Descubres en sus ojos celestes, la decepción que lo embargó cuando su amigo y camarada, traicionó lo que para él, como a muchos otros, es su hogar.
Un lugar que también lo representó para ti. Aunque, más complejo, era tu boleto de libertad.
Lo que fue una cruel mentira. Pues, incluso al agitar en el aire tus espadas, te sientes más prisionero que cualquiera de los que murieron por la misma causa.
De hecho, la sensación tangible de la tierra arenosa aún incrustada en la piel de tus manos, como también en el uniforme que huele a cadáver, ya te sientes a un paso del fin.
No preguntas si es que hasta aquí llegaste. Si no que los das por hecho, en cuanto observas la mano tensa de tu superior, sobre el mango de su espada desenvainada.
—Dame tiempo de apartar a los menores en esta causa.
Su pedido te desconcierta, en lo que intentas entender un poco su mentalidad.
—Muchos de ellos, tienen el deseo de continuar con esta barbarie.
—Porque es todo lo que le enseñaron…
—¡No me vengas con esa idiotez! —Discutes, bajo la condición de tus vivencias—. Tú no lo entenderías, ni aunque leyeras, una y otra vez, lo que Van o yo sufrimos por culpa de ellos.
—Es cierto —dice, con su tono neutro, muy habitual en él—. Mi vivencia no se compara a la tuya ni a la de él. Sin embargo, yo fui testigo de lo que les pasó, y de la misma manera, fui una excepción en la vida de Van.
Su argumento debilita tu convicción, como también, el odio dirigido a todos los que se parecen a tus acosadores. Pero, ni así, te dejas convencer, al negar con la cabeza.
—Debo acabar con todo lo que conforma este sistema…
—¿Incluso vas a destruir a quienes desean hacer lo mismo que tú?
Sus ojos celestes. Siempre transparentes, y pese al dolor que velan su bondad, guarda una fe en sí mismo, como es al mirarte directo a los ojos, casi como lo haría tu hermano, si estuviera en su lugar.
—Soy consciente de tu desesperación, Aban. Pero, para nacer, incluso si hay que romper el mundo, no es sinónimo de destruirlo todo.
—En donde haya dolor, siempre habrá un deseo de poder y destrucción.
Justificas, con desesperación, en cuanto las mismas dudas que atravesaron en último momento a Van, también hacen lo propio contigo.
—Si ese fuera el caso, yo sería igual. Por tanto, ¿a mí también me vas a eliminar?
—No soy como tú o mi hermano. —Lloras, desilusionado, porque eso es lo que más anhelabas en tu vida—. Tengo una meta, y nada ni nadie, ¡me lo va a impedir!
Gritas fuera de sí, con la misma desesperación con que te impulsas a su cuerpo, con las espadas listas para cargar una y mil almas más.
Editado: 19.04.2025