Kassandria se había convertido en una ciudad en plena actividad, pues durante los años previos al secuestro de los chicos, Jensy se había dedicado a reunir no solo un ejército fácilmente comparable al ejército imperial japonés por la cantidad de hombres, sino a las tropas romanas por la preparación que habían recibido, y en último caso, se asemejaban al ejército espartano, porque Jensy les había dado un lugar de pertenencia, y en forma análoga a la descripción de Esparta hecha por Indro Montanelli [1] Kassandria no tenía un ejército, sino que era un ejército.
Como todo psicópata, Jensy al igual que Raziel poseía un encanto y poder de convencimiento que le había facilitado granjearse la colaboración y la incondicional lealtad de aquellos hombres que confiaban ciegamente en el individuo sin rostro que los guiaba.
Kassandria habría podido convertirse en el paraíso personal de Jensy de no ser por dos cosas. La primera era que aquel lugar no le pertenecía, porque si bien sus hombres no tenían problemas para entrar a la ciudad, nadie podía ingresar al palacio sin la autorización de Cassandrea. No era que Jensy tuviese especial interés en invitar a nadie, pero el hecho de no tener el control absoluto chocaba violentamente contra su personalidad psicopática. No obstante, y peor que lo anterior, era que los sueños de grandeza de aquel sujeto no se circunscribían a un trozo de tierra, sino al mundo entero.
Durante aquellos años, y aunque habían perdido a muchos hombres en los enfrentamientos con los aurores, no solo seguía contando con muchos más, sino que Raziel era extraordinariamente bueno en lo que hacía y constantemente el número de sus adeptos aumentaba, así que por mucho que la mitad del tiempo quisiese arrancarle la cabeza a aquel arrogante muchachito, eso sería prestarle un pobre servicio a su causa, de manera que al menos de momento continuaba mostrándose condescendiente con la actitud de Raziel.
Otro asunto que había tenido de pésimo humor a Jensy, era que los prisioneros seguían mostrándose tan tercos como al inicio. Jensy había estado seguro que después de un tiempo sometidos a los salvajes tormentos que estaban sufriendo a manos de Raziel y Zly, los chicos terminarían por ceder, pero en las contadas ocasiones en las que había bajado a verlos, no solo no habían cedido ni un ápice, sino que especialmente Avery seguía siendo tan condenadamente arrogante e irritante como el día que había llegado. En el caso del otro hablaba poco, pero exhibía la misma recalcitrante terquedad. Sin embargo, lo anterior solo había servido para aumentar el empeño de Jensy, porque si podía granjearse la lealtad de aquel par, tendría la victoria y el futuro asegurados, ya que habían demostrado una fuerza, un coraje y un poder que le serían tremendamente útiles para sustentar su imperio.
Entre tanto la existencia de los mencionados individuos se había convertido en una sucesión interminable de dolor y angustia con escasos períodos de descanso. Evil continuaba atendiéndolos con esmero, y aunque en ocasiones Ben se preguntó si no sería mejor que lo dejase morir, luego se recordaba a sí mismo que debía sacar a Cassnadrea de allí y desechaba la idea.
El trato de Altair hacia Evil no había variado en nada, y de hecho en opinión de Ben, había empeorado y lo único que había salvado a su primo de que aquel sujeto le hubiese cortado la garganta, era que a su juicio Evil en realidad estaba definitivamente enamorado de Altair.
Aunque ellos no tenían idea de cuánto tiempo había transcurrido desde que los habían capturado, porque cada vez que Ben le preguntaba a Evil por la fecha, él se limitaba a mencionar el día de la semana, sabían que debía ser mucho tiempo, tal vez meses.
Otra cosa que habían notado y era lo que les había permitido plantearse que su cautiverio ya era muy largo, era que en algunas ocasiones Raziel, Zly o ambos, habían desaparecido por varios días, lo que, si bien representaba un descanso para sus maltratados cuerpos, también los preocupaba mucho, porque estaban seguros que donde quiera que estuviesen, estaban causando daño.
Cuando esto sucedía, y aunque ellos estaban relativamente bien, Evil igual iba a verlos y era cuando hacía algo por adecentar sus aspectos personales, pero a diferencia de Altair que se dedicaba a molestarlo, Ben se había valido de aquella atención para intentar obtener, aunque solo fuesen retazos de información. La cuestión era que Evil no era estúpido y siempre era muy cuidadoso con lo que decía, de modo que era muy poco lo que Ben había logrado y se trataba más que todo cosas sin importancia como, por ejemplo, que ya la ciudad no estaba tan vacía como cuando llegaron, o comentarios aislados acerca de algún enfrentamiento reciente. De lo que Evil sí hablaba con mayor libertad era acerca de sí mismo y así fue como se enteraron de su especial habilidad para las pociones, ya que en una ocasión en la que estaba rasurando a Altair éste notó que tenía una herida en el brazo y no podía dejar de fastidiarlo.