Katerina Rouse

Capítulo 5

Habían preparado una habitación para mí, tan grande que no puedo creerlo, una cama enorme y acolchada, que por momento pensé que estaba acostada sobre una esponjosa nube del cielo. Un closet llenó de ropa y zapatos, cuando estaba acostumbrada a tener solo un par de zapatos, que ni siquiera eran de mi talla, y un vestido viejo y usado.

 

—Pobre criatura —habló la mujer mayor que antes nos recibió al llegar a la casa mientras otra más joven me sacaba los zapatos y la ropa.

 

Contempló mis pies con compasión, sentí algo de vergüenza por mis dedos rojos y sus durezas, aun cuando no lo dijo con malas intenciones. Luego me desnudaron para meterme a una tina llena de agua. Titubeé al entrar, pero a diferencia del orfanato, el agua esta tibia por lo que fue agradable la sensación al contacto de mi piel. Me bañaron y peinaron, luego vistieron y cuando me miré al espejo no podía creerlo. Siempre soñé con un vestido así por lo que cuando me quedo sola en la habitación doy vueltas para ver como luzco girando y girando hasta que me mareo y me caigo sobre la cama riéndome, en eso escucho ruidos y me asomo a la ventana. Es aquel niño, creo que mi nuevo padre me dijo que se llamaba Rafael. Esta galopando sobre un caballo de una forma increíble, a diferencia del cabello claro de su padre el suyo es negro tanto como los nuevos zapatos que llevo puesto, y sus ojos marrones son intimidantes. Pero luce bastante bien, aunque parece el personaje malvado de los cuentos, si Don Arturo es como el príncipe, Rafael es el caballero oscuro a las órdenes de la bruja malvada. En eso sus ojos se encontraron con los míos y arrugó el ceño con asco desviando de inmediato su atención, tragué saliva sin entender porque es así conmigo.

 

—Katerina ¿Quieres que te muestre el lugar? —habló Don Arturo asomándose por la puerta de la habitación.

 

Fue escucharlo y de inmediato di un salto llegando a su lado, me dio la mano y caminamos. No puedo negar que al sentir su mano grande y tibia recuerdo la mano de mi papá, sentirme protegida al estar a su lado, con una felicidad que desbordaba mi pecho. Lo extraño, entrecerré los ojos pensando en él, caminando sin darme cuenta a donde voy hasta que escuchó el relincho de un caballo. Alzo la mirada impresionada viendo una caballeriza, es mucho mejor de lo que hubiera imaginado, cerca hay dos árboles altos y gigantes que dan una sombra agradable, la estructura de madera es de tono rojizo, como la casa, y se asoman algunos caballos mientras en un enorme corral corren dos crías con libertad.

 

—Criamos y vendemos caballos finos —me habló a la vez que avanzo a mirar a los potrillos.

 

—¿Algún día me enseñara a montar? —le pregunté emocionada.

 

Guardó silencio como si no supiera que decir.

 

—Usualmente las mujeres no cabalgan, eso es más de hombres —musitó con suavidad y sonrió luego de decirme eso—. Quiero que aprendas a comportarte como una buena señorita.

 

—Sé subir árboles —le indiqué hacia la copa de los árboles—. También puedo aprender a cabalgar y ser una señorita.

 

Me contempló con sus ojos claros y luego se rio desviando su mirada hacia los potrillos que corrían de un lado a otro.

 

—Está bien, tú ganas, pero debes prometerme que estudiaras mucho para ser una buena señorita —exclamó y moví la cabeza.

 

Aunque no estoy muy segura, ser una “buena señorita” me suena a algo aburrido, y aunque no sueño con ser actriz como mi amiga Cassandra, ya que carezco de ese talento, si sueño con ser doctora, una que nunca va a negarle atención a alguien por no tener dinero, y que si debe cabalga para correr por el campo para salvar a un enfermo así lo haré. No quiero desilusionarlo, así que seré una buena doctora en vez de solo una buena señorita.

 

Luego de eso fuimos a ver a los otros animales del lugar, gallinas, cerdos, y unas vacas lecheras que no parecieron felices de vernos. Ya que mugieron y movieron sus colas de mala gana.  Un hombre nos saludó mientras carga con dos baldes de leche fresca. Así que volvimos a la casa justo cuando preparaban la mesa para cenar, ver tanta comida, tantas cosas empuja a mi cuerpo a querer comer, apoderarme de todo, pero sé que no puedo hacer eso por lo que controlo mi ansiedad. La mesa está servida y nos sentamos justo en el momento que el hijo de Don Arturo aparece en el lugar.

 

—Es hora de la cena, Rafael —habla la mujer de mayor edad que parece tener un importante rol en la casa.

 

Pero aquel niño, solo nos mira de los pies a la cabeza con expresión furibunda.

 

—No tengo apetito —y dicho esto se fue en dirección a las escaleras.

 

—Rafael —lo llamó su padre—. ¿Podrías compartir, aunque sea unos minutos con nosotros? Quiero que tú y Katerina puedan conocerse mejor.

 

—No me interesa —respondió que aun cuando fue cortes no deja de esconder la falta de respeto a Don Arturo—. No tengo ánimos hoy, solo quiero ir a descansar a mi cuarto.

 

Y sin más palabras subió las escaleras dejándonos solos. Su padre entrecerró los ojos bajando la mirada preocupado, con esa expresión sombría solo guardé silencio sin atreverme ni a tocar el pan que humeaba recién salido del horno. Y al parecer se dio cuenta porque cuando menos me lo esperaba me miraba con atención.

 

—Vamos, come, adelante no tengas vergüenza —señaló sonriendo, como si el reciente conflicto con su hijo no hubiera pasado.

 

Con timidez tomé uno de los panes, casi me quemé, pero al acercarlo a mi boca, sentir ese calor, ese aroma, y el sabor a frescura, muy distinto a los duros y añejos panes del orfanato, me sentí en el cielo. Es lo más rico que he comido en mi vida. En eso apareció una joven empleada con los platos, y la sopa hizo que mi estomago llorara de felicidad junto conmigo, las papas se deshacían en mi boca, la calabaza y el maíz cocido un manjar, y la carne deliciosa. Ahora podía morir feliz después de comer todo esto.




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