No puedo evitar mirar impresionada como amasan el pan en la enorme cocina de la casa de los Torrealba, me trae gratos recuerdos de mi mamá cuando estaba sana y la situación económica no era tan mala, me gustaba mirarla amasar, como sus manos se impregnaban de harina dando forma a los bollos de pan, usando aquel viejo delantal blanco mientras me sonreía feliz diciendo que íbamos a guiar a papá a la casa con el aroma del pan recién hecho. Suspiré, pero intento que esos recuerdos no me pongan triste, ellos no se sentirían bien de verme triste, por lo que solo sonrió mientras veo a la mujer seguir amasando.
—Señorita ¿Quiere intentarlo? —me preguntó al notar mi interés en lo que hacía.
Di un salto de inmediato, claro que quería hacerlo.
—La señorita Katerina tiene clases en unos minutos más con la maestra de lenguaje —habló la ama de llaves, Rosaura, aquella más anciana y severa que los demás interrumpió justo cuando subía mis mangas.
—¿No puedo por solo cinco minutos? —le supliqué, pero su sería expresión no se inmutó.
—A clases, señorita Katerina, su padre espera buenos resultados así que no lo decepciones —me indicó antes de decirme que la siguiera dándome luego la espalda.
Bajé la cabeza y la seguí, esto de ser "señorita" no me está gustando, no me dejan subir a los árboles, ni estar en el establo de los caballos todo el tiempo que quisiera, ni siquiera me dejan aun cabalgar, no puedo jugar porque ensucio mi vestido, no puedo saltar porque daño mis zapatos. Solo debo estudiar, y no claro viendo la diferencia con Rafael siento envidia, pienso que Dios debió hacerme nacer hombres en vez de mujer.
—Estos orfanatos siempre nos hacen trabajar demás —se quejó la delgada y alta señorita Cifuentes, la maestra de lenguaje mientras ordenaba su material y se quejaba a pesar de mi presencia—. No enseñan bien y nos hacen tener que repetir todo desde cero ¡Esto me estresa!
Y siguió hablando mientras veo por la ventana como Rafael sigue practicando con su caballo. Suspiró, su padre, Don Arturo pasa generalmente fuera de la casa, en negocios, mientras él y yo nos quedamos aquí, pero me evita, me ignora, hace como si yo no estuviera en este lugar. Solo Rosaura, el ama de llave, pasa pendiente de todo, mi comida, mis clases, aunque no es mala como las personas del orfanato si es muy dura.
—Katerina ¡¿Me estas escuchando?! —la maestra dio un golpe en mi mesa con su varilla mirándome molesta—. Preste atención, debe estar atenta si un día quiere convertirse en un buen partido.
—¿Un buen partido? —le pregunté sin entenderla.
—Claro, las chicas de buena familia desde pequeñas se preparan para ser buenas esposas y madres, mientras más virtuosas e inteligentes más llaman la atención de futuros pretendientes —alzó su cabeza con orgullo.
—Yo sueño con ser más que eso, quiero ser doctora —exclamé animada pero su gesto de desagrado me cohibió.
—¿Doctora? —movió la cabeza a los lados—. Una mujer doctora es inverosímil, nunca he visto una y si es que hay deben ser muy dignas de comportarse como un hombre.
—Usted es maestra y no la veo que parezca un hombre —indiqué con sinceridad.
Tosió incomoda, y pareció molestarse.
—Es diferente, usted tiene el privilegio de que Don Arturo es un hombre rico, no tiene que trabajar a futuro, puede conseguir un buen esposo y dedicarle su vida a él, apoyarlo en sus logros, y darle hijos. En cambio, mujeres que no tenemos esa fortuna tenemos que trabajar, y ser maestra es una labor que las mujeres también podemos realizar —habló dolida dándome la espalda.
—No quiero casarme, quiero ser doctora —señalé, pero no queriendo seguir con la conversación golpeó la pizarra empezando su clase.
En serio, mi padre piensa que debo educarme para casarme, si es así tal vez no sería buena idea seguir tomando atención en las clases, así él se dará cuenta que no quiero eso en mi futuro. Quiero cabalgar, recorrer montañas, debo ser fuerte y hábil para llegar a lugares aislados a atender enfermos, y no ser preparada para ser la esposa de alguien.
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—Katerina —suspiró la ama de llaves—, no puedo creer lo mal que te ha ido en las últimas clases, los maestros dicen que ibas muy bien y ahora has retrocedido en todo, al señor Arturo no le va a gustar esto.
A pesar de su tono severo la notó preocupada por lo que dejo la sopa de lado mirándola con atención.
—¿Eso significa que ya nadie se querrá casar conmigo? —intento ocultar mi sonrisa, pero no es posible.
—¿Que dices, muchacha? —me mira sin entenderme moviendo la cabeza a ambos lados.
No supe que responder ¿Cómo explicarle lo que me dijo la maestra? Titubeé pensando en las palabras exactas para que no pensara que es la pereza y la maldad la que me empuja a no tomar atención a los maestros.
—Si no soy buena para los estudios no destacare por lo tanto nadie se interesará en casarse conmigo y así puedo seguir mi sueño de ser doctora —hablé al final ante su rostro estupefacto.
—Que estúpida —murmuró Rafael sin dejar de comer, mirándome con la frialdad de siempre—. ¿Quieres ser doctora? Nunca lo serás si no estudias, si no sabes leer ni los números no serás doctora. Y en todo caso ¿Que te preocupa? Eres una huérfana harapienta, por mucho que mi padre te haya adoptado muy pocos estarán dispuestos a casarse contigo. Mejor estudia si quieres ser doctora o terminaras bajo un puente.
Y luego de decir eso siguió comiendo como si yo no estuviera en ese lugar. Fijé mi atención en doña Rosaura, quien movió la cabeza en forma afirmativa dándole la razón a Rafael, entonces si quiero ser doctora debo estudiar. Tal como él dijo si el hecho de ser adoptada impedirá que alguien se sienta atraído en pedir mi mano, no voy a tener que preocuparme de eso.