Katerina Rouse

Capítulo 2

Esta parte podría llamarla "mi infortunio", si alguna vez has conocido un orfanato a finales del siglo XIX sabrás lo horrible y deplorable que eran, y no hablo de sus instalaciones, viejas y en mal estado no son nada comparado con la ruindad de quienes se hacen cargo de los niños que nadie quiere.  Es como si aquí vienen a abandonarnos esperando que la enfermedad o el hambre acabe con cada uno de nosotros.

 

Sola miré confundida a la mujer que luego de ponerme ese amarillento delantal, me tomó del brazo sin responder mis preguntas y me llevó por el pasillo casi a la arrastra porque mis pies ni siquiera lograban tocar el suelo. Los pasillos eran altos, pero angosto y el piso no lucía tan limpio como uno quisiera. El papel desteñido de las paredes se mezclaba con retratos de amargura, miradas severas, expresiones adustas.

 

—Te formas aquí y te comes lo que te den, agradecida debes estar por tener algo que echar en tu boca —me reprendió la mujer como si algo malo hubiera hecho, y con brusquedad me ubicó detrás de unas niñas que me contemplaron curiosas y asustadas—. ¡¿Qué es lo que miran?!

 

Les gruñó y ante esto la miraron asustadas y se dieron vuelta de inmediato. Me doy cuenta de que es un gran comedor, de mesas largas y sillas llenas de niñas que visten el mismo y feo delantal viejo. La sala es enorme y de techo alto, pero tan frío y gris como todo en este lugar.

 

—¡La siguiente! —escuché un grito y antes de darme cuenta de que era yo, la niña detrás de mí me dio un empujón poco amable.

 

Una mujer con cara poco amigable, con un delantal que casi les llegaba a sus huesudas piernas, alzó un cucharon dejando caer en mi plato una porción pegajosa de lo que parece avena, sin importarle salpicar fuera de este.

 

—Hola —intenté sonar cordial—. Soy Katerina Rouse.

 

—¡Avanza! —me gritó para luego ignorarme.

 

Otra vez la niña detrás de mi volvió a empujarme al quedarme detenida titubeando. Con la bandeja de pan, con avena y un trozo duro de pan avance ante el bullicio de las niñas que sentadas conversaban comiendo. Varias al verme parecieron amenazantes, con expresión poco amigables, aun cuando les sonreí no me devolvieron la sonrisa, otras indiferentes no parecía interesarles lo que pasaba a su alrededor. Seguí caminando a duras penas, los zapatos nuevos que me dieron en este lugar eran pequeños y eso me causaba molestia en cada paso que daba. Esquivando avena en el piso, que parecía días llevar en ese lugar, encontré un lugar en una mesa que nadie parecía notar. Me senté ahí y en ese momento sentí las miradas de todos encima de mí. Podría ser porque soy nueva, aunque por la cantidad de niñas no sé si algo así pueda percibirse en forma tan notoria.

 

—¿O eres muy valiente o muy tonta? —exclamó una chica mirándome con una sonrisa extraña, parecía estar burlándose más al haberme llamado así.

 

—¿Perdón? —le pregunté sin entender por qué lo decía.

 

Me quedó mirando con los ojos bien abiertos antes de reírse a carcajadas.

 

—Aquí se sentaron las niñas que se contagiaron de escarlatina —alzó sus cejas con media sonrisa.

 

Se que la escarlatina es una enfermedad, pero de ahí no sé más que eso. Pienso que si es como la enfermedad de mi mamá podría venir el señor muerte y llevarme con mis padres, por lo que lejos de sentirme asustada me siento cómoda en este rincón del comedor. Me alzo de hombros sin responderle hasta que me doy cuenta de que se sienta a mi lado ante la expresión desconcertada de sus amigas.

 

—Me caes bien —señaló y sin decir más comenzó a comer en silencio.

 

Las otras niñas al final se fueron a sentar a otro lugar luego de mirarla por unos momentos sin saber qué hacer, es claro que sentarse aquí las aterra y por eso aun cuando querían seguirla no se atrevieron.

 

—¿Cómo te llamas? —me preguntó con la comida en la boca.

 

Tragué mi avena de golpe por lo que mi voz se atoró causando la risa de la chica. Tosí intentando recuperar mi voz, la verdad que, aunque la avena no sabe tan rica como la de mi mamá, es comestible y con hambre uno no piensa mucho en su paladar, sino que solo traga.

 

—Me llamó Katerina Rouse —le respondí y al escucharme abrió sus ojos impresionada antes de darme golpecitos en la espalda, que no eran nada de delicados.

 

Sonrió mostrando sus dientes llenos de avena. Pero parece sincera por lo que no pude evitar sonreírle con timidez.

 

—Me encanta tu nombre “Katerina Rouse” suena como nombre de artista —dijo esto extendiendo sus manos en el aire ante un cartel imaginario—. Yo soy Casandra, pero no me llames “Cassi” porque tendré que golpearte —por su tono de voz noté que no estaba bromeando—. Tengo diecisiete años, por lo que solo me queda un año en esta pocilga y seré libre.

 

—¿Dónde piensas ir? —le pregunté curiosa, porque si lo veo en mi caso, a los dieciocho años me quedaría en la calle.

 

—Tengo mis contactos —me habló con orgullo—. Seré una actriz, mis amigos de afuera tienen un pequeño teatro así que trabajaré para ser la mejor.

 

—Una actriz —exclamé con los ojos bien abierto e impresionada, de solo imaginarlo me recuerda a las estrellas del cielo, lejanas y luminosas.

 

Y como respuesta sonrió alzando la cabeza tal vez ya imaginándose cuando salga de este lugar. La verdad yo ni siquiera sé lo que haré cuando salga de este lugar, no podría ser ni costurera como mi madre porque no me gustan las agujas ni fotógrafo como mi padre, no tengo cámara. La suya quedó tan despedazada luego del accidente que no hubo forma de poder traerla, aunque quise, me la quitaron y la tiraron a la basura.

 

**********0**********

 

Cassandra se transformó en mi protectora, ayudó a alejar a las niñas que buscaban pleitos o intentaban arrebatarme mis cosas. Me di cuenta de que en el orfanato aun cuando hay comida, poca, pero hay, se vivía mejor afuera con hambre, pero con el cariño de los padres que acá a cargo de las “tías” que parecen sentir resentimiento hacia nosotras sin que pueda entenderlo.




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