Katerina Rouse

Capítulo 9

Sentada bajo un árbol le doy una mordida a una manzana roja sin dejar de leer mi libro favorito, el viento sopla con suavidad. Esta bastante tranquilo, lo que significa que algo malo va a pasar.

 

—Señorita Katerina, no debería estar aquí afuera, su prometido hoy vendrá a verla junto con su padre —exclamó una Daniela más madura, con el cabello tomado y expresión grave.

 

—No te preocupes, estoy lista —indiqué poniéndome de pie.

 

—No puede recibir al joven Tomás de esa forma, tiene sus trenzas desordenadas y el vestido con polvo ya que ha estado sentada aquí en el suelo ¿Qué dirá él si la ve así? —movió la cabeza a ambos lados mientras se colocaba las manos a la cintura.

 

—Dirá lo que deba decir, la verdad no me importa —me alcé de hombros cerrando luego el libro y caminando hacia la casa.

 

—Ya no es una niña, es una señorita de quince años ya debería comportarse, más si viene a verla —replicó detrás de mí en tono severo.

 

Detuve mis pasos girándome hacia ella, le sonreí condescendiente antes de suspirar.

 

—Él no viene, siempre se excusa por no venir —exclamé con los ojos fijos en su rostro para que no crea que eso me afecta, sinceramente agradezco que Tomás no sienta ningún interés por cumplir con el compromiso que fijaron nuestros padres—. De verdad la única vez que lo vi fue cuando éramos niños y me subí a ese árbol y me caí, desde ese entonces no se aparece.

 

—Aun así, hágalo por su padre, vístase y arréglese para él —señaló preocupada.

 

No le respondí, bajé la cabeza, sabe que por mi padre haría lo que fuera, pero este tema de casarme es algo con lo que nunca he estado de acuerdo, solo tengo quince años, no me casaré a esta edad, menos con alguien con el que no he cruzado palabras salvó las pocas del conflicto que tuvimos desde niños.

 

Fue así como tuve que darme un baño, según doña Rosaura debía estar presentable, como nunca, Daniela se encargó de mi vestido, zapatos, y las cintas azules de mis dos largas trenzas. Claro que intentaron persuadirme a que me quitara esas trenzas, que con el cabello suelto podría lucir mucho mejor, pero el cabello así de amarrado es parte de mi propia personalidad, y un recuerdo de mi madre que solía usar una larga trenza. Cuando salieron y me dejaron sola me miro al espejo en silencio, la verdad es que si yo fuera Tomás tampoco me casaría conmigo, no soy tan linda como otras chicas, soy alta y delgaducha además que a veces cometo el error de hablar antes de pensar, “eso no está bien” es lo que me repiten constantemente, “no es propio de una señorita”. Titubeo ante mi propio reflejo, si fuera más fea tal vez mi padre no estaría pensando en casarme o tal vez sería peor, como la sobrina de mi maestra, que según me contó la casaron con un hombre viejo y jorobado, solo porque nadie más se interesó por ella. Pero entre Tomás, el novio fugitivo, y un anciano jorobado, no veo demasiada diferencia.

 

—¡Señorita, apresúrese, ya han llegado! —Daniela golpeó mi puerta, ansiosa.

 

—Voy —le respondí antes de echarme una última mirada en el espejo intentando que mi expresión disconforme no se notara a la vista de los demás.

 

Bajé las escaleras con lentitud a pesar de que me tomaba de las manos para que bajara más rápido. Abajo ya todo estaba listo para la comida, el aroma a la carne impregnaba la casa junto a la mezcla de papas cocidas y maíz. Me coloqué al lado de mi padre, quien al verme me sonrió en forma cariñosa rodeándome con su brazo.

 

—Esta vez de seguro que Tomás vendrá a verte, ya no es un niño, es un hombre de dieciocho años, es la edad perfecta —señaló sin mirarme, creo que ni él mismo sabe que eso pasará.

 

—Padre, deberías darte cuenta de que a él no le intereso. Yo no puedo quedarme encerrada toda una vida aquí esperando que un día decida cumplir ese compromiso —exclamé fijando mi atención en sus ojos, intentó sonreír.

 

—Necesito saber que quedaras en buenas manos —señaló risueño, con un dejo de tristeza que me confunde cada vez que veo esa mirada en él.

 

—No necesito que me dejes en manos de un hombre, dame las herramientas para yo misma cuidarme —bajé la cabeza sonriendo—. Deja que tu hija te lo demuestre, estarás orgulloso de mi.

 

—Toda la vida he estado orgulloso de ti, no necesitas trabajar para demostrármelo —y aunque sus palabras suenan bonitas y me hacen feliz, no es lo que quiero.

 

—Necesito tener algo de que sentirme presumida, gritarle al mundo “Mírenme, soy Katerina Rouse, vean lo que logré” —levanté mis brazos y me giré quedando frente de él.

 

Abrió sus ojos impresionado con una semi sonrisa como si aun intentará entender si estoy jugando o lo digo en serio, pero por Dios ¡Claro que lo digo en serio!

 

—¿Hablas de ser doctora? Ya lo hemos hablado, tendrías que ir a la universidad y haz visto que es complicado para una mujer —se excusó colocando sus manos en mis hombros intentando retener mis ansias de volar.

 

Entrecerré los ojos bajando la cabeza.

—Lo prometiste —musité fingiéndome herida.

 

Suspiró.  

—Bien, lo pensaré, si Tomás hoy no aparece anularemos el compromiso —me tomó el rostro con ambas manos—. Si tan solo él se diera cuenta lo bella que eres no dudaría en casarse contigo.

 

—No soy tan linda como otras mujeres —indiqué sonriendo colocando mis manos en mi espalda.

 

—Katerina, tu belleza traspasa más allá de lo físico —sonrió alzando ambas cejas.

 

—Bonita forma de decirme que solo tengo linda personalidad —exclamé y se rio a carcajadas.

 

—No me malinterpretes, no es eso lo que quise decir —indicó con una expresión tan sincera que no puedo dudar de él, pero es mi padre ¿Qué padre en el mundo no piensa que su hija es bella cuando no es así?




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