Katerina Rouse

Capítulo 11

Llueve con tanta fuerza que me ha sido imposible conciliar el sueño, me he puesto de pie encendiendo la vela de mi mesa, y me acerco a la ventana contemplando como cae con tanta fuerza. Los truenos y relámpagos acompañan la lluvia mientras observo preocupada hacia los establos. Los caballos deben estar muy nerviosos. En eso oído el relinchar de unos caballos que parecen correr en medio de la noche arrastrando tras de sí un carruaje. Limpió el vapor de mi ventana intentando ver de quien se trata, y al darme cuenta de que es el coche de mi padre me quedó impávida ¿Por qué ha vuelto antes? ¿Y por qué corren de esa forma? Me colocó un abrigo encima de mi camisón y bajó las escaleras corriendo preocupada por lo que eso podría significar. No quiero pensar en nada.

 

Veo la luz de los candelabros encendidos en la sala y camino hasta acercarme sin que el grupo de personas presentes se den cuenta de mi presencia, todos lucen preocupados, y me hago espacio hasta ver a doña Rosaura acariciando la espalda de mi padre que no deja de toser, ella les pide ayuda para llevarlo a su cuarto hasta que sus ojos se detienen en los míos.

 

—Katerina —señala como si hubiera visto un fantasma—. Deberías dormir…

 

—¿Qué le pasa a papá? —pregunté aterrada, esa tos, esa maldita tos me recuerda a la misma enfermedad que se llevó a mi madre—. ¿Qué está pasando?

 

—Deberías ir a acostarte, mañana hablaremos de eso —musitó sin ánimos de seguir hablando.

 

Negué con la cabeza tragando saliva.

 

—Por favor, no me pida eso —apreté los dientes—. Cuando mi madre se enfermó papá me mando a dormir, y cuando me levanté ella ya se había ido… yo no puedo otra vez…

 

Se acercó a mi lado rodeándome con sus brazos, sin decir palabras, lo suficiente para darme cuenta de que otra vez la muerte sin compasión ronda a mi alrededor, pero ciega por mi presencia solo ve a quienes me rodean. Rosaura sollozó, y como nunca la había visto así de frágil comencé a sollozar sin creer que mi peor pesadilla parece repetirse otra vez.

 

—Es preferible que tu padre te lo diga —exclamó más calmada—. He mandado a llamar al doctor de la familia, por mientras me puedes ayudar a bajarle la fiebre.

 

Unos hombres lo tomaron en sus brazos llevándolo a su cama sin que siquiera recupere la conciencia. Según contaron al bajar del tren se desvaneció, sin recuperar el conocimiento, por eso el cochero se apresuró a venir sabiendo que el médico del pueblo a tales horas no estaría disponible.

 

Esperando que el doctor pudiera venir aun con esta incesante lluvia, intentamos bajarle la fiebre. Luce tan pálido y triste que no puedo más que colocar los paños fríos en su frente y acariciar su cabello claro, pensando que la primera vez que lo vi en el orfanato pensé que era un príncipe que había llegado a sacarme de ese horrible lugar y llevarme a su mágico castillo. No me fue fácil llamarlo padre, pensaba que mi padre biológico se enojaría conmigo si llamaba a otro hombre de esa forma, pero con el tiempo me di cuenta de que no sería así, y que además era la forma de agradecerle por haberme adoptado a pesar de no ser una niña tan destacada. Aún recuerdo su emoción la primera vez que lo llamé así. Apoyé mi frente sobre la suya y cerré los ojos unos momentos.

 

—Por favor, no te vayas, aun te necesito, déjame ser egoísta un tiempo más y retenerte aun en este mundo terrenal —susurré.

 

La puerta se abrió y Rosaura entró en silencio, trayendo un té caliente, se acercó a mi lado. Dejó la bandeja sobre el velador revisando el frio paño que coloqué en la cabeza de mi padre. Quien vuelve a toser con tanta fuerza casi quedándose sin energías. Se sentó a su lado acomodándole las almohadas.

 

—El médico ya va a llegar, debería tomarse el té caliente que le he traído y luego irse a descansar, no es bueno que una señorita tan joven madrugue tanto —me habló con una leve sonrisa.

 

Pero me negué de inmediato, moviendo la cabeza a ambos lados.

 

—Temo que si cierro los ojos voy a perderlo, déjeme quedarme aquí, ayudaré en todo lo que sea posible —musité tomando la mano de mi padre.

 

—Don Arturo no hubiese querido que lo vieras así —señaló dolida para luego mirarlo en silencio—. No que te enteraras en estas circunstancias.

 

Suspiré bajando la mirada, sintiendo el latir de mi corazón como si se hubiera metido en mi cabeza. No quiero pensar en nada, solo escuchar la lluvia deteniendo cualquier idea, porque con sinceridad solo hay pesimismo en los alrededores y me siento contagiada de ese estado de ánimo.

 

—Perdí a mi madre, perdí a mi padre, sin siquiera poder despedirme de ellos, no quiero perder a mi padre Arturo de la misma forma… —callé atragantada por mi emotividad y alcé la cabeza al cielo de la habitación buscando una contención que no encuentro—. ¿Desde cuándo esta así?

 

Pregunté recordando que había notado que andaba extraño desde hace mucho tiempo, su palidez, su cansancio, sus mareos, y todo eso. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿O como por el miedo de pasar por lo mismo fingí no darme cuenta de lo que pasaba?

 

No hubo respuesta de parte de ella, y yo no insistí porque no era el momento. La fiebre sigue subiendo, y sabiendo lo peligroso que es intentamos hacer posible por bajarla. Por más que cambiamos los paños, aligeramos su ropa, lavamos sus pies, nada parece resultar, y me siento tan imponente viendo las horas pasar sin que el doctor aparezca, rogando para que deje de llover para ir yo misma a buscarlo. Hasta que pudimos oír el fuerte relincho de un caballo, y nos pusimos de pie al sentir voces y alguien acercándose. La puerta se abrió.

 

—¿Tomás? —exclamé confundida al verlo aquí.

 

No puede hablar, parece haber venido a todo galope hasta acá, con el viento y la lluvia en contra ya su cabello esta mojado y despeinado. Deja un maletín a un costado mientras se acerca a ver a mi padre.




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