Katharsis

Segundo golpe.

En cuanto tus manos tocan el suelo arenoso, y vez cómo tus lágrimas lo mojan, encoges los dedos, hasta sentir cómo los micros filos de la arena cortan la piel debajo de tus uñas.

Pero el dolor no se compara con el que te asfixia y desespera, pues, no hay manera de volver atrás, para cambiar el pasado.

Algo que no quieres entender. Y negado a aceptar la realidad, casi sin pensar, actúas por instinto, al gatear unos pocos metros, con el fin de desenterrar todo lo vivido.

No lo puedes creer. De hecho, es una agonía, escuchar tus sollozos, que se vuelven cada vez más desesperados, al igual que tus manos, que cavan sin saber muy bien qué es lo que buscas.

Ya que, no importa con cuánta fuerza o determinación intentas correr la tierra arenosa y caprichosa, vuelve siempre a llenar el poco profundo agujero que hiciste.

El cual, poco a poco, se humedece por tu llanto desconsolado, que se acopla al recuerdo de tu absurda confrontación con Van.

Incluso, odiándote, te cuestionas el porqué accediste a los deseos de la organización, como las de él, que casi jugó hasta que el filo de tu espada, decidida a continuar hasta el final, se deslizó por la de Van.

Y, distinto a las veces que entrenaron en el subsuelo, lo heriste. Pero, sumergido en la decepción, no te detuviste, hasta que tu cuerpo conoció, por primera vez, la impresión de atravesar a alguien que lo veías como tu reflejo.

Es más, en cuanto Van cayó con pocas fuerzas sobre la árida tierra, húmeda solo por la sangre de los caídos, lo único que pudo hacer con sus últimas fuerzas, fue mostrar su rostro.

Una versión adulta, severa y, distinta a cómo pensaste, tranquila al sonreír entre lágrimas de sangre, que pronto la lluvia, limpió con el mismo desgarro con que lloraste sobre su cuerpo inerte.

Y que ahora, que lograste llegar a arañar la tapa de su cajón, vuelves a mojar con tus lamentos, la misma expresión pacífica con que Van deseó que el sistema, al final, lo destruyera a él.

—Pudiste haber ganado —reprochas, con las manos heridas, y aferradas a la solapa del traje del difunto—. ¡Pudiste ser la excepción de todo lo que nos rodea, imbécil!

Ahora, sí, eres capaz de maldecir y juzgar. No importa el trasfondo de su sacrificio. Todo lo que quieres hacer, es descargar la ira de haber sido utilizado. Para, al final, entender que los dos eran igual de cobardes.

—Pudiste lograr tu cometido, Van —susurras, ahogado de culpa—. Romper este mundo injusto, para construir uno mejor.

Los mismos recuerdos de los dos juntos, entre saqueos, risas, peleas, huidas, entrenamientos y conversaciones profundas, pasan a cámara rápida, hasta que te anclas al presente.

En que tú estás vivo, y él, incapaz de decir nada, que antes no te haya querido confesar.

Puedes armar el rompecabezas de sus pasos, los cuales, siempre perseguiste hasta que tus pies calzaron en ellos.

Sin embargo, en un tiempo en que te ves en plena cornisa, ya que no hay un camino que seguir sin Van, es que observas su rostro pálido, en un proceso tardío de descomposición, para tratar de copiar la sonrisa que te hace anhelar la paz.

Pero es difícil, a medida que tu consciente, te obliga a aceptar su herencia, en lo que, por causa del deslizamiento de la arena, la misma máscara que lo identificó, aún roja como la sangre que se derramó por años, roza el dorso de tu mano derecha.

La cual, igual que el cadáver de tu hermano, que guardaba más de un secreto, te dio, de la misma manera a cuando se conocieron, una leve pulsión de vida, como era la curiosidad de saber más allá de las huecas huellas que ahora se volvieron tuyas.



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En el texto hay: misterio, suspenso, katharsis

Editado: 19.04.2025

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