le gustaba y ciertamente había tenido muy poca oportunidad para leer.
Aunque unas silenciosas lágrimas resbalaban por su rostro, Lyra sonrió al recordar aquello y aferró con más fuerza la chaqueta contra su pecho, pero al segundo siguiente creyó estar alucinando.