Katharsis

Transformación.

—¿Por qué?

Preguntas en voz alta, y con el rostro descubierto, ante la lápida de Van.

La cual no tiene ningún dato, más que el décimo noveno traidor de la organización.

A eso se redujo su paso por la vida, a un don nadie, que sería recordado como un fracaso, de muchos por intentar enterrar un sistema que estaba arraigado de raíz.

Lo que empezó como una necesidad, para contener a los huérfanos de guerras y hambrunas, se convirtió en símbolo de poder.

Pues, solo algunos privilegiados, eran adoptados. El resto, como Van, y tú, quedan atrapados a la dependencia de una organización que no quiere perder el territorio ganado, a base de terrorismo.

Si bien, basta con subir las escaleras de material del primer orfanato; un edificio del cual solo quedaron las vigas, como alguna que otra pared sostenida por las enredaderas del desierto; para ver la representación de lo que eres parte. Tus pies se mantienen al borde de la tumba de Van.

Después de todo, perdido en tus convicciones, aun con la sangre de tus acosadores en las manos y uniforme, te preguntas por qué tu hermano siguió el camino de los traidores.

«Quizás», comprendes, «pasó lo mismo que yo». Que, una vez lograste vengarte de quienes te despreciaban en el pasado, no sientes nada más que un enorme vacío en el corazón.

No hay satisfacción, ni una mísera gota de remordimiento, tampoco. Es como si el deseo que una vez te animó a seguir, ahora te abandonó.

De hecho, te cuestionas cuál es el sentido de respirar, si ya no hay nada más por el cual continuar.

—Tú me tenías a mí, Van.

Murmuras, en reproche, en lo que te sientas sobre los talones, mientras dejas caer sin ceremonia, tu máscara aún blanca, con ribetes dorados en forma de antifaz, sobre el arenoso suelo.

—¿Por qué me dejaste con esta carga, tan difícil de sostener?

Cierras los ojos, incapaz de llorar, al notar la falta de interés de saber la respuesta a eso.

No lo entiendes muy bien, solo que ya no te importa nada, ni siquiera el cómo el sol se pone, y las sombras de las ruinas que te rodean, también se interponen con tu sombra.

Y como no lo habías notado antes, pues es la primera vez que visitas el lugar desde que enterraron a Van, al levantar la mirada, contienes el aliento.

Ya que, una pared que debió ser perforada por las balas, y de cuyos agujeros, los últimos rayos del sol se filtran, distingues la respuesta a todas tus preguntas.

«Quien quiere nacer, tiene que destruir un mundo».



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En el texto hay: misterio, suspenso, katharsis

Editado: 13.04.2025

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