Al ver el carruaje con caballos corrí a verlo, sin embargo, me detuve de golpe, bajando la cabeza con recuerdos tristes que en ese momento vinieron a mi mente, y no pude ocultarlo frente a aquel buen hombre. Desanimada mis ojos se detuvieron en las ruedas recordando que mi padre había muerto arrollado por un carruaje.
—No estés tristes —me acarició el cabello—. Entiendo que extrañaras a tus amigas del orfanato.
—No tengo amigas en el orfanato —le hablé con naturalidad—. Mi amiga es una artista.
Hablé refiriéndome a Cassandra, y al estar aquí afuera tuve la ansiedad de salir corriendo y desaparecer por las calles empedradas para buscar carteles en donde apareciera ella y decirle “¡Ya estoy aquí, soy libre también!”, ya me imagino su cara, y luego cuando le cuente todas las veces que Dánae pateaba el tronco del árbol ofuscada por no poder alcanzarme, como nos reiríamos.
—Vamos, Katerina —señaló el mientras un hombre, de traje negro y ajustado, nos abría la puerta. Titubeé, la calle, la libertad me llamaba, soy ágil para correr, pero por otro lado me sentiría mal por él que me ha adoptado para que sea su hija y dejarlo abandonado de esa forma—. El tren no nos va a esperar.
¿Un tren? Fue inevitable que mi atención no se enfocara en su rostro, un tren es todo lo que quisiera conocer, solo los he visto en uno de los pocos libros de cuentos que nos han leído en el orfanato, y nunca pensé que podría ver uno con mis propios ojos, de solo imaginármelo me pone tan ansiosa que no puedo controlarme.
—¿Un tren de verdad? —le pregunté para estar segura de que no se refiera solo a una ilustración o algo así.
—Sí, que nos va a llevar a casa —me habló provocando que mi corazón casi se saliera de mi pecho.
Subirme a un tren es algo que jamás imagine en mi vida, es como si me subiera al lomo de un dragón, y este me llevara por los cielos, es lo más cercano que podría tener, y de solo imaginarlo provocó que no siguiera titubeando y me subiera al carro. Después volveré a buscar a Cassandra para invitarla a conocer un tren, de verdad será emocionante. El caballo galopó y lo único que pienso es que se apresuré para llegar pronto a la estación.
Al llegar al lugar el ruido de la gente me aturdió por momentos, nunca había visto tantas personas reunidas y alborotadas, llenas de maletas y despedidas. Las mujeres con su cabello ordenado y un bonito sombrero, los hombres de trajes y tan tiesos como pudieran estar. Llantos, alegrías, risas y un oficial tocando un silbato para anunciar que uno de los trenes ya se iba.
—Ese es nuestro tren —indicó don Arturo señalándome una locomotora de bonito color negro y rojo y que con su ruido “chucuchuchu” humeaba de lo lindo, alzando también humo de sus patas de hierro.
Era mucho mejor de lo que hubiera imaginado, una maquina imponente, enorme, y ruidosa, mejor que un dragón de cuentos. Luego noté como un grupo de personas levantaban canastos con víveres y un olor a pan que me hipnotizó, solo llevo en el estómago la paupérrima porción de avena de la mañana, y claro ante aquel aroma mi cuerpo reacciona.
—Toma, aquí tienes —mi nuevo padre me pasó una bolsa de papel que acababa de comprar a una de las vendedoras y pude ver con sorpresa que eran masas dulces, de formas y colores que jamás había visto en mi vida.
—Muchas gracias —indiqué emocionada—. ¿Puedo comerme uno?
Y al preguntarle se puso a reír.
—Son todos para ti, Katerina, puedes comer lo que quieras —escuchar eso fue como desatar mi ansiedad, pero recordando que mi mamá siempre me dijo que no debo ser egoísta le extendí la bolsa.
—Coma conmigo, yo seré feliz si me acompaña —le dije y me contempló sorprendido antes de sonreír y aceptar mi oferta.
—Gracias, Katerina, eres muy amable —me alabó, y fue como sentirme en las nubes.
Más cuando me dijo que era hora de subir y me ayudó a subir la enorme escalera de metal, y caminamos por el pasillo hasta dos asientos numerados. Apenas puedo quedarme sentada, observó a cada persona que entra, me pongo de pie y miró por la ventana despidiéndome, aunque nadie me mira a mí.
—¡Adiós, ciudad de ****! Prometo algún día volver —exclamé a viva voz mientras el tren comenzaba a marchar.
Sentir el ruido de sus ruedas al girar, la bocina y el vapor que salía del carro principal son una ilusión que nunca pensé que alguna vez pudiera conocer. No puedo evitar tomar las dos manos de Don Arturo, sin poder articular palabras debido a mi emoción y sus ojos claros por un segundo me parecieron tristes, pero luego los entrecerró compartiendo mi alegría.
—Eres una chica muy efusiva, ojalá mi hijo se contagie de esa alegría.
¿Su hijo? ¿Tendré un hermano? Si es así debe ser igual a él, de ojos claros y esa dulzura y tranquilidad que proyecta, o sea no solo desde hoy tengo un nuevo padre que parece un príncipe, además tendré un hermano. Saqué uno de los pastelillos dulces comiendo con felicidad, pensar que había despertado en el orfanato y antes del almuerzo me iba en camino a mi nueva vida.
Don Arturo me dijo que durmiera porque el viaje sería largo, pero me es imposible, me siento tan emocionada mirando el paisaje, las flores de colores que no había visto antes, los árboles en aquellas llanuras limpias y verdes, vacas pastando, y sentir el ruido relajante y repetitivo del tren ¿Cómo podría dormir con todo esto? Podría vivir toda la vida viajando de un lugar a otro, de extremo a extremo.
Pero aun las sorpresas no se acababan. Al bajar en la estación a donde íbamos, nos esperaba un carruaje, que, aunque más sencillo que el anterior, no dejaba de ser lujoso, me encantó subirme más cuando el pueblo se ve tranquilo y rodeado de árboles y una naturaleza que nunca había visto. Que cantidad de aromas, a las flores, enredaderas que se enlazan a los troncos de los árboles dando un ambiente de fantasía de un mundo de hadas y duendes.